50 grullas de papel.

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Mientras recorría la distancia que lo separaba de la facultad, dejó que toda su atención se concentrara en la grulla de papel que había tratado de arreglar sin mucho éxito. Se dio cuenta de que antes de pisarla debió ser muy bonita, de un curioso color anaranjado. Las cosas pequeñas eran tan, tan frágiles...

La sonrisa cálida como el verano volvió a su memoria, pertenecía a una persona que siempre fue muy pequeña, pero que era capaz de afrontar los problemas con más fuerza que diez... no, ¡cien hombres! Sin embargo, él no había heredado aquella fortaleza.

Una grulla de papel...

El recuerdo del chico del parque mirándolo con furia sustituyó el recuerdo de la sonrisa cálida como el verano con tal facilidad que lo sorprendió, pero no era momento de pensar en ello. Puso la grulla contra el sol preguntándose cómo era posible que un simple trozo de papel fuera capaz de cumplir un deseo.

Parecía importante para él, decidió casi con resignación. Así que aún quedan personas que pueden gastar el tiempo de esta manera.

¿Por qué no podía él...?

El reloj de su muñeca emitió un leve aviso interrumpiendo sus cavilaciones. Era hora de entrar a la segunda clase y no, él no podía permitirse perder el tiempo así. Dejó caer la grulla sin ningún remordimiento y entró en el aburrido edificio.

- ¡Eh, Dylan!

No le hizo falta darse la vuelta para reconocer el suave y melodioso tono de voz que a sus oídos se había vuelto agudo e irritante. Cada mañana de cada día se preguntaba en qué estaba pensando cuando se enamoró de ella, de la chica que le dio la espalda cuando más la necesitaba.

- Buenos días, Britt – no se detuvo a saludarla, por lo que ella corrió hasta posicionarse a su lado.

- ¿Te ha pasado algo hoy? Te noto un poco diferente – arrastró cada palabra asegurándose de que la mirada indiferente de Dylan estaba clavada en ella.

Las mujeres son molestas, decidió entonces. Aunque... ¿diferente?

- Nada en especial.

Contarle a ella el encuentro abrupto que había sufrido por la mañana sería de locos, tenía el increíble don de querer controlarlo todo. La miró de nuevo, siendo consciente de lo guapa que era, pero recordando a la vez las crueles palabras que le clavó en el corazón sin compasión. Ella era así: fuerte, independiente, segura de sí misma y siempre conseguía lo que se proponía. Por eso estaban caminando juntos a la siguiente clase que compartían, ella lo llamó acuerdo. Un acuerdo para que el ambiente no estuviera tenso ya que estudiaban lo mismo. Aun así, él hubiera preferido no tener nada que ver con ella, pero de nuevo la voluntad externa se impuso por encima de la suya.

"Lo siento, no quiero gastar así mis mejores años. Será mejor que... terminemos".

Palabras viejas, palabras que no olvidaría jamás.

- ¿Quieres que salgamos más tarde? – aventuró, casi con timidez.

Pero él sabía lo que realmente se escondía detrás de tan inocente pregunta.

- Tengo cosas que hacer – y, aunque no era mentira, la excusa le salió con más gusto del que esperaba.

Con pesar, aceptó una vez más que sólo había intentado buscar en una persona ajena a sí mismo la estabilidad que faltaba en su vida. Pero se equivocó, el aura de seguridad que parecía rodear a Britt no estaba destinado a ampliarse hacia los demás. Ahora ella no lo dejaba en paz... y él tampoco era capaz de dejarla atrás.

- Buenos días.

El saludo casi obligado de la persona que ocupaba el asiento al lado de la ventana llamó su atención. Se limitó a responder con una casi sonrisa y se dejó caer, parecía como si el peso de sus hombros hubiera aumentado de repente.

- ¿Mala noche? – cuestionó Tyler, su amigo de la infancia, sin apartar la mirada del libro.

- Y peor mañana – chasqueó la lengua repentinamente molesto, la presencia de Britt lo había irritado.- De camino tropecé con un niño que...

Un momento, parpadeó. ¿Qué fue lo que dijo Britt? Algo diferente, algo diferente...

Se levantó del asiento como un resorte y salió corriendo bajo la despreocupada mirada de Tyler. Deshizo el camino que había recorrido hasta que dio con el lugar donde la había dejado caer. La ansiedad creció otra vez en su interior al no ver el colorido papel naranja por ningún lado. Miró alrededor. No podía ser, no podía haber perdido...

Algo diferente significa un cambio, ¿verdad?

Pero no estaba. Dejó caer los hombros, derrotado. Llevaba tanto tiempo buscando, tanto tiempo deseándolo... y cuando por fin lo había tenido entre las manos él mismo dejó que volara lejos. Inconscientemente asustado porque no sabía lo que aquella grulla podría significar en su vida y eso le había dado miedo.

- Te he dicho muchas veces que hagas las cosas con tranquilidad.

Una mano gruesa y grande se posó sobre su hombro. Reconoció el tacto.

Tyler.

¿Lo había seguido?

- ¿Es esto lo que estás buscando?

De nuevo, al reconocer la anaranjada tonalidad del sucio y doblado papel, la ansiedad desapareció.

- Sí – admitió, con un alivio que al más alto le pareció palpable. Arqueó una ceja, preguntándose por qué era tan importante para Dylan una grulla de papel.

- No sabía que supieras hacerlas.

- No es mía, es de... - se interrumpió.- ¿Sabes qué es?

- Una grulla de papel – respondió, con simpleza.

- No, sí, quiero decir... ¿sabes lo que significa?

Dylan siempre había sabido que detrás de la actitud pasiva y descuidada de su compañero de juegos había una gran inteligencia que crecía día a día con la cantidad de libros que devoraba con un gusto que él perdió hace mucho tiempo. Los ojos de Tyler siempre habían podido ver a través de él y, aunque no dijera nada, estaba seguro de que aquella no era la excepción.

-Es la leyenda de Senbazuru – respondió, dirigiéndose de nuevo al interior del edificio.

Para Dylan el nombre no significaba nada, pero Tyler no le pondría la respuesta en bandeja, así que tendría que averiguarlo por su cuenta.

No, para, detente. Le prometiste que no faltarías más a la universidad.

Últimamente se sentía así demasiadas veces, como si lo que debía hacer y lo que realmente quería hacer estuvieran librando la peor batalla de la historia en el interior de su cabeza. Tal era el desconcierto en el que solía hallarse por las dudas que nunca llegaba a una conclusión y se dejaba arrastrar por el ritmo del mundo a su alrededor, posiblemente no haciendo ni lo uno ni lo otro.

"¿Es que no sabes nada?"

La brillante mirada se clavó de nuevo en él como si estuviera realmente allí.

"Es una grulla. Una grulla de papel".

No recordaba el color de su pelo, ni el de sus ojos, tampoco su estatura o algo físico que le asegurara saber de quién se trataba si sus caminos volvían a cruzarse. Pero el fuego de sus ojos... eso era algo que tardaría en olvidar.

Así que, por primera vez en muchísimo tiempo, tomó una decisión.

Mil grullas de papel #DylmasNewtmasAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora