300 grullas de papel.

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Hace años que no estaba en aquel lugar, hace años que no pone un pie en la casa donde nació y a la que no había vuelto permanentemente desde que cumplió la mayoría de edad y pudo pagarse un alquiler más o menos decente en el núcleo de aquella ciudad de metal dormida. Nunca pensó que tendría que regresar para cuidar de su madre moribunda.

Su apartamento respiraba soledad, pero la casa de su infancia susurraba cosas mucho peores: el día que su padre los abandonó, los llantos de su madre hasta altas horas de la madrugada, los primeros desmayos símbolo de que la enfermedad empezaba a crecer, los médicos con visita a domicilio y el día que recibió el diagnóstico total.

Dylan siempre pensó en su madre como una heroína que no necesitaba ninguna capa o poder especial para luchar contra las dificultades que la vida le había puesto delante, los recuerdos más agradables que guardaba de aquel lugar se limitaban a cuando Lisa llegaba del trabajo y jugaba un rato con él antes de la cena. Su juego favorito era el de ser rescata por su hijo de un horrible y espantoso dragón que la mantenía prisionera por su increíble tarta de manzana.

Las cosas habían cambiado, Dylan no podía salvarla esta vez de algo peor que un dragón. Y eso lo frustraba hasta tal punto que ya no se creía dueño de sí mismo.

Se encontró recorriendo los viejos pasillos, lentamente, arrastrando los pies por la moqueta, algo que a su madre no le gustaba que hiciera porque decía que parecía un zombie. Todo estaba iluminado suavemente, difuminado en los bordes. No olía ni escuchaba nada, solo veía. Y entonces lo comprendió y mientras observaba una fotografía sobre la repisa se preguntó en qué momento se habría quedado dormido. Cogió la fotografía entre sus manos; pertenecía a un tiempo aún más antiguo, cuando seguían siendo tres en la familia. Sintió la necesidad de romper el portarretrato contra el suelo, la rabia embutía sus sentidos, pero una mano se posó sobre las suyas.

- ¿Mamá? - preguntó y su voz le llegó extraña y aguda, como si volviera a tener cinco años.

Pero se equivocó, no era Lisa, era el chico de las grullas.

- ¿No puedo romperla? - él negó suavemente con la cabeza.- ¿Por qué?

No contestó, pero le dirigió una mirada cargada de significado que pudo entender perfectamente, tal vez porque se trataba de un sueño.

- No puedo reconciliarme con él - confusión en su mirada.- Murió en un accidente de tráfico hace bastantes años - respondió, mirando de nuevo la imagen.- Lo peor es que soy su viva imagen y sé lo que mi madre piensa cuando me mira... bueno, lo que pensaba - observó como el desconocido se sentaba en el suelo, cerca de unas hojas que antes usaba para dibujar.- Mi pasado es un camino lleno de agujeros que nunca podré tapar... supongo que por eso nunca seré feliz, la he cagado demasiadas veces - el rubio volvió a negar suavemente con la cabeza, sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.- Para ti es fácil decirlo. No tienes una madre enferma ni una ex que te recuerda constantemente que eres un fracaso tomando decisiones.

Lo miró y Dylan pudo ver aquellos hermosos ojos arder de nuevo avivados por el mundo de los sueños.

- No necesitas nada de esto, Dylan - extendió los brazos abarcando todo lo que estaba a su alrededor, en cada mano reposaba una grulla de papel.- Tu pasado te mantiene anclado - las paredes detrás de él se desmoronaron y el hogar de su infancia comenzó a desaparecer.- No tengas miedo de avanzar.

¿Avanzar?

Entonces, abrió los ojos. Todo estaba a oscuras salvo por la escasa luz que emitía la pantalla del portátil y supuso que ese sería otro día sin terminar el trabajo de fin de grado, pero estaba tan cansado que a duras penas consiguió apagar el ordenador y arrastrarse hasta la cama. Se dio cuenta de que se había quedado dormido sosteniendo una grulla de papel hecha por él justo en el momento que su cabeza tocó la suavidad de la almohada.

Eres la primera luz en años, pero no estás a mi lado para ayudarme.

Mil grullas de papel #DylmasNewtmasAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora