900 grullas de papel.

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A Thomas, la jornada se le hace eterna, sobre todo porque en lo que más las gasta es en quedarse embobado, junto con gran parte del alumnado femenino (y masculino) al que Dylan da clase, porque el moreno como profesor es simplemente todo el bien que hay en el mundo. Así que cuando Dylan le pide que intervenga él tarda varios minutos en seguir el ritmo de lo que están haciendo, teme que se enfaden con él, pero Dylan parece más comprensivo que cualquier otra cosa. Para cuando toca la campana que señala el final de las clases y Dylan se mete en la sala de profesores a terminar el informe, Thomas se deja deslizar por la pared exterior, abrumado.

- ¿Pasa algo, cariño?

Está tan cansado que la voz no lo sobresalta o quizás sea porque se trata de una de las maestras de su infancia.

- No, estoy esperando a Dylan - responde de forma automática.- Tenemos que cuadrar los horarios para cuando me toca trabajar con los niños - lo arregla, rápido.

- Eso es genial - otra profesora sale detrás de la primera.- Creo que el año que viene también solicitaré un alumno en prácticas para mí sola.

- Cierto, este año solo fuimos Dylan y yo, ¿verdad?

- Sí, sí... ¡hasta mañana, Thomas!

El rubio alza la mano para despedirse, el sudor cayendo por su frente y la sonrisa nerviosa plasmada en sus labios. Está a punto de suspirar cuando Dylan se asoma por la puerta.

- Menos mal, pensé que no se irían nunca - mira el pasillo por donde se alejan las dos mujeres.- ¿Entras? Aún me falta un poco.

Ni siquiera sabe de dónde saca las fuerzas para levantar todo su peso (que tampoco es mucho) del suelo y seguir a Dylan hasta la mesa que ocupa, sentándose con cuidado aunque le gustaría desplomarse y no levantarse nunca. El moreno no dice nada, sigue tecleando, rellenando a saber qué, pero Thomas dobla el brazo y apoya la cara en la palma de su mano para observarlo a su antojo como tantas veces hizo en el pasado durante las tardes en la cafetería.

Así se da cuenta de que el cambio de Dylan no es sólo intrapersonal, sino que se refleja perfectamente en su físico: poco queda del universitario desgarbado y ansioso, siempre al borde de un ataque de ansiedad. Ahora da igual dónde mire, Thomas no ve otra cosa que no sean músculos bien definidos y, dios, sus manos, nunca había pensado que tuviera un fetiche, pero es posible que sólo sean las manos de Dylan. Los múltiples lunares siguen ahí, salpicando la piel aquí y allá, perdidos entre la pequeña barba que cubre las mejillas y donde los pómulos son ahora más duros, más cuadrados. ¿Eso que tiene en la nariz es una cicatriz?

- Suéltalo ya, Thomas, sé que lo estás deseando - rompe el silencio.

- ¿Qué te pasó? - porque aunque Tyler solía decirle si estaba bien o mal cuando podía ir a la cafetería, la verdad es que no terminaba de contarle nada personal.

Dylan lo mira fijamente durante varios minutos, Thomas está a punto de chasquear los dedos delante de sus ojos para llamar su atención cuando comienza a guardar el trabajo que estaba haciendo y apagar el ordenador.

- Vamos, es mejor hablar de esto en otro ambiente - se pone de pie, coge el manojo de llaves y la cartera.

- ¿Qué tipo de ambiente? - pregunta, cuando ya están atravesando los pasillos rumbo al aparcamiento.

- Uno más íntimo - responde con una sonrisa, alzando las llaves y picando para que un Jeep azul se abra para ellos.- Mi casa, por ejemplo, podemos pasar a buscar lo que te apetezca y comemos allí.

Thomas no está muy seguro de si Dylan se da cuenta de lo que le está diciendo: porque aunque ya es mayor de edad, totalmente legal y accesible, se han reencontrado porque han empezado a trabajar juntos... bueno, a él no le pagan, no sabe si en ese caso cuenta. El caso es que se están dirigiendo a la casa de Dylan y Thomas acaba de comprobar que, para nada, ha superado sus sentimientos por él. Entonces, se da cuenta de que no tienen por qué estar solos, quizás Dylan tiene una novia e hijos porque parece tener edad ya para eso o quizás tiene pareja y vive con ella o... bien, no está seguro de poder sobrevivir a eso.

- Dylan - lo llama, por primera vez, saborea el nombre cuando abandona sus labios y puede notar el escalofrío que recorre la columna del mayor y lo fuerte que agarra el volante para después suspirar.

- Dime - ese tono de voz ronca no debería excitar a Thomas, pero lo hace.- ¿Thomas? - lo llama, cuando tarda en responder.

- ¿Tendremos compañía en tu casa? - trata de que suene despreocupado, mirando por la ventana hacia el exterior, pasando por las calles que conoce tan bien y preguntándose cómo es posible que no hayan coincidido antes.- Quiero decir, por si debemos llevar comida de más.

- Bueno... - tamborilea los dedos, pensativo.- Está Derek, pero estoy bastante seguro de que no puede comer lo mismo que nosotros.

Thomas siente una punzada en el corazón, asiente, tratando de contener las lágrimas. Es un idiota, él era un crío cuando se conocieron, ¿en qué universo paralelo le interesaría tanto como para buscarlo, esperar si el destino les tenía algo más preparado? Que él lo haya hecho no quiere decir que... calla esa voz que trata de convencerlo de que Derek puede ser un amigo, un compañero de piso, cualquier cosa, que no tiene por qué ser su pareja, pero más vale no guardar esperanzas, más vale que el golpe no sea mayor. Todo eso ya está doliendo demasiado y está convencido de que dolerá más en cuanto lo asimile.

Mil grullas de papel #DylmasNewtmasAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora