Prólogo: Parte Final.

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Se giró veloz para encontrarse con una cadena y un grueso candado sujetando la puerta. Sus esperanzas de sobrevivir se evaporaron como una gota de agua en el desierto, sin dejar rastro. ¡Estaba atrapada!

Un tentáculo impactó a pocos centímetros de su cabeza, abollando el metal. Chillando, dio un salto y se agachó segundos antes de que otro tentáculo golpeara de nuevo con la puerta a la altura de  donde había estado su pecho. Se desplazó todo lo rápido que pudo gateando por el suelo, sin mirar atrás, haciendo caso omiso de los sonidos del tentáculo al golpear cada vez más cerca de sus pies.

Cuando iba a mover la pierna derecha, no pudo. Sintió como aquello la agarraba y la alzaba. Sus manos se separaron del suelo y fue tan rápido y repentino que no le dio tiempo a chillar. Sin embargo, el desplazamiento aéreo hacia el ser fue lento. Muy lento. Entonces si chillaba. Tanto, que pensaba que las cuerdas vocales se le iban a romper, que si sobrevivía a aquello, algo que parecía tan improbable como que llegase Superman y la salvase, quedaría muda para siempre.

Las paredes amplificaban y creaban un eco espeluznante: los chillidos de terror de varias muchachas a las que torturaban de manera macabra e intensamente dolorosa. No obstante, solo era una la que sufría, aunque lo hacía por 20. Sus movimientos, descoordinados y espasmódicos, era el intento desesperado de una presa por liberarse.

Alguien tenía que oírla. ¿Por qué no iba nadie a rescatarla? Unos metros la separaban de los dos seres que la contemplaban como horrendas gárgolas mientras a uno se le encogía el brazo con el que la tenía sujeta, aproximándola a ellos por encima de la piscina.

Observó como la boca de su ex amigo comenzaba a agrandarse, anticipándose a su llegada. Vio la multitud de afilados dientes que aguardaban para triturarla, escuchó como la mandíbula crujía, como el cráneo se deformaba para dar cabida a la muchacha. Horrorizada, chilló más alto de lo que lo había hecho nunca; se resistió con vehemencia.

Y, de repente, cayó. No sabía cómo había conseguido soltarse, pero de pronto su cuerpo se precipitó de cabeza al agua. La fría temperatura de esta le devolvió parcialmente la cordura y no había desesperación en su mente, ni sonidos aterradores a su alrededor; ya no escuchaba sus propio gritos desgarradores rebotando en las paredes. La única imagen que captaban sus ojos eran los azulejos del fondo, azules, acercándose lentamente a ella. ¿O era ella la que se acercaba? Nada importaba en esos instantes. El tiempo se había detenido. Estaba a salvo de los monstruos y caía. Minúsculas burbujitas escapaban de su nariz y su boca y flotaban hacia la superficie. Ella se hundía como un ancla, como un cadáver atado a una piedra, hasta que el fondo estaba a un brazo de distancia. Lo alargó, sosteniendo en la otra mano su colgante, y su dedo tocó el techo. Porque ahora le daba la sensación de que volaba hacia arriba, hacia el cielo, como un ángel. No sintió el contacto duro de los azulejos contra su índice. Este pareció atravesar una capa gelatinosa y entonces una potente luz blanca la cegó.

Cuando abrió los ojos de nuevo, se encontró en una playa de arena blanca. Un lugar paradisíaco. Había palmeras y arbustos con frutos al frente, y un inmenso océano a sus espaldas.

Desubicada, se preguntó dónde estaba. ¿Había muerto? Decir que sí era la respuesta más sencilla, sin embargo, si hubiera muerto, ¿no se le habría curado el corte que se había hecho en la mano? ¿Y no habría desaparecido la marca rojiza que le había producido el tentáculo en el tobillo al agarrarla?

Seguía preguntándose aquello mientras se arrancaba un pedazo de la tela de la manga y se envolvía con ella la herida, que le escocía por el agua del mar. Después apartó de su mente todos los interrogantes inútiles y se centró en el rugido de su estómago. Finalmente, siguiendo sus instintos primarios, se encaminó hacia la selva tropical que se abría ante ella.

Portales (detenida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora