— ¿Quién eres?— Le preguntó la chica, que tras el instante de sorpresa la miraba con desconfianza, como si dudara de que fuera real o de que no fuera peligrosa.
— Soy Maya...— respondió con un hilo de voz a través de las manos.
— Debes encontrar a Ian— dijo la otra casi sin dejarla terminar la frase. Parecía no haber escuchado su respuesta.
— ¿A quién? ¿Por qué?— parpadeó confundida.
La otra chica llevaba un largo camisón blanco, con manchas de barro y hojas, y desgarrado por la parte cercana a los pies... Que también tenía descalzos. Iban vestidas igual y algo le decía a Maya que no se habían encontrado por casualidad. Alguien había organizado ese ¿juego? por diversión, alguien las observaba, disfrutando de lo que sucedía, de su confusión y miedo, desde las sombras.
Miró a su alrededor durante un segundo cerciorándose de que no había nadie pero fue un gesto inútil, la tinieblas tras los arboles era impenetrables. Cuando sus ojos se encontraron otra vez con los de la chica, descubrió que había un brillo de locura en ellos que la hizo retroceder un paso.
— Tengo respuestas...— murmuró la chica mas como si hablara para sí misma que para Maya — El debe saber que todo lo que sucedió después del desastre, los portales... — Se quedó contemplando algo en la lejanía con mirada abstraída, profundamente concentrada en sus pensamientos.
Pasaron varios minutos en los que ninguna de las dos se movió. Tampoco sopló el aire, ni se oyó ningún ruido. La inquietud de Maya aumentó, pero no se atrevió a interrumpir las cavilaciones de la otra chica.
— Debes encontrarle— su voz aguda y su tono desesperado sobresaltaron a Maya— Debes decirle la verdad. Dile... — Las ramas detrás de ella se agitaron, interrumpiéndola — Oh no, ya está aquí — gimió sin darse la vuelta.
— ¿Quién esta aquí? ¿Qué es todo esto? — preguntó Maya, retrocediendo. Una sombra había empezado a surgir de la espesura y a cubrir con su oscuridad a la otra chica.
— Huye, yo lo detendré. ¡Tú solo encuentra a Ian! — se giró para enfrentarse a la sombra, sacando una daga de hoja curva y fina de algún sitio oculto en el camisón — ¡Huye! — gritó.
Maya obedeció sin pensar, sin sentirse culpable por abandonarla.
De nuevo corría por el bosque, eso ya lo había vivido. Solo que este bosque era mucho más frondoso. Las zarzas se le enganchaban al camisón, frenándola; las ramas le tiraban del pelo, arrancándoselo; los arbustos con espinas le cortaban los brazos y la cara. Aun así no se detuvo. Cuando escucho un chillido de inmenso dolor detrás de ella, en el claro, no se volvió y aceleró la carrera. No obstante, no sabía a dónde iba y no tardó en agotarse. Sus músculos comenzaron a arder por el excesivo esfuerzo, su respiración era ligera y entrecortada, el corazón parecía querer salírsele de la boca. Una palabra llenaba su mente, un nombre: Ian. Y eso fue lo que empezó a chillar al darse cuenta de que no podía dar un paso más, de que se desplomaría y aquello la atraparía, se acabaría el macabro juego, si es que de eso se trataba.
— ¡Ian, Ian! — tropezó con una raíz y calló. De rodillas en el suelo, no se molestó en intentar ponerse en pie. Usó todas sus energías en gritar ese nombre — ¡Ian, Ian, estoy aquí, por favor, ayudame! ¡IAN!
— Ey, ey, tranquila, no pasa nada — alguien la agitaba del hombro suavemente — Tranquila, estas a salvo — Le decía una voz cálida y sosegada.
Maya abrió los ojos, saliendo al fin de la pesadilla. Se encontró con otros ojos frente a ella de un antinatural dorado celestial. ¿O era efecto de la luz? Le dieron la sensación de ser los ojos de un ángel. Unos mechones de cabello también dorado fuero apartados con fastidio cuando cayeron hacia la frente.
— Al fin despertó— comentó alguien a sus espaldas. La voz le era conocida, fría como... Como la mirada del hablante. El extraño de los ojos de hielo estaba apoyado en la pared detrás de ella, contemplándola con una ceja delgada y negra alzada.
— Será mejor que bebas esto. El y yo estaremos hablando aquí al lado, no tardaremos — el chico de voz y rostro de curvas delicadas, casi angelical, le tendió un vaso lleno de agua.
Maya lo cogió y observó como ambos, uno vestido de negro y el otro de blanco, desaparecían en la habitación contigua cerrando la puerta a sus espaldas.