Transcurrieron unos diez minutos que se le hicieron eternos en un completo silencio. Su imaginación corría desbocada proporcionándole desagradables imágenes de películas de terror como las múltiples opciones a lo que podía estar sucediendo al otro lado del muro. No era capaz de moverse.
Todavía estaba conmocionada por el rápido suceso de los acontecimientos cuando un golpe la despertó y se puso en pie. Solo había una manija en la puerta, al lado en el que ella se encontraba y rezó para que no estuviera equivocada y lo que llamaba a la puerta fuera la persona que la había rescatado.
La abrió de un tirón pensando cómo defenderse si allí había una niña rabiosa que quería saltarle al cuello y devorarla. No llegó a ninguna conclusión y tampoco le hizo falta pues frente a ella se hallaba una sombra alta y delgada que, aunque de aspecto peligroso, con la hoz ensangrentada aun en la mano, no parecía tener intención de hacerla daño.
Maya soltó todo el aire y la tensión que había estado acumulando y sintió como sus piernas flaqueaban. Se apoyó en el marco de la puerta, lo que le permitió ver el cuerpo de la niña, con la cabeza dividida en dos partes por la boca sobre un inmenso charco de sangre negra, detrás de la sombra. Su propia boca se llenó del sabor agrio a bilis. unas oleadas de nauseas la recorrieron y se estremeció involuntariamente. Apartó la mirada de la horrible escena y contempló como la oscura figura guardaba la hoz a se espalda y luego buscaba algo palpándose la ropa. Cuando lo encontró, hizo un movimiento veloz, preciso y seco y una pequeña pero cálida luz iluminó su rostro.
Maya, con el amargo sabor todavía en la boca y la imagen del cadáver de la niña grabado en su mente no pudo evitar pensar que era apuesto a pesar de las facciones crueles de su cara.
El farol al ser encendido de nuevo iluminó con más intensidad lo que los rodeaba, así como al chico, que dejó de ser una sombra misteriosa para convertirse en un sorprendentemente joven muchacho vestido con un abrigo largo negro que la contemplaba con unos ojos azul gélido, como dos carámbanos de hielo, que parecían preguntarle qué hacía allí parada.
—¿Que ...fue ...eso?— articuló con dificultad.
—Este no es buen sitio para detenerse a hablar— su voz sonó tan fría y desprovista de sentimientos como sus ojos. La agarró del brazo con firmeza y entró con ella a la ciudad cerrando la puerta a sus espaldas.
Después la soltó y añadió un: "Vamos" que Maya escuchó como una orden tajante. No parecía afectado por lo que acababa de suceder, más bien parecía acostumbrado, incluso ligeramente aburrido, lo que inquietó mas a Maya.
El semblante del chico se volvió a transformar en una máscara de sombras y ambos caminaron entre edificios ruinosos bajo la luz de la luna. No sabía a dónde se dirigían y, andando detrás de él no se preguntaba a donde la dirigía. Miraba a su alrededor, al interior de los edificios sin puertas ni ventanas intentando atisbar algún movimiento en la semi oscuridad. El chico se había relajado y sus pasos rápidos y seguros delataban que se conocía bien el lugar y que no había peligro.
Lo cierto era que Maya no dejaba de imaginar que una niña de deformada boca se abalanzaría sobre ella desde una de las zonas en penumbra tras los muros de alguna casa. estaba conmocionada aun por todo lo que le había sucedido, su cerebro no podía asimilarlo y hubo un momento en que este ni siquiera pudo enviar las ordenes correctas a sus piernas, sus rodillas se doblaron y, de una manera surrealista, casi onírica, se vio a si misma cayendo al suelo. Se golpeó la cabeza, un agudo dolor la traspasó y fue engullida por la oscuridad.