Capítulo 2: El Muro.

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Un pensamiento, otro interrogante que añadir al resto que asediaban su mente, destacó sobre el resto y la desesperación la brumó: ¿Donde estaba? Nada le era conocido y en el plano mental que poseía no había habido nunca un muro en mitad del bosque.

Cerró los ojos con fuerza repitiéndose una y otra vez que aquel muro no había existido ni existía pero, cuando volvió a abrirlos, la pared de ladrillo y cemento seguía allí, increíblemente real e imposible a un mismo tiempo. Y ella no tuvo otra alternativa que aceptarlo o empezar a pedir ayuda gritando como una loca. No se atrevió a hacer lo segundo pues romper la quietud que la rodeaba casi le daba mas más miedo que no saber donde estaba.

"Bienvenido al Infierno"; "La Resistencia"; "Acabaremos con vosotros"; "No nos rendiremos"... Leyó esas frases, y algunas más con el mismo mensaje, en el muro, escritas con pintura negra desgastada y letras grandes y descuidadas. Alrededor se podían leer frases de amor, de despedida, con trazos más pequeños y temblorosos de color rojo: "te quiero", "No me olvides" y números que parecían fechas y corazones dibujados con prisa. A la muchacha le recordó el muro de Berlín, solo que este estaba construido para proteger la ciudad que había tras él, no para separarla.

Siluetas de edificios en estado ruinoso se apreciaban tras la muralla que se extendía hasta la oscuridad que no era capaz de alumbrar la luz del farol que había al lado de una solitaria puerta de hierro. La única manera de cruzar al otro lado, pensó ella cuando vio que en la parte alta del muro había clavados cristales que centelleaban afilados al ser atravesados por los rayos plateados de la luna.

Un escalofrío la recorrió al reparar en un inquietante detalle: que el muro protegía a la ciudad de algo que habitaba en el bosque y que ella se encontraba fuera de esa protección. Justo entonces, para apoyar su descubrimiento, sonó detrás de ella un chasquido que le puso los cabellos de punta. De un salto se puso en pie y caminó de espaldas hacia la puerta escrutando la maraña de matorrales, arboles y ramas que se alzaban frente a ella. El camino había desaparecido, como si los arboles se movieran, arrimándose unos a otros, pero ese dato carecía de importancia. No volvería a entrar allí.

El chasquido sonó más cerca a la vez que ella chocaba con la puerta. Se percató de que no era el ruido de una rama al romperse, sino que se escuchaba más bien como el entrechocar de dientes al cerrarse una boca con mucha fuerza. Quizá solo fueran imaginaciones suyas y los arboles distorsionaran el ruido pero lo dudaba. Allí los más absurdo era real. Se dio cuenta de que pensaba en el bosque como si ya no fuera el mismo por el que había paseado antes. ¿Estaba enloqueciendo?

Oyó el chasquido de nuevo, aproximándose y eso la asustó todavía más, haciéndola perder el autocontrol. Su instinto de supervivencia se impuso a la razón y girando, comenzó a golpear la puerta y a chillar pidiendo ayuda.

-¡Socorro! ¡Que alguien abra, por favor! ¡ Déjenme entrar!- sus gritos de angustia y desesperación cubrieron el silencio pero no los chasquidos, que cada instante se acercaban más. ¿Y si no había nadie en la ciudad, si estaban todos muertos? No pienses, no pienses, se ordenó.

 -¡Por favor, por favor! ¡Socorro, abran!- su voz se fue extinguiendo, sus chillidos fueron perdiendo intensidad y finalmente se giró al escuchar el horripilante chasquido justo detrás de ella.

Portales (detenida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora