Capítulo 3

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— Susan —llamó, entrando de nuevo en el salón. La casa olía a hogar. El salón estaba decorado con muebles de madera rústica, alfombras indias, un sofá de cuadros y una estantería con escopetas. La gente que vivía en el campo veía las armas como algo práctico; eran necesarias cuando había que enfrentarse a perros salvajes y serpientes—. Espero que no les hayas contado todos mis secretos —sonrió, mirando al apuesto hombre con vaqueros gastados y un brazo en cabestrillo. Él estaba mirándolo con aquellos preciosos ojos azules.

Y entonces volvió a sentirlo de nuevo. El mismo puñetazo en el estómago que había sentido cuando había entrado por primera vez en la casa. Anticipación. Hambre. Una emoción parecida a la que sentía cuando se subía a la grupa de un bronco, sabiendo que iba a hacer todo lo posible para que no lo montara.

— No puedo contar lo que no sé —rió Susan—. Y estoy segura de que tienes muchos secretos que no conozco —añadió, mirando a Dylan—. Me marcho. Si tienes algún problema con este guasón, házmelo saber.

Con desgana, Janny admitió que también tenía que marcharse y, mientras ellos se estaban despidiendo, Cole se quedó observando a su nuevo jefe.

Algunos podrían pensar que Dylan era un poco delgado. Pero Cole no. A él le gustaban los hombres con cuerpos estéticos, como de nadador, y Dylan era hermoso, también le gustaban las piernas largas y delgadas, y sobre todo le gustaba sentirlas envueltas alrededor de sus caderas mientras estaba embistiendo profundamente entre ellas. El cabello de color whisky de Dylan era como nada que hubiese visto antes, y sus ojos azules eran tan profundos como el océano.

— Bueno, ¿preparado para empezar a trabajar? —preguntó Dylan, volviéndose hacia él cuando estuvieron solos.

Él deslizó la mirada por el cuerpo del hombre hasta su atractivo rostro. ¿Qué no debería tratar de seducir a ese hombre? Imposible.

— Preparado cuando usted diga.

— Saldremos por la puerta de atrás —dijo él, mirándolo con frialdad—. Hay un teléfono en el establo y otro en la perrera, pero no tiene que contestar cada vez que suene —explicó antes de salir, tomando su celular. —Ya le hemos dado de comer a los caballos. Raúl me ha hecho el favor esta mañana.

Quién era aquel Raúl y qué clase de favores le hacía era algo que tendría que averiguar. Aunque a él tampoco le importaría hacerle algún «favor» a su nuevo jefe.

Y no le gustaba la idea de que otro hombre le estuviera haciendo lo que a él le gustaría hacerle.

— ¿Raúl? ¿Es amigo suyo? — ¿Por qué lo pregunta?

— Por nada. ¿Por qué no le ha dado el trabajo a él? —sonrió él con fingida inocencia.

— Raúl va al instituto y no tiene mucho tiempo para trabajar. Pero es un buen chico y me ayuda en lo que puede.

Cole asintió con la cabeza, sintiendo que el deseo aumentaba de intensidad. Daba igual que hubiera otro hombre o mujer, se decía. Porque él no debía acercarse a este hombre.

— ¿Va a venir hoy?

— Sí —contestó él, mirándolo de nuevo con ojos suspicaces—. Vamos.

Apenas había puesto el pie en el porche cuando una forma blanca y negra que se asemejaba a un perro, galopó hacia él ladrando y haciendo círculos a su alrededor. Por primera vez, Cole vio el aspecto de Dylan cuando algo le gustaba. Cuando sonreía y lo hacía de verdad. Y se quedó sin respiración.

— Hola, guapa —sonreía, acariciando la cabeza de Kelpie.

— ¿Es su perro guardián? —consiguió preguntar él. Dylan era precioso. No sólo guapo o sexy. Cuando Dylan sonreía, era simplemente una belleza—. Me imagino que su trabajo consiste en volver locos a los ladrones, dando vueltas alrededor hasta que se marean.

SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora