Capítulo 12

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A las once de la noche, el cielo estaba despejado de nubes. Había luna llena y las estrellas brillaban en medio de la oscuridad. Dylan caminaba hacia la perrera, intentando mantener la calma.

Tenía frío.

Kelpie, la perrita, dormía a los pies de la cama de su hija y, si ocurriera algo, los avisaría con sus ladridos.

Cuando llegó al edificio de la perrera se quedó parado un segundo, indeciso. Le temblaban las manos mientras abría la puerta e hizo un poco de ruido. Suficiente como para despertar a uno de los perros, que lanzó un suave ladrido de advertencia. Dylan se asustó. Si los perros empezaban a ladrar y Cole bajaba a ver lo que ocurría, se sentiría ridículo. ¿Qué le estaba pasando? Aquello era una locura.

Pues bien, estaba loco y tendría que admitirlo, pero pensaba seguir adelante. Quería entrar en la habitación de Cole y despertarlo. Él entendería entonces y no se reiría de él. Podría echarlo de su lado, pero no se reiría de él. En la oscuridad, buscó la escalera que llevaba a la habitación.

En ese momento, golpeó con el pie uno de los platos de metal y los perros empezaron a ladrar furiosamente. Dylan se dio la vuelta e iba a salir de allí, cuando un muro se interpuso entre él y la puerta. Un muro caliente y desnudo.

Entonces, una mano grande y fuerte se colocó sobre su hombro, mientras la otra lo tomaba por la cintura.

— No vas a ir a ninguna parte —susurró Cole en su oído—. No deberías haber venido, Dylan. Ahora no voy a dejarte marchar.

¿Marcharse? No podría. No con Cole tan cerca, tan... desnudo. Dylan levantó la mano y empezó a acariciar el cabello de Cole, empujando la cabeza del hombre hacia abajo. Sus labios se encontraron. Suavemente al principio, con pasión desatada unos segundos más tarde.

Un relámpago no hubiera sido más fuerte ni hubiera despertado sensaciones más calientes dentro de él que la lengua de Cole explorando su boca. Sabía cómo las tormentas que habían tenido las últimas semanas; como el viento y el trueno que parecía transmitirle con sus labios.

— Cole... —susurró él cuando él se apartó para seguir besándolo en la cara, como si estuviera hambriento de él. Tuvo que sujetarse con un brazo firmemente a su cuello para no caerse—. Cole, espero que tengas protección, porque yo no la tengo.

— No te preocupes — sonrió él, empujando a Dylan desde su abdomen plano para llevarlo a la habitación. Cole había abierto las cortinas para que la luz de la luna llenara la habitación y lo dejó en el suelo al lado de la cama. Durante un segundo se quedaron de pie uno frente al otro sin decir nada. Cole había tomado a Dylan por la cintura y Dylan le sujetaba su brazo con la mano sana. Dylan estaba tan nervioso como una adolescente cuando iba a perder su virginidad. Su corazón latía con fuerza y le temblaban las rodillas—. Dylan, no voy a poder parar —susurró él por fin, apoyando su frente sobre la de Dylan—. No voy a parar a menos que tú me lo pidas, pero tengo que saber por qué has venido.

— Quería seducirte —dijo él con sinceridad—. Se supone que eras tú quien tenía que hacerlo, pero tardabas demasiado.

— No creo que sea necesario que me seduzcas —susurró Cole con voz ronca, apretándolo firmemente contra su cuerpo.

— Oh... —gimió Dylan. Cole estaba desnudo, completamente desnudo.

— ¿No vas a preguntarme si me voy a ir por la mañana? —susurro Cole.

— No —contestó él, echando la cabeza hacia atrás para verlo mejor. Cole estaba muy serio y, en aquélla semioscuridad, sus rasgos masculinos eran tan atractivos que Dylan casi tuvo que cerrar los ojos—. No voy a decirte que no me importa, porque no es verdad. Pero no quería que te fueras sin estar contigo.

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