Capítulo 11

5.7K 643 20
                                    

— El arroyo lleva más agua que nunca —dijo Janny, sentada en la cocina, pelando patatas.

En cuanto llegaron a casa Dylan había llamado a Janny, que se había quedado cuidando a Isobella aquélla tarde y la había invitado a cenar. Otra cena a solas con Cole y la niña era demasiado para él.

— Lo sé.

— Bill Mosely dice que no había subido tanto desde 1982, cuando sus pastos se anegaron.

— Ha llovido mucho este invierno —dijo Dylan, cortando zanahorias con una sola mano—. No he vuelto por allí desde que me caí del caballo.

— Supongo que Cole no se acercará con Isobella al arroyo. Es peligroso.

Media hora antes, Cole había ido a la cocina, vestido con ropa de trabajo para decirle que iba a llevar a algunos caballos y a Isobella a dar un paseo. Isobella, que ya había terminado los deberes, lo había convencido para que la dejara ir con Cole, montando a Honey-do. A Cole le había gustado la idea y era imposible discutir con los dos.

— Claro que no.

— Me alegro de que confíes en él.

— No eres muy sutil, Janny. ¿Lo sabías?

— La sutileza es una pérdida de tiempo cuando se tiene mi edad —sonrió la mujer, sin dejar de pelar patatas—. Isobella adora a Cole.

— Janny, tienes que dejar de intentar buscarme una relación.

— Yo no hago eso —protestó la anciana con una sonrisa.

— Cole se va a marchar. No quiero que me digas lo bien que se lleva con mi hija cuando sé que está a punto de irse.

— En un mes y medio tienes tiempo de...

— No, Janny. Se va a marchar ahora —lo interrumpió Dylan, echando las zanahorias en una cacerola—. Ayer hablábamos de los riesgos, ¿te acuerdas? Anoche decidí arriesgarme y... bueno, le hice saber que estaba interesado en él. Y hoy me ha dicho que quiere que contrate a otro peón porque se siente atrapado y quiere volar.

Había dicho todo aquello deprisa, casi sin pensar. Las palabras dejaron una estela de silencio, como cuando se rompe un plato.

— Lo siento, Dylan —dijo Janny.

— No lo sientas —intentó sonreír Dylan.

— No debería haber insistido —decía la mujer, pesarosa—. Soy una vanidosa. Creí que la experiencia me había enseñado cuándo un hombre merece la pena. Pero me he equivocado.

— Cole es un buen hombre, Janny —corrigió él—. Y por eso no va a marcharse inmediatamente. Aunque le gustaría —añadió, con amargura.

— No te entiendo.

— No se irá hasta que hayamos resuelto mis problemas con Donson. El... ¿te he hablado de su sobrina?

— No.

— Su sobrina Jennifer tiene un problema en las piernas y Cole ha pagado por todas las operaciones, pero no me lo ha dicho él. Henry González lo contó sin saber que Cole no quería que lo hiciera —siguió explicando Dylan, mientras batía los huevos—. Yo creía que era como Abigail, pero estaba en un error. Pensaba que se habría gastado todo su dinero en el juego o con hombres, pero no es así. Es un buen hombre, de verdad.

— Si es tan bueno, se quedará.

— ¿Cuántos años dices que tienes esta semana, Janny? ¿Setenta y cinco? Pues esos son años suficientes para saber que la vida no es tan sencilla —dijo Dylan. En ese momento, sonó el teléfono y lo agradeció. Estaba siendo antipático con su amiga y no sabía por qué. Quizá era para defender a Cole o quizá porque le molestaba que Janny insistiera en encender aquélla llamita de esperanza que tenía dentro de sí—. ¿Dígame? — preguntó, tomando el auricular después de secarse las manos.

SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora