Capítulo 9

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Dylan terminó de hacer las galletas justo a tiempo. Incluso pudo comer algo de pizza cuando Cole insistió en que lo hiciera. No le había preguntado nada sobre aquel maldito artículo, porque sabía que no quería hablar delante de la niña. Y, por la expresión de sus ojos, no iba a preguntar, de eso estaba seguro. Gente que lo conocía desde pequeño ponía en duda su carácter, pero él no lo hacía.

Aquello era una demostración de confianza que, sin poder evitarlo, le llegaba hasta lo más hondo. Cuando Dylan sacó la última galleta del horno, Cole había terminado de cenar y había salido de la cocina para encerrar a los caballos.

Dylan e Isobella estaban a punto de subir en la camioneta cuando Sharon Estes paró la suya frente a la verja, con un tráiler detrás.

— Sube al coche, Isobella. Enseguida vuelvo —le dijo a la niña, intentando disimular la rabia que le producía ver a aquélla mujer.

En ese momento, Cole volvía del establo.

— Deja que hable yo con ella.

— No.

La luz del anochecer le daba una expresión diferente a las facciones de Dylan. Parecía peligroso, tenso.

— Será mejor que yo hable con ella, Dylan. No creo que quede muy profesional si ella logra sacarte de tus estribos y dices cosas que no quieres —intentó sonreír él—. No podría culparte por ello, pero no valdría de nada. Confía en mí.

— ¿Estás enfadado con la señora Estes, papá? —preguntó la niña, nerviosa—. ¿Vas a...?

— No, no voy a insultarla —interrumpió él, exasperado. No iba a poder evitar contarle a la niña lo que estaba pasando y no le hacía gracia—. Y sí, estoy enfadado con la señora Estes. Alguien ha ido contando cosas feas sobre mí y ella las ha creído.

— ¡Qué asquerosa!

— Pues sí —dijo Dylan, intentando no sonreír.

— Van a llegar tarde a la reunión —dijo Cole, mientras Sharon se acercaba hacia ellos subida sobre altos tacones. Cole tenía razón. Si hablaba con Sharon Estes en aquel momento, perdería la paciencia—. Vamos, Dylan — insistió él.

— Dile que no quiero volver a verla. Y que no pienso devolverle ni un centavo.

— Se lo diré. Y vigilaré para que sólo se lleve a su yegua.

— Buena idea —dijo Dylan, entrando en el coche—. ¿Cole?

— ¿Sí?

— Gracias.

— De nada. —respondió el con una sonrisa amplia que mostro sus dos hoyuelos.

El apoyo y la confianza de aquel hombre lo hacían aún más atractivo a sus ojos. Pero duraría poco. Unas semanas más tarde, él se habría marchado. De eso estaba seguro Dylan.

~***~

Después de la reunión, Dylan volvió a la casa y le leyó un cuento a Isobella mientras la metía en la cama. Como siempre, la niña se durmió en cuanto apagó la luz.

Diez minutos más tarde, Dylan estaba en el silencioso salón, escuchando el tic tac del reloj sobre la chimenea. Su padre le había encargado desde pequeño darle cuerda a aquel viejo reloj. Para que se hiciera responsable, le había dicho. El sonido era tan reconfortante como los latidos del corazón de un amante. Dylan se acercó al reloj para darle cuerda y, mientras lo hacía, pensaba en el artículo del periódico. Y pensaba también en las dos opciones que tenía aquélla noche: quedarse en el salón o arriesgarse.

Unos segundos más tarde había tomado una decisión. Cuando salió al porche, el frío de la noche lo golpeó en el rostro.

— ¿Isobella está dormida?

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