Capítulo 4

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Mientras observaba el pollo que se doraba en la sartén, Dylan pensaba en el extraño efecto que Cole ejercía sobre él. Pero no se sentía avergonzado por ello. Cole Crawford era un hombre muy sexy y él, al fin y al cabo, tenía ojos. No podía negar que el hombre era atractivo. Probablemente el hombre más atractivo que había visto en su vida. Pero era solo eso, probablemente también era admiración.

Encantado consigo mismo por aceptar aquello de una forma tan natural, se lavó las manos y se dirigió hacia la puerta trasera para avisar a su peón de que la cena estaba casi preparada. Iba a empezar a llover y, probablemente, estaría en el establo encerrando a los caballos. Veinte minutos antes, Isobella había ido a conocer a Cole y aún no había vuelto.

Mientras salía al porche, pensaba que no estaba seguro de si le gustaba que su hija hiciera amistad con aquel hombre. Isobella era sólo una niña y las historias del rodeo y la carretera podían excitar su imaginación.

Cuando empezó a caminar hacia el establo, el viento movía su camisa haciendo que rozara sobre su pecho, y Dylan sintió un escalofrío.

El establo estaba cerrado, pero podía ver que había luz en el interior. — Entonces, ¿te caíste la primera vez? —oyó la excitada voz de su hija.

— Claro. ¡Y después de haber estado pavoneándome delante de todos mis amigos! —contestó Cole—. Entonces me di cuenta de por qué los buenos vaqueros suelen ser tipos callados. Normalmente, el que no para de hablar no es más que un bocazas —añadió.

— ¿Y tú eres un bocazas? —rió la niña. — Lo era.

Dylan se quedó parado. Kelpie, exhausta, estaba tumbada frente al pesebre en el que Dancer, la vieja yegua que usaba para dar clases, comía tranquilamente mientras a su lado Cole raspaba con un cepillo una pared llena de astillas. Se dio cuenta de que se había quitado el sombrero negro y se había puesto otro más usado, de color arena.

Cole se dio la vuelta y lo miró, sonriendo con aquella sonrisa que se ajustaba tan bien a su rostro como los vaqueros a sus caderas.

— Parece que tiene un «come madera» —dijo él.

Un «come madera» era un caballo que adquiría el hábito de mascar trozos de madera del establo y que acababa poniéndose enfermo.

— Ya lo sé, pero no es Dancen. Es el maldito caballo de los Bates. Por eso lo puse al final —explicó.

— Cole está quitando las astillas —dijo Isobella.

— Isobella, no creo que sea buena idea que estés todo el día detrás del señor Crawford. Él tiene muchas cosas que hacer y lo estás molestando con tus preguntas.

— No lo estoy molestando —exclamó la niña, indignada—. ¿Verdad que no te molesto, Cole?

— En absoluto —contestó Cole, dejando el cepillo y pasando los dedos por la pared—. Además, me ha ayudado a encerrar a los caballos.

Dylan cambió de posición, incómodo. Aquel hombre había arreglado algo que él no había tenido tiempo de arreglar y estaba siendo agradable y paciente con su hija, pero incluso eso lo molestaba. Le hubiera gustado tomar a Isobella de la mano y decirle que no volviera a acercarse a aquel hombre.

— Isobella, ya sabes que no me gusta que estés todo el día con los caballos.

— ¡Yo sólo he traído a dos de ellos, papá! —se disculpó la niña.

— Bueno, pues ahora tienes que ayudarme a mí —suspiró Dylan —. Ven a casa a dar de comer a Kelpie y a Hannah —añadió. La perrita lanzó un ladrido al oír su nombre y se restregó contra la pierna de su pequeña dueña.

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