Capítulo 7

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— Por Dios, Cole —dijo Dylan en la puerta de la perrera a la mañana siguiente—. ¿Qué te ha pasado?

Cole lo miró con tanta dignidad como podía, considerando que tenía un ojo morado.

— Me golpeé con una puerta —contestó él, sin dejar de dar de comer a los perros.

— Es una broma, papá —rió su hija, que no se apartaba de Cole cuando estaba en casa y a quien él había ido a buscar con el libro de matemáticas en la mano.

— Ya veo —sonrió Dylan —. Muy gracioso.

— Pues no te has reído —dijo la niña, inclinándose para ayudar a su vapuleado héroe—. Es un buen moretón, ¿eh? —rió la niña, orgullosa.

— Desde luego —contestó Dylan. Después de la noche que había pasado, no quería sentir ni la menor simpatía por aquel hombre. Especialmente porque seguro que aquel ojo morado era culpa suya—. Isobella, vas a perder el autobús.

— Siempre llega tarde, papá —explicó la niña.

— A lo mejor hoy llega a su hora, así que ve preparándote —insistió él. La niña se dirigió hacia la puerta con desgana—. Olvidas el libro de matemáticas.

— Te ayudaré con los caballos esta tarde, Cole —se despidió Isobella empezando su carrera habitual—. ¡Adiós, papá!

Dylan miró a su peón con una sonrisa en los labios. El seguía trabajando sin mirarlo y eso le recordó a su propia hija, que siempre escondía la cara cuando había hecho algo de lo que no se sentía orgullosa.

— Será mejor que me dejes echarle un vistazo a ese ojo —dijo él, intentando disimular una sonrisa.

— Estoy perfectamente —dijo Cole. Cuando se irguió, Dylan observó sus nudillos hinchados y magullados.

— Supongo que los nudillos también te los has golpeado con la puerta —dijo él, tomando la mano del hombre, sin antes procesar lo que estaba haciendo—. Ven conmigo.

— Aún no he terminado.

— Los perros pueden esperar cinco minutos. Tienes que ponerte una compresa fría en ese ojo —insistió él, dirigiéndose hacia la puerta.

— Te he dicho que estoy bien —dijo él sin moverse.

— Ya sé que te sientes como un idiota. Pero necesitas que te curen, así que sígueme.

Él lo siguió.

Aquel día hacía sol y los pájaros cantaban en los árboles mientras se dirigían hacia la casa. Inconscientemente, Dylan imitaba a Isobella y caminaba cada vez más deprisa. Se sentía como un estúpido.

Su cerebro le susurro que, aunque Cole se hubiera metido en una pelea, eso no significaba que no hubiera tenido otro tipo de «acercamiento». Y no decía mucho sobre su madurez que se sintiera contento porque aquel idiota se hubiera peleado con alguien.

Cole tuvo que alargar la zancada para acercarse a él.

— ¿Esto es una carrera? —preguntó, poniéndose el sombrero.

Dylan lo miró durante un segundo. Aparentemente, a Cole se le había pasado el ataque de macho indestructible.

— Supongo que debería alegrarme de que el comisario no haya tenido que llamar anoche para que fuera a buscarte.

— No me emborraché y, si alguien llamó a la policía, sería después de que yo me fui del bar.

— Entonces, ¿sueles pelearte cuando estás sobrio? 

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