Capítulo Final

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Cuando Dylan oyó que alguien entraba por la puerta trasera, ni siquiera se asustó. Incluso antes de ver quién era sabía que era Cole.

Estaba pálido y despeinado y su aspecto le hacía sentir una ternura que le rompía el corazón.

— ¿Por qué no estás en el hospital?

— No hacía falta que me quedara —contestó él—. Me han dado unos cuantos puntos y me han inflado de antibióticos.

Después de eso, se quedó en silencio. ¿Por qué no hablaba?, —se preguntaba Dylan—. ¿Por qué no lo abrazaba o le preguntaba por su hija?

— ¿Quieres tomar un café o prefieres irte a dormir?

— He vuelto para hacer la maleta —contestó él—. Me marcho.

Cuando Cole vio la expresión desolada de Dylan, estuvo a punto de abrazarlo y no hacerlo fue lo más difícil que había hecho en su vida.

— ¿Ahora mismo? ¿Te marchas ahora mismo?

Se marchaba justo cuando Dylan necesitaba más apoyo, más cariño, más protección que nunca en su vida. Era como una operación quirúrgica. Se apartaba de él de golpe. De esa forma, Dylan podría odiarlo y lo olvidaría más fácilmente.

— Es mejor así. Me marcharé dentro de veinte minutos. Si no te importa prestarme tu camioneta una últim-...

— Puedes alejarte de mí, pero no voy a darte las llaves para que te sea más fácil —lo interrumpió Dylan.

— Entonces llamaré a Will Stanford para que venga a buscarme —dijo él, dándose la vuelta.

— No quiero que uses mi teléfono —insistió Dylan infantilmente. Cole se volvió, asombrado. Dylan lo miraba con la barbilla levantada y aquellos labios generosos apretados... estaba muy pálido—. Por favor, Cole, no te vayas —susurró él—. Por favor. Te amo.

De alguna forma, Cole se obligó a sí mismo a darle la espalda y se alejó. Con cada paso que daba, se iba dejando un pedazo de sí mismo. Lo último que esperaba era que Dylan lo siguiera y caminase a su lado. Su corazón empezó a latir como loco.

— Si fuera por mí, —dijo Dylan, con calma— lo vendería todo y me iría contigo. Te seguiría a todas partes. Pero no puedo hacerle eso a Isobella —añadió él. Cole no hablaba. Ni siquiera lo miraba. Seguía caminando, sintiendo que se estaba volviendo loco—. Eres un magnífico entrenador de caballos y, si te quedaras aquí, podrías...

— ¡Por Dios bendito, Dylan! —exclamó él, parándose en seco—. ¿Es que no tienes orgullo? —pregunto, su mirada era de irritación hacia Dylan.

— ¡Eso no importa! —replicó él, tomándolo del brazo. A Cole le dolía aquello, pero no por la herida, sino porque deseaba con todas sus fuerzas abrazar a Dylan y sabía que no podía hacerlo—. Da igual. Estuve pensando en ello anoche. Te dejaría ir si supiera que no me quieres. ¡Dime que no me quieres, Cole y no volveré a decir otra palabra!

En medio del campo, con el sol asomando por el horizonte, Cole sintió que unos muros se cerraban sobre él. Unos muros que lo sofocaban.

— No puedo quedarme —dijo por fin—. Da igual que quiera hacerlo. No puedo quedarme.

— Claro que puedes —susurró Dylan, rozando su mano.

— ¡No! —exclamó él, apartándose—. ¿No me has oído? ¡Anoche tu hija podía haber muerto! ¡Tienes que dejarme marchar, tienes que-...!

— ¡Tú salvaste su vida, Cole! ¿No te estarás culpando a ti mismo por lo que ha ocurrido?

— Debería haberme imaginado que Wayne era la persona a la que Donson había contratado. Debería... siempre pasa lo mismo —dijo él, con desesperación—. Siempre que estoy cerca de alguien que quiero, ocurre algo terrible.

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