La Llama de Udûn: Primera parte

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Tras dejar atrás Bree aquella soleada mañana de primavera acompañada por la brisa septentrional de la zona, el enano tomó de nuevo el Camino Verde en dirección norte, hacia la gloriosa y restaurada ciudad de Fornost Erain o como la llamarían otros, Norburgo de Reyes. Le alegró sin duda alguna el poder contemplar decenas de caravanas con sus mercaderes volver a dar vida a esa deshabitada y temible ruta que durante tantos años había tenido en vilo a poblaciones enteras, sin saber que eran los Montaraces del Norte los que la transitaban.
Varios días después de la partida de la mítica posada del Poney Pisador, vislumbró en el horizonte unos altos muros de piedra en un hermoso atardecer y el corazón se le llenó de alegría, pues su objetivo se encontraba a escasos metros en comparación con toda la travesía que había recorrido desde la salida de Aglarond. Flanqueando el arco de entrada hacían guardia dos centinelas, que bien le conocían por alguno de sus anteriores viajes y ni siquiera se pararon a darle el alto, sino que le hicieron una reverencia cediéndole el paso. Sabían, o por lo menos conocían de oídas, que era un tipo muy bien relacionado este Bulbain, ya que se hablaba con el Rey Elessar, y eso era razón suficiente para molestarle lo más mínimo.
Nada más cruzar la arcada de piedra levantó la cabeza deteniéndose para observar mejor las imponentes torres y la fortaleza que se erguían frente a él, lo cual hizo que se emocionara una vez más, recordando lo apacible que llegaba a ser la vida en esa ciudad.
-¡Bulbain!¡Bulbain!¡Aquí!-gritaba una suave voz-. ¡Bulbain!
El enano movió la cabeza hacia la derecha y vio salir de una garita lo que parecía un niño enfundado en una cota de mallas.
-¡Bulbain!-repitió de nuevo.
-¿Cómo puedes correr con eso?-preguntó antes incluso de interesarse por él.
-Es de mithril-. Aquella respuesta dejó patidifuso al enano, que no podía desviar los ojos de sus resplandecientes anillos. Mithril...
-No sabía que el Rey proveyera a su guardia con cotas de tan preciado y escaso material-espetó volviendo a la realidad. El niño volvió a sonreír.
-Ya sabes...mi padre...
Resulta que aquel pequeño personaje se trataba de un hobbit. Faramir rondaba la veintena y su sueño siempre había sido llegar a ser un gran guerrero, por lo que comenzó con su adiestramiento en Fornost, no muy lejos de La Comarca. Su padre, a quien había mencionado hacía unos segundos, no era otro que el famoso Peregrin Tuk, uno de los nueve componentes de la Comunidad del Anillo, grupo de alto renombre a finales de la Tercera Edad por desbaratar los planes del Señor Oscuro Sauron y llevar a este a su perdición.
-Ven, está anocheciendo-le guió el hobbit por la ciudad-. Te han asignado una habitación en la posada del sector tres, donde habitan los mercaderes más adinerados.
-¿Y tú a dónde vas?-quiso saber Bulbain-. Aunque te encuentres donde te encuentras, no es hora para que un personajillo como tú ande a estas horas por las oscuras calles.
Faramir se giró hacia él riéndose mostrando a la vez su amplia y blanca dentadura.
-Es mi obligación volver al barracón, pues allí está mi residencia. Esta noche tenemos campeonato de cartas y he apostado cuatro monedas de oro por el segundo oficial.
-¡¿Cuatro monedas de oro?!-exclamó asustado el enano-. Tu padre debería saberlo, y ten por seguro que lo sabrá.
-No te molestes, amiguito -apuntó Faramir cogiéndole del brazo-. Fue él quien me mandó el dinero.  

 Acababa de amanecer hacía unos instantes pero los viandantes ya se habían echado a la calle como todas las mañanas a realizar su jornada laboral: el campo, la construcción o la forja era algo típico entre los pueblerinos de Fornost, aunque no todos madrugaban para dar de comer a sus familias. Los nobles y adinerados de la ciudad no sabían lo que era trabajar y aún así subsistían igual o mejor que los demás. Aunque no había por qué ser rico para levantarse a una hora prudente, tener dinero para tres comidas diarias, ropa e incluso un medio de transporte. El claro ejemplo podía contemplarse en el tipo de barba azulada que se apoyaba contra la pared de la posada Olórin del sector este. En una mano sujetaba una jarra de cerveza y en la otra una pipa de hueso, a la que de vez en cuando daba chupadas mientras observaba a los ajetreados habitantes yendo de aquí para allá. Sus ropas no eran lo mejor del mercado, pero parecía cuidadoso, incluso con su barba, lisa y recién peinada que finalizaba en tres bonitas trenzas adornadas con sendas anillas de oro talladas. Junto a él y contra la edificación de piedra yacía una hermosa y perfectamente manufacturada hacha de batalla enana que le seguía a todas partes y a la que tenía en gran estima.
Minutos después, el enano apuró la jarra, dejándola en el alfeizar de una de las ventanas abiertas de la posada para que uno de los mozos se la llevara. Aferró su hacha por el mango y miró a los dos lados de la calle; parecía estar aguardando a alguien que por los nervios que emanaba este llegaba tarde. Y no estaba equivocado. A través de uno de los arcos que conectaba el sector tres con el dos apareció un hombre vestido con una larga túnica roja que se apoyaba en un bastón falto de detalles. El pelo canoso le caía por los hombros aunque no tendría más de cuarenta años. Parecía que la edad estaba haciendo mella en él con más rapidez de lo normal.
Pronto se percató del enano y se dirigió hacia la posada, donde Bulbain arrojó al suelo lo poco de hierba que le quedaba en el interior de la pipa. Tras un breve y conciso saludo, se propusieron dar una vuelta por la ciudad mientras conversaban acerca de la mercancía.
-¿Qué tal anda tu Rey Gimli?-preguntó Joziram al enano.
-Bueno, ya sabes-contestó el enano mientras meditaba la respuesta-. Un pequeño grupo de rebeldes anda hostigando las caravanas Rohirrim y está buscando la forma de llegar a una tregua con ellos.
-Es de recio carácter, sabrá apañárselas ya lo creo.
-Vayamos al grano-espetó Bulbain viendo que el sabio se estaba desviando del tema-. ¿Dónde está mi mercancía?
-Si, tu mercancía-. Algo en su voz hizo que el enano no pusiera toda su confianza en él como lo había estado haciendo estas últimas veces. Le preocupaba su tono de voz y no entendía aquella posición defensiva. Parecía como si algo le preocupara o tuviera miedo de algo, de una fuerza exterior que no llegaba a intuir ni conocer.
-Si bueno, tenemos la carreta en el almacén-contestó con mayor confianza esta vez-. Todos los alimentos que nos pedisteis.
El enano, satisfecho, sonrió dándole una respuesta afirmativa y pusieron rumbo hacia el almacén de la ciudad, en la parte meridional de la urbe, por donde accedían todas las carretas llenas de provisiones y para poder almacenarlas con mayor rapidez sin tener que trabajar demasiado.
Tras quince minutos de caminata y cruzarse con dos tipos de la misma calaña que Joziram, arribaron a una gran edificación de madera en la cual decenas de trabajadores organizaban los productos por categorías. Avanzaron con paso seguro entre las estanterías mientras algunos saludaban al sabio hasta que, al llegar al fondo, divisaron alrededor de un centenar de carretas agrupadas de mala manera. Joziram se dirigió a uno de los encargados, que rápidamente encontró la carreta de Bulbain, de color ocre y de unos tres metros de largo.
-Aquí la tienes-se adelantó a decir el de pelo canoso-. Puedes echar un vistazo si quieres a la mercancía para asegurarte de que está todo en orden.
-Mi Rey confía en vosotros, yo debería hacer lo mismo, ya que soy su sirviente.
-Como gustes. Ahora te acompañaré a la salida, pues reconozco cuando una persona se encuentra en un lugar a la fuerza.

Bulbain tenía previsto partir ese mismo día pero no sin antes despedirse de su amigo Faramir. Lo encontró, como no, en el campo de entrenamiento practicando con una espada para su tamaño. Nada más verle corrió hacia él de la misma manera que lo había hecho el día anterior, y le pidió al enano que se quedara por lo menos una semana.
-Ya sabes que no puedo, Faramir-se excusó-. Cosas del trabajo, algún día lo te darás cuenta de esto y te lo tomarás de diferente manera.
-¿Qué se supone que llevas en el interior de la carreta?-preguntó el hobbit acercándose a la lona que tapaba la entrada.
-Lo de siempre, comida que en nuestro país no hay-contestó viendo desaparecer a la pequeña criatura en el interior.
-¿Y qué se supone que es esto?
Bulbain, sin saber a qué se refería, accedió también al interior. Faramir portaba en sus manos un recipiente parecido a una probeta pero cuatro veces mayor. El enano se lo quedó mirando un buen rato, descubriendo en el bote unos caracteres desconocidos para él.
-¿De dónde lo has sacado?-quiso saber aterrorizado-. No será una broma, ¿verdad?
-Te lo juro que no es mío. Lo encontré en esa caja de madera.
De repente, un largo silbido escalofriante recorrió sus cuerpos a la vez que una maligna voz ininteligible surgía de algún lugar. Los dos se miraron larga y tendidamente para acto seguido, bajar su vista hacia el recipiente que Bulbain portaba en sus manos.  

La Tierra Media: RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora