Relatos Marineros. Capítulo IV: El torneo

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¡Pumba! ¡Pumba! ¡Pumba! ¡Amondil! ¡Despierta! ¿No querrás llegar tarde tu primer día!? El Segundo nos mandará fregar toda la cubierta a pleno sol! .- gritaba Galdor desde el otro lado de la recia puerta, su voz perdía intensidad por ese hecho pero de todos modos me desperté sobresaltado. Tras despejarme parcialmente, brinqué fuera del mullido camastro y al tiempo que comenzaba a vestirme apresuradamente abrí la puerta a Galdor. Éste entro en la habitación como un torbellino, presa de un evidente nerviosismo:

- Amondil, apresúrate! Vamos! .- insistía mientras abría de par en par las contraventanas que daban a la calle. – El sol está saliendo por encima de la colina, llegaremos tarde!!

Unos rayos de sol inundaron la pequeña estancia de luz y provenientes de la calle se escuchaban signos del trasiego de viandantes, síntoma de que la actividad comercial comenzaría en breve.

En apenas unos minutos pasado mi sobresaltado y brusco despertar, me encontraba bajando de dos en dos los escalones de la Posada en dirección a la calle, en pleno descenso Galdor me sorprendió con una pregunta:

- Amondil que opinas de mis ropas, ¿crees que son adecuadas o son algo presuntuosas? .- preguntó con un semblante preocupado.

Entre las prisas, mi estado somnoliente y la escasa luz de mi cuarto en la Posada no pude apreciar sus ropas hasta que emergimos de la Posada a la calle, camino del Puerto de Trabajo.

Galdor lucía muy bien, podría pasar incluso por un joven miembro de la nobleza local de no ser por sus rústicos modales y maneras. Sus pantalones y camisa estaban confeccionados con una buena y fina tela con bordados en los puños y cuello, sujetando el pantalón llevaba un buen cinturón de piel y sus botas estaban lustrosas. Yo a su lado, y al de casi cualquiera, presentaba un aspecto lamentable con mis ropas no muy limpias después del asalto nocturno de la pasada noche. Tenía algunas marcas visibles de ello como manchas de sangre en el borde del cuello de mi camisa y alguna marca de suciedad resistente en los pantalones, avergonzado por mi deplorable aspecto le contesté:

- Parecéis un joven príncipe a mi lado..

- Mi madre insistió en que me pusiera estas ropas, todas nuevas, no entiende que vamos a trabajar.. seré el hazmerreír de la tripulación! .- sentenció Galdor con el rostro ceñudo.

- Si mi madre estuviese aquí sin duda me hubiese reprendido por el aspecto con que me presento ante el Capitán esta mañana, sucio y sin asear, espero que no me vea así Nimrilien..

Al pronunciar su nombre, afloraron sus palabras de aviso nuevamente a la mente de Amondil, esas palabras lo habían torturado en sueños, todavía no sabía como iba a afrontar la situación de contarle lo ocurrido ni, lo que es peor, como iba a reaccionar ella cuando se lo contara. Si de él dependiese trataría de ocultarlo, pero ello era poco menos que imposible...

Caminando a buen ritmo ambos jóvenes llegaron donde se encontraba amarrado el Dama Lessith en poco tiempo, cuando subieron a bordo la cubierta era ya un hervidero de actividad: algunos marineros iban de un lado para otro acarreando cosas, otros se dedicaban a repasar el casco del mercante, otros subidos en los mástiles aseguraban las sujeciones del velamen.... todo ello transcurría bajo la atenta mirada de dos siluetas situadas en lo alto del castillo de proa. Nada más poner pie en el buque una de las siluetas, la más robusta, les dirigió una atronadora bienvenida:

- Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? Unos grumetes haraganes! Bajad a la bodega y presentaros ante un marino que se llama Camlin, él os indicará lo que tenéis que hacer y andaos con ojo de no holgazanear pues no os voy a quitar la vista de encima!!

Tu, Galdor, quítate esa fina camisa que no eres oficial de la Marina del Príncipe! HaHaHa Pronto tendrás la espalda tostada del sol! Vamos! Vamos! A trabajar gandules!

La Tierra Media: RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora