Responsabilidad

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James se había calzado su chaqueta de cuero y había salido muy temprano ese día, sin siquiera avisarle a sus amigos. Caminó con las manos en los bolsillos de su pantalón desgastado, por las calles de Londres. Un grupo de jovencitas que parecían llegar de una fiesta le sonrieron con picardía pero él no estaba de ánimos para responderles. Más allá había un hombre que bajaba con sus manos un gran ropero de un camión, alguien se estaba mudando. No odiaba a los muggles pero no podía entender la clase de trabajos que realizaban, el esfuerzo que hacían, sin usar nada de magia. Recién comenzaba a amanecer, muy poca gente transitaba por la calle aquella madrugada, el moreno seguía su trayecto hasta que se detuvo de repente, y una idea estúpida se le cruzó por la cabeza al ver a una mujer regordeta bajar de un taxi. James y el trabajo era un capítulo del libro de su vida que ni siquiera tenía una página. Todavía estaba en la escuela por lo que no había tenido la posibilidad de pensar en ello. Ir a pedir trabajo de taxista no era muy fácil en Inglaterra. Al entrar al despacho y verlo tan joven los encargados comenzaron a reír a carcajadas. Aun así James no se achicó y se plantó ante ellos con todo el valor que lo caracterizaba.

- ¿Tienes licencia?

En ese momento James se puso pálido de repente.

- ¿Licencia?, ¿necesitan licencia?

- Sí chico, ¿la tienes? Sino vete, no nos hagas perder el tiempo.

James salió de allí cabizbajo. ¿Quién pensaría que para montar escobas no existían las licencias y para subirse a esos cacharros con ruedas sí? ¡Increíble! El muchacho se encontraba abatido. Continuó caminando buscando alguna señal. Después de unas horas sin saber qué hacer y algo resignado se topó con la tienda de un amigo de su padre. Trabajar en la zapatería era la oportunidad que James esperaba. No iba a ganar mucho pero aun así se volvería alguien respetable ante los ojos de Lily. Aquel día, entró en el negocio en donde lo esperaba el dueño, el señor Owens, un anciano de escaso tamaño pero de rostro riguroso. El mismo le había explicado que su trabajo consistiría en atender a los clientes y mantener el lugar en orden. Le pagaría cien libras a la semana aunque para James el dinero era lo de menos. Comenzaría al día siguiente a las seis de la mañana. El joven agradeció y se alejó de allí rumbo a su hogar para comentarles a sus amigos la buena nueva. Cuando al arribar a la verja de su inmensa casona se encontró con un muchacho que parecía recién haber llegado. Miraba la mansión atentamente, maravillado y llevaba en una de sus manos una gran maleta. James desconfió un poco, nunca lo había visto en su vida, por lo que instintivamente comenzó a sacar la varita del bolsillo de su chaqueta.

- ¡Oye, tú!- gritó. El muchacho de cabello color arena y transparente mirada, dio la media vuelta.- ¿Qué buscas?- preguntó de mal modo.

- ¿Vives aquí?- preguntó el otro mientras le dedicaba una mirada fugaz a la casona.

- Sí, ¿Vienes a robar? - exclamó tranquilamente James pero bastante impaciente.

El otro lo miró sorprendido.

- Yo no soy ningún ladrón y si lo fuera, ¿crees que te lo diría?

- Pues no sé, no te conozco.- volvió a hablar el pelinegro algo confundido.

- Solo vine a ver a mi tía.

- Sí, claro... ¿tu tía?

- Sí, Dorea Potter, ¿Está?

- Eh... sí, es mi madre, soy James Potter- dijo desconcertado extendiendo una mano que el otro ignoró.

- Marcus- lo interrumpió el otro conservando la compostura, sin siquiera inmutarse- soy Marcus Taylor Black. Ahora déjame pasar.

El amor de LilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora