Dicen que la edad de maduración en la universidad oscila entre los 21 y 23 años, al parecer para muchos eso es muy cierto, quizás porque uno comienza a meditar que muy pronto dejará la universidad y que se verá en la obligación de buscar un trabajo y de que ya los padres no pagarán tus gastos para salir a divertirte o para comprarte ropa, una tarjeta para el celular y eso comienza a aterrorizarte y en tu mente esta constantemente ese pensamiento una y otra vez, noche y día, no te deja comer ni dormir, entonces o te pones pilas para que en todos tus cursos tengan buenas notas para que puedas conseguir un buen empleo o simplemente jalas algunas asignaturas para demorar la salida de la universidad y les mientes a tus padres diciéndoles que el profesor te odia y se ha agarrado de ti y que por cualquier cosa te jala, alternativa que muchos optan, porqué negarlo, es así de simple.

Para mi buena fortuna no era mi caso. Yo iba bien en la universidad y no me puedo quejar, si les hablo de madures y de lo feo que fue para mi el cuarto año es porque yo era una chica que, si bien se preocupaba por sus estudios, también le gustaba divertirse y no faltaba a fiesta que se presentaba o no dejaba de ir al cine o de compras, claro, siempre con mis amigas, para mi ellas siempre estaban ante todo primero, porque yo creía que así debían de ser las cosas, luego supe que no siempre pasa eso, que a veces uno debe saber que existen otras cosas más importantes, pero mi falta de madures nunca me dejó ver eso, solo mucho después, cuando ya era muy tarde para reparar las cosas. 

A mis 21 años y en cuarto año, comencé a salir con un muchacho llamado Christopher , recuerdo que tenía unos ojos muy tiernos y bellos acompañados de unas pestañotas que eran la envidia de todas las chicas. Cuando lo conocí me llamó mucho la atención su personalidad: era un muchacho alegre, espontáneo, extrovertido y seguro de sí mismo y de lo que quería. Quizás esa fue la razón por la que acepté ser su enamorada. La primera semana de enamorados fue divertida, pero las siguientes se fueron tornado para mí en desesperantes. Él solo quería que la pasemos platicando en su casa o la mía, que saliéramos solo los dos, que le comunique a donde iba, si salía con mis amigas por que él hacia lo mismo, que lo llame antes de acostarme para despedirnos y desearnos dulces sueños, cosas que yo no estaba acostumbrada a hacer, por lo que algunas veces para evitar verlo le inventaba algunas mentiritas como que estaba enferma, que tenía que salir con mis padres y otras más, con la finalidad de salir con mis amigas a divertirnos a las discotecas. Claro, como les dije, mis amigas siempre me regañaban por lo que hacia, me decían que era una tonta, que no debería mentirle a Christopher, que como él no encontraría otro igual, que fuera mas responsable y que asumiera que tengo un enamorado y que debía estar con él. Por supuesto que todo eso me entraba por un oído y se me salía por el otro, yo seguía  igual, divirtiéndome y mintiéndole a Christopher, hasta que un día me descubrió.

El verdadero amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora