Capítulo V

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- Sentidos.

Para mí suerte, la casa de playa no queda muy lejos. Estacionamos en la entrada y Francesco baja rápido para abrir mi puerta.
La vivienda es hermosa, de estilo casual. Dispone de dos plantas y grandes ventanales cubren todas las paredes ¿Y la privacidad? Pienso por un momento, al ver tanto vidrio donde deberían de haber cortinas.

-Este es mi lugar en el mundo, Katherine- Dice y me mira de reojo.
-Ya comprendo porqué- Suspiro admirando. -Es realmente hermosa- Confieso.
-Como usted- Remata, y me quedo sin habla. Sonríe al darse cuenta lo que provoca en mi. -Será mejor entrar- Coloca una mano en mi espalda baja y me guía al interior del lugar.

Tiene un gusto excelente, o tal vez el buen gusto es de su diseñador de interiores.
Una gran sala de estar es lo primero con lo que me topo. En el centro de ella un hermoso piano blanco llama mi atención de inmediato. A un lado de la entrada hay un gran mural con fotos. En él puedo ver a los que creo son sus familiares. Una mujer con el pelo color azabache y ojos azul zafiro sonríe junto a Francesco en varias fotos, parece ser su madre, hay otra foto con una niña y dos niños, son pequeños, pero lo distingo a él entre ellos, la niña es rubia de ojos verdes y el otro niño es moreno y de ojos verdes también; y hay varias fotografías con el que, creo, es su padre.
Francesco toma mi mano y me distrae de mi pequeño viaje mental hacia sus recuerdos.

-Lo siento- Me disculpo realmente apenada.
-No es nada- Le resta importancia. -Ven- Lo sigo por el corto pasillo hasta la sala. Vuelvo a enfocar mis ojos en el piano.
-¿Tocas?- Le pregunto curiosa.
-Desde los cinco años- Responde sonriendo. ¿Es que acaso nunca deja de sonreír? Me pregunto.
-¡Quiero oírte!- Digo automáticamente, por inercia. Me encanta el piano. Se acerca a mi oído y susurra.
-¡Será un placer tocar para usted, señorita Miller!- Rosa el lóbulo de mi oreja al emitir sus palabras y se encamina al hermoso instrumento.

Lo sigo como una cobra al encantador, se siente como si me hubiese echado una maldición encima y con solo chasquear sus dedos me pone a comer a sus pies.
Toma asiento y coloca sus dedos sobre las teclas, caben en ellas a la perfección. Con su mano derecha palma el hueco del asiento a su lado y hago lo que me dice sin chistar ni protestar. Con suavidad, pasa su brazo derecho al rededor de mi cintura y vuelve a colocar esa mano sobre el teclado acercándome más a él con ese pequeño movimiento. Mi piel se estremece nuevamente y él sonríe satisfecho, logra su cometido y lo nota sin dificultad. Sus manos se deslizan suavemente por el piano, la melodía poco a poco penetra mis oídos y me transporta a otro universo. Air on the G string, de Bach, reconozco el sonido tan particular al instante. Me siento extasiada por la musica, parece que floto en la atmósfera, quiero que el tiempo se detenga ya, pero no sé detiene. Francesco continúa con sus ojos cerrados hasta finalizar la pieza, pero no quita sus manos de las teclas.

-¿Quiere algo para beber, Katherine?- Me pregunta levantando el rostro para observarme.
-Lo que usted tome está bien por mi- Respondo mientras mis ojos recorren el resto de la sala. Esboza una pequeña sonrisa y sus ojos se achican al hacerlo.
-¿Whisky, entonces?- Ríe. Cree que va a asustarme con una simple bebida.
-Perfecto- Respondo y levanto una ceja. Me mira divertido y se encamina hacia su Howard Miller Barolo(*)

Abre las puertas y sirve la bebida en dos vasos, me tiende uno y lo cojo levantándome de mi lugar. Bebo el contenido de un sorbo, realmente me gusta el Whisky, Santi dice que tengo paladar de hombre para el alcohol. Me disculpo un momento con Francesco y me dirijo hacia un gran ventanal con vista al mar. Cojo mi teléfono celular de mi bolso de mano y le envío un mensaje de WhatsApp a mi amigo:
"Santi, ve a dormir a casa. Sabes donde guardo las llaves de repuesto. Francesco me alcanzará hasta allí. Te veo en un rato, cariño." Pulso enviar.
Al levantar mi rostro me encuentro con los cautivantes ojos celestes del Señor Leone. Su sonrisa de lado me derrite y me pierdo en la comisura de sus labios.

-¿Todo en orden, Katherine?- Pregunta curioso.
-Si, solo le escribía a Santiago para avisarle que vaya a dormir a casa- Respondo.
-¿Tú y él...?- Inquiere. Comprendo enseguida la intención de su pregunta.
-¡Oh, no!- Comienzo a reír. -Sólo somos amigos- Le aseguro. Me mira dudoso. -Santiago es gay- Confieso y sus facciones de ablandan mientras comienza a reír por lo bajo.
-¡Ya veo!- Muerde su labio inferior, y todo dentro de mí se enciende. Ladea su cabeza. -¿Te encuentras bien, Kat? Pregunta. -Tus ojos... Se oscurecieron un poco, o tal vez sean ideas mías- Suspira. Mi cuerpo vibra de nuevo, muero de ganas por probar el sabor de sus labios.
-Me encuentro perfectamente bien, Francesco- Me acerco a su rostro y susurro casi rozando su piel.

Su mirada se enfoca en la mía, puedo sentir como me desviste mentalmente. Con su mano derecha coloca un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja y cierro los ojos ante su tacto tan suave.

-¿Ha pensado en mí invitación a cenar?- Pregunta y me mira de lado.
-Es un gesto muy lindo, Francesco. Pero creo que lo haré desear un poco más- Guiño un ojo, sonrío y giro mi rostro nuevamte hacia la magnífica vista que se extiende ante mis ojos. Puedo oírlo reír por lo bajo mientras se coloca a mis espaldas. Su respiración se siente entre cortada.
-¿Le gustaría dar un paseo por la orilla?- Pregunta y me tiende una mano.

Su mirada no me suelta, esos ojos celestes están a punto de volverme loca. Me incomoda, me encanta, me estremece y me excita. Quiero que deje de mirarme de esa forma, pero también quiero que nunca deje de hacerlo.
¿Bipolar? Por favor...
Coloco mi mano delicadamente sobre la suya, su suave roce parece darme algo de estática; ríe porque también lo siente. Pero no la quita.
Sin decir una palabra más me guía hacia un largo pasillo hecho de tablones de madera que conducen hasta la orilla del mar. La noche está estrellada, no se divisa una sola nube. Al llegar a la arena quito mis zapatos y los dejo sobre la madera. Realmente temo estropearlos, y más allá del valor monetario, tienen un gran valor sentimental para mi. Fueron regalo de mi hermana Moira en mi cumpleaños pasado.
Camino descalza por la arena. Adoro esa sensación, realmente algo que amo profundamente es el sentido del tacto. El roce de piel con piel, una caricia, los pies en la arena y el agua, la respiración de una persona chocando contra el cuerpo de la otra; un susurro al oído. Me estremezco y Francesco lo nota. Toma mi brazo haciéndome girar sobre mis talones para que nuestros cuerpos queden pegados el uno con el otro. Su mirada me devora, acaricia mi mejilla lentamente y el tiempo por fin parece detenerse.

(*) Howard Miller Barolo Mueble bar. Para guardar bebidas blancas.

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Bueno hermosas, acá dejo otro capítulo. Espero sus votos y comentarios. Y por supuesto que les esté gustando la historia. Besotes.

Abrázame muy fuerte (Hasta hacerme perder la Cordura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora