Capítulo 2

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Domingo 23 de septiembre

Cerca a casa solo existe bosque, una autopista y quizá más allá de todos esos árboles, tenga un vecino.

En éstos días no he salido de casa, lo único que verdaderamente he disfrutado hacer es crear cuentos de terror y estar con papá.

Increíble pero cierto.

Según lo que estuvimos conversando, nosotros hemos desaparecido del radar de todos nuestros conocidos, podemos armar una vida nueva, buena. Y aunque dudo de eso, no tengo corazón para decírselo, se ve tan esperanzado y no se lo quitaré.

—Mañana empiezan tus clases.

Miro nuestras tazas de café, el efecto del humo hace que me ría de sus lentes empañados, deja su laptop al costado y los limpia detalladamente.

—Y prepárate, en la noche vendrán nuestros vecinos más cercanos.

Antes de que pueda replicar, me lanza aquella mirada tierna que hace no poder negarme. Una semana para que aprenda a manipularme, soy tan fácil.

—¿Pantalón o vestido?       

Se ríe y me abraza.

Las horas van pasando, sobre todo cuando te burlas de tu padre que cocina y baila a la vez. 

A las siete en punto el timbre es tocado, causando que un ruido demasiado chillón haga eco por toda la casa, tapo mis oídos mientras que papá solo arruga la nariz. 

Señala la puerta y yo de mala gana le hago caso, abro la puerta encontrándome con dos señores de edad madura que me sonríen de una manera poco común.

—Hola.

—Hola, tu debes ser: "La niña bonita de ésta casa". Nos lo dijo tu padre, te presentamos al niño bonito de nuestra casa.

Dieron paso a un chico alto, de contextura fuerte, cabellos tocados ligeramente por el sol, tiene una cara dura pero su sonrisa me dice que es amigable. No lo miré mucho tiempo, dejé pasar a la familia e invité a tomar asiento mientras que papá se desocupaba en la cocina.

—¿Cómo te llamas?

—Steph Layilan   

—¿Cuántos años tienes?

—17

—¿Y tu madre? Adam dijo que conoceríamos a su familia completa.

Apreté la mandíbula, no sabía que responder, llevábamos varios minutos en silencio así que decidí responder con la verdad.

—Mi madre está muerta.     

Ante la mirada atónita de los invitados me paré y me dirigí a la cocina para llamar a mi padre y ayudarlo a acomodar la mesa.

—¿Cómo te fue?

—Incómodo, necesitas ir ahí, yo me encargaré de todo aquí.

Parecía no estar seguro pero aceptó, lo ví alejarse paso a paso, mientras yo iba recogiendo algunos platos para servir la comida.
Iba colocándolos en la mesa cuando llegó el niño bonito de la otra casa, con esos aires de superioridad que parecía caracterizarlo.

—Me mandaron a ayudarte.

—Abre la gaveta de arriba y saca las copas de helado.

—Oye, sobre lo de antes, lo siento mamá no tiene filtro y cuando se da cuenta es demasiado tarde.

—Uhm, está bien.

—¿No dirás algo más?

Giré sobre mi lugar y lo encaré.—¿Qué quieres que diga?

—No lo sé, un "No te preocupes, no hay nada de malo y como compensación saldremos"

Lo miré raro, giré otra vez para seguir acomodando la mesa y al terminar, le quité las copas para llenarlas de helado y meterlas al refrigerador, saqué la torta de chocolate y corté pedazos para servirlos en el postre.

Cuando ya estaba todo listo me permití verlo de frente, seguía de pie, mirando con el ceño fruncido todo lo que hacía.

Salí de la cocina y llegué a la sala.

—La comida está lista.

Bailando con bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora