Pesadillas o advertencias

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-¡Niño!-una voz masculina que Miguel reconoció al instante lo llamo por detrás.

-¡Héctor!- grito él girando sobre si y tratando de localizarlo con la mirada.

Ahí estaba su tatarabuelo, haciéndose pedazos cada vez que él trataba de avanzar, Miguel aterrado corrió hacia él y se arrodillo tratando de evitar que otro pedazo del esqueleto se convirtiera en polvo de cempasúchil.

Pero Héctor lo detuvo con la mano y lo miro directamente a los ojos.

-Miguel tu hermana...-él hablaba con mucha dificultad- tienes que ir con ella ahora-

Miguel sabía que tenía razón, sin embargo le parecía inconcebible tener que abandonar a su tatarabuelo en ese estado. A pesar de que ya era un hombre de veintiún años por alguna razón se sentía como si hubiera vuelto a tener doce.

-No entiendo ¿¡Héctor que está pasando!? Hemos puesto tu foto en el altar, no te hemos olvidado.

-¡Miguel tu hermana está en peligro!-grito desesperado- ve con ella ahora, ya no hay nada que hacer por mí-

Un potente llanto se escuchó a pocos metros de ellos, Miguel giro la cabeza y vio a su hermana hundirse en el campo de flores de cempasúchil y gritando suplicando ayuda, él empezó a correr en su dirección pero sintió que sus propios pies se hundían en el campo de flores.

No podía moverse, impotente miro a Socorro que desaparecía por completo en el campo sin dejar rastro de que alguna vez estuvo ahí, lagrimas comenzaron a correr por su mejilla, miro hacia atrás y presencio como Héctor se hacía polvo y se desvanecía por completo con la brisa del viento.

Miguel abrió los ojos de golpe y se levantó gritando de la cama, giro la cabeza en todas direcciones, tratando de localizar el lugar donde se encontraba, pronto vio la guitarra blanca recargada en la pared y la ventana de su dormitorio que daba vista hacia un cerro de Guadalajara.

Fue solo un sueño, se repitió en su mente, aunque no era la primera vez que soñaba eso y siempre le causaba el mismo terror. Los dos últimos viajes que él había hecho hace años a la Tierra de los Muertos al parecer lo habían dejado con un efecto secundario: podía ver fantasmas.

A los esqueletos de aquella tierra para ser más específicos, él pudo percatarse de eso un año después de su visita en aquel lugar en el que Héctor estuvo a punto de desaparecer. Podía ver a sus familiares rodeados por un aura de color anaranjado, bailando y festejando con ellos.

En aquella ocasión le dio un enorme gusto volver a ver a su familia de nuevo y comprobar que Héctor realmente estaba bien, bailando con su esposa y acompañándolo con una guitarra de vez en cuando.

Sin embargo no quiso hablar con ellos; en parte porque todos sus familiares vivos estaban ahí presentes y no quería que pensaran que estaba loco y en segunda porque ni siquiera sabía si realmente serían capaces de escuchar y hablar con él. Así que solo actuó como si no pudiera verlos.

No obstante, pronto se dio cuenta que esa habilidad solo podía ser usada en el Día de Muertos o en los días cercanos a ese. El resto del año, Miguel jamás podía ver a alguien muerto. Pero también descubrió que días antes de esa fecha empezaba a sufrir a causa de las pesadillas que llegaban a nublar su mente.

Pasada la fecha las pesadillas desaparecían, sin embargo todas tenían el mismo ingrediente de siempre: Papá Héctor. Por alguna razón siempre lo soñaba sufriendo, desbaratándose o desapareciendo, alertándolo de cosas que él no podía entender.

Coco 2: Recordando lo olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora