Capítulo #10

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Es viernes por la mañana. Otra vez toca inglés. Cuando camino por el pasillo intento no mirar a Alicia. Estoy casi en mi asiento cuando cometo el error de echar un
vistazo hacia su pupitre. Y allí está, sonriente otra vez, totalmente inconsciente del efecto que eso tiene en mi cabeza; me la desordena.
La señorita Jennings baja las luces. Estamos viendo una película de Noche de Reyes, la obra de teatro que estudiamos este trimestre. Al principio intento
concentrarme en la película por todos los medios, pero tras unos minutos me distraigo y mis ojos miran fijamente la nuca de Alicia. Normalmente lleva el pelo suelto,
pero hoy se lo ha recogido en un moño y puedo ver su cuello. Me imagino besándolo. Con tan solo pensarlo siento un calorcito por todo el cuerpo. Intento sacarme este
pensamiento de la cabeza, como si no existiese. Respiro profundamente e intento mantener los ojos en la pantalla.
Afuera llueve y el aula está caliente. Pongo el dorso de la mano sobre la ventana. La condensación es agradable: fría y húmeda. Cuando retiro la mano, deja una
huella. Al lado dibujo un círculo con el dedo índice. La señorita Jennings levanta la vista de sus correcciones. Yo retiro la mano húmeda y me la limpio en los pantalones.
Un segundo más tarde, Alicia se gira en su asiento y añade unos ojos y una sonrisa a mi círculo. Antes de que pueda frenarme me inclino y añado un par de orejas
de soplillo y un mechón de pelo. Y puedo notar, por la manera en que se contraen los músculos del cuello, que Alicia está sonriendo.
—¿Ejem?
Levanto la vista. La señorita Jennings nos está mirando fijamente a los dos, tiene las cejas enarcadas. AAlicia se le escapa una risita. Yo lucho para que mis labios
no dibujen una sonrisa y sé que tengo que controlarme.
Durante el resto de la clase me obligo a mirar hacia la pantalla y a ningún otro sitio.
Cuando suena el timbre, nuestra carita ha empezado a deslizarse hacia abajo por la ventana, tiene los ojos caídos y la sonrisa ahora es un gesto triste. Mientras
guardo mis cosas puedo sentir que me está mirando. De forma distraída, se me cae el bolígrafo. Me agacho para recogerlo, pero Alicia es más rápida.
—Toma —me dice, empujándolo en mi mano.
—Gracias —murmuro, metiendo el bolígrafo en mi mochila.
Espero a que se vaya, pero no lo hace. En vez de marcharse, se sienta en el borde de mi pupitre y balancea las piernas mientras continúa mirándome.
—¿Leo? —dice.
—¿Sí? —respondo, cerrando la cremallera de mi mochila sin mirarla a los ojos.
—¿Puedo pedirte un favor?
Trago saliva con dificultad.
—¿Qué tipo de favor? —le pregunto con lentitud.
—Es uno pequeño, lo prometo —responde, mordiéndose el labio inferior—. Es que he entrado en un concurso de canto por internet y el ganador puede conocer a
los mejores ejecutivos de las discográficas, pero necesito un montón de votos más para llegar a la final. Así que me preguntaba si votarías por mí... Se lo he pedido a
todo el mundo en Facebook y Twitter, pero no te he encontrado.
Siento un cosquilleo en la piel al imaginarme a Alicia buscándome en las redes.
—Por cierto, creo que es superguay —añade.
Yo frunzo el ceño.
—Que no estés en Facebook, quiero decir —continúa—. Muchas veces preferiría no estar. A veces te puede volver loco, ¿entiendes?
No le contesto.
—Entonces, eh, ¿cantas? —pregunto en vez de contestarle.
—Sí, bueno —dice, mirándose los zapatos; de repente parece tímida—. También escribo mis propias canciones y subo los vídeos a internet, ya sabes, a YouTube
y eso.
—Ah, qué guay —murmuro.
—Entonces, ¿votarás por mí?
—¿Qué tengo que hacer?
—Dame la mano.
Antes de que pueda hacer o decir nada, me coge la mano y la pone encima de la suya. Su piel es suave y sus uñas son cortas y están limpias, y tienen una capa de
esmalte transparente. Dejo la mano floja y ruego que no se dé cuenta de que me muerdo las uñas. Con un bolígrafo, garabatea algo en el dorso, la punta del boli tira un
poco de la piel. Cuando termina, hace una pausa. Tengo que luchar contra el deseo de retirar la mano de un tirón. Ella levanta la vista.
—Manos pecosas —dice.
—¿Eh?
—Siempre he querido tener pecas —continúa—. Mi abuela cree que son besos del sol. Bonito, ¿no?
Me encojo de hombros.
Alicia le da un golpecito a mi mano con el bolígrafo.
—Bien, esa es la dirección de la página web. Yo aparezco en la lista como Alicia B.
—Alicia B —repito.
—Para votar por mí, solo tienes que hacer clic en mi nombre y ver mi vídeo. Creo que estoy casi a mitad de la página.
—Vale.
—Genial. Gracias, Leo, realmente agradezco que hagas esto.
Es solo entonces cuando deja libre mi mano.
Después de clase, en vez de ir directamente a casa, me dirijo al aula de informática. Aparte de otro chico y el profesor de guardia, está vacío.
Cojo un par de cascos del montón que hay en la parte delantera del aula y me siento delante de uno de los monitores en la última fila. Escribo la dirección de la web
que llevo en la mano en la barra de direcciones. Bajo hasta que encuentro a Alicia B y hago clic sobre su nombre.
La cara de Alicia aparece en la pantalla. Está sentada al pie de una cama con las piernas cruzadas, con una guitarra en el regazo, y su cara está congelada en una
sonrisa. Le doy al play.
—Hola, soy Alicia B —dice directamente a la cámara—. Esta es una canción que he escrito y que se llama Deep down with love. Espero que te guste y si te gusta,
¡que votes por mí! ¡Gracias!
Comienza a cantar. Y es increíble, mucho mejor que cualquier participante del programa «Factor X» o de «Gran Bretaña tiene talento». Miro el vídeo un par de
veces más, aunque solo se me permita votar una vez. Estoy a punto de marcharme cuando recuerdo que dijo algo de subir cosas a YouTube, así que escribo su nombre,
Alicia B, y me salen un montón de vídeos. En algunos sale cantando canciones de gente como Adele o Leona Lewis. Pero los que más me gustan son en los que ella
canta sus propias canciones, todas tienen letras tristes sobre desamores. Al final de cada tema siempre espera un par de acordes antes de sonreír ampliamente para
demostrar que es solo ficción

El Arte De Ser NormalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora