El lunes por la mañana espero a Leo en la parada del autobús delante del colegio. Al lado contrario, dos autobuses están estacionados
delante de las rejas, los motores zumban con suavidad, los conductores, de pie en la acera, charlan y fuman. Hoy debe de haber alguna
excursión a algún sitio.
Miro la hora en mi móvil. El número catorce viene con retraso. En la distancia suena el primer timbre. Veo cómo el patio se vacía
poco a poco. Puedo divisar a Essie y a Felix en la distancia, el pelo recién teñido de rojo de Essie prácticamente resplandece.
Me pongo de puntillas y oteo la calle buscando el autobús de Leo, disfrutando del sol invernal en la cara y del cielo azul brillante
encima de mí. La mañana está fresca, llena de optimismo, y no puedo dejar de sentirme esperanzado por Leo de que las cosas van a ir
bien después de todo.
Mi mente todavía está dando vueltas con lo que me contó la semana pasada; de hecho, casi no he pensado en otra cosa. Tengo
tantas preguntas que creo que voy a explotar, pero intuyo que Leo necesitará prepararse un poco antes de estar listo para contestarlas
todas.
Por fin veo el autobús. No localizo a Leo entre los pasajeros que bajan y por un instante temo que al final hoy no vuelva al colegio,
pero luego lo descubro bajando la escalera agachado, la última persona en salir. Se le ve cansado. Tiene el pelo apelmazado, como si se
hubiera caído de la cama hace un segundo, y tiene unas ojeras púrpura que casi parecen cardenales, y parece que le duelan. Cuando me
ve frunce el ceño.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, cambiándose la mochila de un hombro al otro.
—Pensé que apreciarías algo de apoyo moral —respondo alegremente.
—Me va bastante bien solo, gracias —masculla, entrecerrando los ojos por elsol, usando su mano como protección.
—Ya sé que te va bien solo —digo—. Solo quería verte y decirte hola.
—Bueno, pues hola —contesta, poniendo los ojos en blanco.
En la distancia suena elsegundo timbre.
Lanza un suspiro.
—Venga, vamos.
Cruzamos la calle y pasamos las rejas, caminamos a través del patio.
—¿Qué tal el resto del fin de semana? —pregunto.
—Bien —balbucea Leo.
No pregunta por el mío.
Lo miro con el rabillo del ojo. Aunque se lo ve totalmente hecho polvo, le queda bien. Lo hace parecer atrevido, casi peligroso. Es un
aspecto que yo no podría tener nunca.
Abre la puerta principal y hay un momento incómodo cuando me doy cuenta de que la mantiene abierta para mí, fingiendo ser un
caballero.
—¿Entras o qué? —pregunta cuando yo titubeo.
—Por supuesto —digo, agachándome para pasar por debajo de su brazo.
Enseguida Leo gira hacia la izquierda, hacia las aulas de primero de bachillerato.
—Si hoy me necesitas, por cualquier cosa, llámame —le digo.
Élsacude la cabeza un poco y sigue caminando.
Llego al aula de mi curso justo cuando todo el mundo se está yendo. Harry me empuja al pasar, aplastándome contra el marco de la
puerta. Cuando el señor Collins me ve frunce el ceño y hace un gesto al poner una marca negra de «tarde» al lado de mi nombre en la
lista.
Articulo mi disculpa y me voy directo a biología.
Cuando llego Essie y Felix ya están allí, sentados uno al lado del otro en nuestra mesa, con las cabezas agachadas.
—Hola —saludo, arrastrando un taburete.
—¡David, te hemos estado buscando! —dice Essie, enderezándose—. ¿Dónde estabas esta mañana?
—Tenía cosas que hacer —respondo, poniendo la mochila en mi regazo y sacando el estuche.
Me siento raro al no dar más detalles, pero me siento más seguro si no digo absolutamente nada. A fin de cuentas, no es decisión mía
compartir elsecreto de Leo.
—¿Eso quiere decir que no te has enterado? —pregunta Felix.
—¿Enterado de qué?
Los dos intercambian miradas.
—De lo de Leo —dice Essie.
—¿De qué estáis hablando? —pregunto, sin humor para adivinanzas.
—Espera, ¿de verdad que no sabes nada? —se sorprende Felix.
Miro a mi alrededor. Toda la clase está animada, se escucha su parloteo en voz alta interrumpido por ocasionales gritos ahogados o