—¿Estás segura de que no regresarán hasta tarde? —le pregunto a Alicia cuando abre la puerta de su casa.
—Te lo prometo. Van a esta cena todos los años, y siempre vuelven a las tantas. Papá incluso se ha tomado mañana el día libre. Barra libre y todo eso. De verdad,
tenemos horas.
—Vale —digo, siguiendo a Alicia por el oscuro pasillo, arrastrando un canario de peluche de la feria detrás de mí.
Casi convencí a Alicia de que fuéramos a Nando’s con Ruby y Liam y otros chicos de nuestro curso. No es que yo tuviera un interés especial, pero sabía que entre
que llegáramos, pidiéramos la comida, comiéramos y peleáramos por quién pagaría la cuenta, ya sería probablemente demasiado tarde para ir a casa de Alicia. Pero ella
ya lo tenía decidido, le susurró algo al oído a Becky antes de arrastrarme lejos de la seguridad de la multitud.
—¿Quieres algo de beber?
—Ehhh, sí, por favor. Un poco de agua estaría bien, o Coca si tienes.
Pone los ojos en blanco.
—Me refería a una bebida de verdad.
Coge mi mano y me conduce por la puerta del recibidor hasta el salón. Enciende las luces y abre una gran vitrina de cristal que contiene por lo menos veinte botellas
de diferentes bebidas alcohólicas.
—¿Te gusta el vodka? —pregunta Alicia, mirando la etiqueta de una de las botellas más llenas.
—Sí.
Sirve dos vasos de líquido claro. Tomamos un sorbo al unísono. Me quema la parte de atrás de la garganta y tengo que esforzarme para no toser.
—Llevémonos la botella —propone Alicia, haciendo señas para que la siga fuera del salón y escaleras arriba.
No es la primera vez que piso la habitación de Alicia. Pero sí es la primera que lo hago sin que sus padres anden merodeando en la planta baja y sin la puerta
estrictamente abierta y las luces encendidas.
Alicia cierra la puerta y enciende una lámpara, dando un suave toque rosa a la habitación. Me da la espalda y se inclina para enchufar el iPod en los altavoces. En
unos instantes la habitación se llena de una música de jazz suave. Me empieza a palpitar la cabeza.
—Ella Fitzgerald —dice, sonriendo y posando su vaso vacío.
Yo asiento con la cabeza.
Abre los brazos. Sin palabras, me acerco a ellos. Nuestros labios se unen, los míos impregnados de alcohol. Eso es bueno. Besarse distrae, es seguro. Solo que el pie
de Alicia se engancha alrededor de mi tobillo y me dirige hacia la cama.
—Todavía tengo puestos los zapatos —digo.
—No te preocupes —murmura Alicia, cayendo sobre la cama y llevándome con ella.
—Pero están sucios.
—Ya te he dicho que no te preocupes.
Intento centrarme en los besos otra vez, con mis manos en su cara, y me concentro en la sensación increíble de sus labios contra los míos, lo suave que es su piel,
sus pequeños suspiros...
—Leo —susurra entre besos—. ¿Tienes un... ya sabes?
—Eh, no, no tengo, lo siento —digo, y mi cuerpo se llena de alivio—. No pensé...
—Está bien, lo tengo todo previsto.
—Genial —miento; el alivio abandona mi cuerpo tan rápido como entró.
Continuamos besándonos. Las manos de Alicia serpentean debajo de mi sudadera y de mi camiseta, mi cuerpo se tensa enseguida. Y de repente estamos de vuelta
en el armario de Becky, debajo de la escalera. Mi respiración se agita y me siento mareado y caliente mientras los dedos de Alicia continúan subiendo sigilosamente. Me
siento en la cama, jadeando.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Nada. Solo tengo sed —contesto.
Me sirve un segundo vaso de vodka. Mientras lo bebo, Alicia se quita la blusa y los vaqueros y se queda tan solo con el sujetador y las bragas a juego, rosas y
satinados, y se acomoda encima del edredón. La miro. Es tan sexy e increíble... Y lo único que quiero hacer es tocarla, olerla, estar con ella. Pero sé que no puedo.
Dejo que me coja y me lleve a la cama otra vez. Gatea y se pone encima de mí y se sienta a horcajadas y primero solo nos besamos, pero luego comienza a tocar los
botones de mis vaqueros. La empujo para alejarla y me vuelvo a sentar, con el corazón latiendo a cien por hora.
—¿Es tu primera vez? ¿Es eso? Porque también es mi primera vez. Estamos en esto juntos —dice Alicia, arrodillándose en la cama.
Es tan hermosa que quiero llorar.
—No es eso —digo.
—Entonces, ¿qué es? Porque cada vez que te toco, te pones todo raro. Dices que te gusto un montón, pero cuando las cosas se ponen un poco intensas, me alejas.
—Me gustas. Mierda, Alicia, creo que hasta estoy enamorado de ti.
—Y yo creo que también lo estoy. Entonces ¿cuál es el problema?
La inmensidad de lo que acaba de decir hace que me duela la cabeza. Quiero a Alicia. Alicia me quiere. Debería estar en las nubes ahora mismo. Pero no lo estoy.
Porque sé que me encuentro a punto de echarlo todo a perder.
—No hay ningún problema —digo desesperado—. Es solo que no puedo hacerlo. Esta noche no.
—Pero ¿por qué? —dice con voz suplicante—. ¿Cuál es el gran secreto? Somos novios, deberías poder contarme cualquier cosa.
—¿Incluso si eso significa que acabarás odiándome?
—No seas estúpido —dice—. No podría odiarte, Leo.
—Eso no lo sabes.
—Sí, lo sé.
La miro fijamente, mi hermosa Alicia, su mirada está llena de esperanza y miedo, todo mezclado.
—Dímelo de una vez, Leo. No quiero que tengamos secretos.
Mi corazón parece como si estuviese latiendo a diez mil por hora.
—No sabes en lo que te estás metiendo —comienzo.
—Por Dios, Leo, soy mayor —interrumpe—. Sea lo que sea lo podré asumir. Dímelo ya.
—Tal vez deberías vestirte antes —digo.
Alicia frunce el ceño, pero se baja de la cama y se pone una bata color turquesa con un dragón chino bordado en la espalda. Se ata el cinturón y regresa a la cama, se
sienta con las piernas cruzadas sobre el edredón. Dudo antes de sentarme en el borde, a su lado. Ella se mueve y se sitúa junto a mí.
—Lo que te voy a decir va a sonar muy extraño —digo, mirando hacia delante—. Así que tienes que prometerme que me dejarás hablar hasta el final sin
interrumpir me, ¿de acuerdo?