Elijo esperar hasta el último minuto para decírselo a Essie y a Felix, muriéndome de miedo al hacerlo por Skype. Es jueves por la
tarde y Leo y yo planeamos irnos a Tripton a primera hora de la mañana. Leo no ha ido al colegio en toda la semana, convenció al novio
de su madre para que llamara y les dijera que tenía gripe.
—¿Que quieres que hagamos qué? —exclama Essie, su imagen algo pixelada en la pantalla del ordenador.
Cuando la imagen se estabiliza se los ve a ella y a Felix sentados en la cama de este. Felix está con las piernas cruzadas y Essie
detrás de él, ella tiene la barbilla apoyada en su hombro, las piernas alrededor de su torso y sus brazos cuelgan sobre los hombros de él.
Me recuerda un documental de vida salvaje que una vez visobre el apareamiento de las ranas.
Lanzo un suspiro y repito mis instrucciones una vez más.
—Si mi madre llama a cualquiera de los dos por cualquier razón este fin de semana, necesito que me cubráis y digáis que estoy con
vosotros, pero que no puedo ponerme al teléfono. Y si alguien pregunta por mí en el colegio mañana, estoy en casa enfermo. Excepto
Livvy. Hagáis lo que hagáis, no habléis con Livvy.
—Pero ¿por qué? —pregunta Felix, la voz un poco desincronizada con el movimiento de sus labios—. ¿Adónde diablos vas a ir?
—He jurado mantenerlo en secreto.
—¿A quién?
—No os lo puedo decir.
—Pero, David, nosotros nos lo contamos todo —gime Essie—. Sabes cosas sobre mí que ningún ser humano debería saber sobre
nadie.
—Lo sé —digo de mala gana—. Y lo siento. Pero esta vez no puedo decíroslo.
—No irás a verte con alguien a quien has conocido por internet, ¿no? —pregunta Essie—. ¿Acaso no viste aquel episodio de aquella
telenovela?
—Mirad, si os digo adónde voy a ir, ¿dejaréis de hacerme preguntas, y confiaréis en mí?
—Sí —dice Felix, exactamente al mismo tiempo que Essie dice «no».
Felix la empuja.
Respiro hondo.
—Voy a un pueblo que se llama Tripton-on-Sea a pasar el fin semana. Pero esa es toda la información que os voy a dar.
—¿Tripton-on-Sea? Pero ¿no es un pueblo costero de Kent? —dice Felix, ajustándose las gafas sobre la nariz. Por supuesto que él
ha oído hablar del lugar.
—¿Estás seguro de que no has quedado con algún personaje chungo de internet? —pregunta Essie—. Porque, lo siento, pero esto
tiene toda la pinta de tratarse de un fin de semana sucio.
—A ver, no es nadie de internet. Tendré el móvil conmigo —los tranquilizo—. Os enviaré un mensaje de vez en cuando para que os
cercioréis de que estoy vivo.
Essie sigue con el ceño fruncido.
—Y si no recibís ningún mensaje, tenéis permiso para llamarme.
—Qué generoso —protesta malhumorada.
—Ess, por favor.
—Vale, vale —se resigna—. Pero si no contestas te iremos a buscar.
El viernes por la mañana, mamá nos deja a Livvy y a mí en el colegio como siempre. Livvy besa a mamá en la mejilla antes de salir
corriendo a juntarse con sus amigas.
—Recuerda que me quedo en casa de Felix hasta el domingo —le digo, mientras me bajo del coche.
Les he dicho a mis padres que Felix, Essie y yo vamos a trabajar en un proyecto de ciencias todo el fin de semana.
—¿Estás seguro de que a los padres de Felix no les importa tenerte dos noches enteras? —pregunta mamá.
—Ya te dije que no.
—¿Quieres que papá vaya a recogerte el domingo?
—¡No! —grito.
Me mira con cierta alarma.
—No —repito, esta vez con suavidad—. El padre de Felix ya ha dicho que él me llevará el domingo por la tarde.
—Vale, vale. Pues que os divirtáis. Y no dejes que la madre de Felix te obligue a comer demasiada quinua o bayas de goji o lo que
sea de esa supercomida que llena la cocina estos días.
—No le dejaré. Adiós, mamá.
Cierro la puerta del coche y miro cómo se aleja.
Me agacho para atarme los cordones y entonces, en vez de pasar por las rejas del colegio, giro bruscamente a la derecha y me