Capítulo 19

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Después de dejar a Jenny pierdo el autobús y llego tarde a inglés.
—¿Dónde has estado? —me susurra Alicia por encima del hombro cuando me deslizo en mi pupitre detrás de ella.
—Eh, tenía médico —digo.
Ella frunce el ceño.
—Por la rodilla —añado con rapidez, felicitándome por pensar tan rápido.
—¿Cómo está la vieja rodilla? —pregunta.
—La verdad es que va mejorando.
—Me alegro.
Y sonríe como si realmente fuera así.
Esa tarde soy el primero en llegar a cumplir la sanción. Me desplomo en el mismo asiento en el que me senté ayer, pero me cuesta ponerme cómodo. Unos minutos
después llega Harry, que se dirige directamente al fondo de la sala. Luego David, que me saluda con un movimiento rápido de la mano al deslizarse en su asiento. Yo lo
saludo con la cabeza. Hoy se unen dos chicos de segundo. Mientras intento leer el resto de Noche de Reyes, puedo sentir cómo uno de ellos me mira, muy fijamente, y
tiene la boca abierta, como si yo fuera un muñeco de cera del museo Madame Tussauds o algo así. Giro la cabeza con fuerza y le clavo la mirada. Sus ojos se abren con
miedo antes de apartar la vista hacia otro lado.
Sigo sin poder concentrarme. Con el rabillo del ojo, veo a David doblado encima de sus deberes, con la mano izquierda se sujeta la frente. A cada rato suelta un
suspiro o un gemido. Miro cómo arranca una página de su libro y la tira hacia un lado, tiene la cara sonrosada. Me siento un poco más derecho. Reconozco la portada
del libro de matemáticas con el que está trabajando. Lo completé hace algunos años.
Delante de mí, el señor Wilton está roncando. Miro por encima de mi hombro. Harry tiene los ojos cerrados y los dos chicos de segundo están enfurruñados. Me
levanto y cruzo el pasillo, me deslizo en el asiento de al lado de David. Me mira sorprendido. Observo la página de su libro. Es un lío de garabatos y tachones.
—Estás complicando esto mucho más de lo necesario —digo.
—¿En serio? —susurra David.
—Muchísimo. Cuando logras entender la fórmula, los sistemas de ecuaciones son sencillos de resolver.
—Tal vez para genios como tú y mi amigo Felix—dice con un tono tristón.
—Nooo, te lo digo en serio. Deja que te enseñe.
Cojo el bolígrafo de David.
—Bien, los sistemas son dos ecuaciones con dos incógnitas. Así que el primer paso es encontrar el valor de una de las incógnitas. ¿Me sigues?
—Supongo que sí.
—Por ejemplo, aquí necesitamos descubrir el valor de y. Así que sumamos las dos ecuaciones para calcular la y. Así...
Me pongo a escribir, David se inclina hacia mí para ver lo que hago.
—¿Ves? Cuando ya has hecho eso, queda claro cuál es el valor total de x. Lo único que tienes que hacer entonces es dividirlo por ¿qué?
David echa un vistazo a la página.
—No lo sé.
—Sí que lo sabes. Tómate tu tiempo. La respuesta está ahí, solo tienes que deshacerlo.
Sigue mirando la página fijamente, su cara se va poniendo cada vez más roja.
Delante de nosotros, el señor Wilton se revuelve en el asiento. Bajamos la voz.
—Relájate —susurro—. Te vendrá.
—¿Cinco? —David susurra dudoso.
—Exacto. Lo cual nos deja con el valor de x.
—¿Entonces y es igual a 1, y x es igual a 3? —pregunta con lentitud.
—Bingo.
—¿En serio?
—Sí.
—Pero eso es supersencillo.
—Te lo dije. ¿Quieres probar con otra?
El lunes estoy cumpliendo la sanción haciendo los deberes de geografía cuando un papel doblado viene navegando por el aire y aterriza en mi pupitre. Miro hacia
donde está David. Mira hacia delante, aunque se le mueven los labios como si intentase no sonreír. Abro la hoja. Es otro dibujo. Esta vez de un perro que se parece un
poco a Phil. Al lado del perro hay una burbuja con las palabras «Guau, guau, guau, guau, ¡LADRIDO!» y un asterisco que lleva a una nota a pie de página: «Traducción
perruna: ¡¡¡Bordé los deberes de matemáticas!!! El señor Steele casi se desmaya. Un trillón de gracias. David x».
Levanto la vista. David está sonriendo con optimismo. Y aunque la nota es bastante cursi, no puedo dejar de sonreírle de vuelta.
Al día siguiente llego a la clase de inglés y descubro que Matt, el chico con el que normalmente me siento, no ha venido porque tiene mononucleosis.
—Hoy vamos a trabajar en parejas, vamos a debatir el simbolismo en Noche de Reyes —anuncia la señorita Jennings.
Me pone en un trío con Alicia y Ruby, la chica que se sienta con ella. Ruby es maja; un poco irritante, pero maja.
Mantengo la calma, saludo con la cabeza de forma casual cuando Alicia y Ruby giran sus sillas para estar en frente de mí. La rodilla de Alicia toca la mía por un
breve instante.
—Dios, tengo una resaca... —anuncia Ruby, dejando caer la cabeza sobre el pupitre.
Alicia pone los ojos en blanco.
—Siempre tienes resaca. Es martes, Ruby. ¿A quién se le ocurre emborracharse una noche entre semana cuando hay clase al día siguiente?
Ruby le hace la peineta desde debajo de su manto de pelo rubio de bote.
—Déjame tranquila. Ahora mismo estoy en un estado muy delicado —se queja, con la voz amortiguada.
Alicia se limita a negar con la cabeza y me sonríe.
—Entonces, ¿tú no bebes? —pregunto.
—Durante la semana no. Venir al colegio con resaca no es pasárselo bien.
Me pregunto dónde beberá Alicia durante los fines de semana, qué beberá, si tiene un novio que le paga las copas. Miro con el rabillo del ojo cómo abre su copia de
la obra de teatro y estira las páginas con la palma de la mano.
—Sé que no es guay, pero me encanta esta obra —dice Alicia.

El Arte De Ser NormalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora