Capitulo 28

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Es un día sumamente frío de febrero, uno de esos días grises e invernales en los que el sol parece no llegar lo suficientemente arriba en el cielo.
Pero no me importa. Porque hoy he quedado con Hannah Brennan en el bosque después del colegio.
Durante semanas me ha estado lanzando miradas. Al comienzo solo era una ojeada rápida en el pasillo, o una sonrisa desde el otro lado del comedor. Hasta miré
detrás de mí, para cerciorarme de que no iban dirigidas a otra persona, pero enseguida me di cuenta de que eran para mí. Y entonces, se hicieron más largas, más
seductoras. La otra mañana se pasó la lengua por los labios. En clase siempre se inventa excusas para hablar conmigo. Me pide prestadas cosas y roza mis dedos con
los suyos más tiempo del necesario cuando le paso un bolígrafo o una regla.
Nunca me ha gustado mucho Hannah, no más que cualquier otra chica del colegio. Pero en las últimas semanas he comenzado a fijarme en lo bonito que se le ve
el culo en su ajustada falda escolar, he notado el contorno de encaje de su sujetador, que se asomaba por la blusa, he pensado en cómo sería besarla. Durante un
breve tiempo fue novia de Alex Bonner, pero ya lo dejaron hace meses. Tiene reputación de ser un poco alocada. Corre un rumor sobre ella y uno de los profesores en
prácticas, y otro sobre ella y Clare Conroy en una excursión de una noche a Londres... Amber piensa que Hannah es una puta. Pero la verdad es que esa es la opinión
habitual de Amber cuando alguien le cae mal.
De todas maneras, ayer iba de camino a clase de geografía cuando Hannah apareció de la nada y me llevó a rastras a un cuartito cerca de la sala de arte. Apretó
su cuerpo contra el mío con firmeza, se puso a frotar sus tetas contra mi pecho, mientras su perfume barato me entraba por la nariz hasta marearme.
—Queda conmigo después de clase —dijo sin aliento.
—¿Dónde?
—En el bosque. A las cuatro en punto.
—Pero ¿por qué?
Sonrió de una manera alocadamente sexy.
—Ven a verme y te mostraré por qué.
Y entonces desapareció.
Me paso todo el día debatiéndome entre si ir o no ir a encontrarme con Hannah, pero cuando suena el timbre que señala el fin del día, le digo a Amber que me voy
a quedar hasta más tarde para tomar una clase extra de matemáticas. Entrecierra los ojos con sospecha, pero no pregunta. Entro en el aseo para minusválidos cerca
de la sala de profesores y me miro en el espejo. Chupo dos caramelos de menta a la vez. Todavía son las 15.40. El colegio ya está vacío. Merodeo por la biblioteca, sin
mirar los libros, solo para matar el tiempo. A las 15.55 salgo del colegio y me dirijo al estacionamiento, hacia el bosque.
El bosque es un título rimbombante para un revoltijo de arbustos y árboles en la parte de atrás del instituto. Oficialmente no podemos ir, pero nadie le presta
demasiada atención. A la hora de la comida y en los recreos está poblado por Alex Bonner y su grupo. Al ser una zona agreste y descuidada, por las noches es
frecuentada por drogatas y borrachos. Mientras lucho contra los matorrales, diviso dos jeringuillas abandonadas y un condón usado. Me dirijo al pequeño claro del
centro, donde supongo que estará esperándome Hannah.
Llego y lo encuentro vacío. Miro la hora. Las cuatro en punto. Hay un viejo cajón de madera tirado de lado. Le doy la vuelta y me siento. Miro hacia arriba. Por
encima de mí la luz solar se va esfumando. Las cuatro y cinco. Escucho un crujido en los matorrales. Me levanto. Soy consciente de que mi corazón está latiendo a cien
por hora. Primero creo que es porque estoy nervioso por Hannah, pero luego me doy cuenta de que no son nervios, es miedo. Porque de repente algo no cuadra del
todo. El sonido que viene hacia mí es demasiado fuerte, demasiado pesado para ser solo una chica.
En ese momento echo a correr.
—¡Se está moviendo! —grita alguien.
Es Robert Marriott, la mano derecha de Alex Bonner.
—¡Perseguidla! —ordena Alex.
Sigo corriendo, pero sé que no puedo continuar en línea recta porque si lo hago voy a darme de bruces con la verja que marca el perímetro del instituto. Tengo
que girar hacia la izquierda o hacia la derecha si pretendo tener alguna esperanza de salir de aquí sin que me atrapen. Se están acercando, cada segundo sus gritos y
chillidos se van volviendo más fuertes. Por el sonido, son por lo menos ocho, tal vez más. Toda la pandilla. Giro de manera brusca hacia la izquierda, pero no estoy lo
suficientemente lejos para hacerlo sin que ellos me vean. Corro bastante rápido, pero en la pandilla está Tyler Williams, que compite en los cien metros por el condado,
y es él el que se está acercando, galopando de manera experta entre los árboles, siguiendo mis oscilaciones y giros con facilidad. De repente, me alcanza, agarra mi
sudadera y me tira hacia atrás, no me suelta hasta que los chicos más altos y más fuertes se unen a él y me empujan al suelo, me quitan el abrigo y lo tiran hacia un
lado. Entre ellos está Alex. De su mochila saca un rollo de cuerda plástica azul y corta dos trozos con un cúter. Les pasa un trozo a los chicos que están situados a mis
pies y al lado de mi cabeza. Los dos primeros intentos para atarme fracasan porque me resisto mucho. Pero luego Alex me da una fuerte patada en el estómago. Me
doblo por el dolor. Los dos equipos saltan a la acción, amarrando la cuerda con firmeza alrededor de mis muñecas y de mis tobillos mientras yo me retuerzo sobre la
tierra. Alex se pone de pie por encima de mí.
—Si no hubieras venido hoy, te habríamos dejado tranquilo —dice—. Pero tentaste la suerte. Pensaste que podías poner tus sucias garras trans sobre mi novia, y
por eso vas a tener que pagar.
—¿Novia? —tartamudeo.
—Espera un segundo, ¿no me digas que creíste que a Hannah le gustabas en serio? Siento defraudarte, colega, pero a ella le van los hombres de verdad.
Detrás de él, los demás chicos se ríen disimuladamente.
—Vámonos —grita.
Se aleja a grandes zancadas y deja que los chicos más grandes me levanten.
Me retuerzo todo lo que puedo, pero la cuerda solo parece apretarme más, me roza dolorosamente la piel. Me llevan a rastras hasta el claro y me atan al árbol
más grande, la cuerda se hunde por la mitad de mi cuerpo.
—Creo que ya es hora de que recuerdes lo que eres —dice Alex.
Saca su cuchillo del bolsillo y exhibe la hoja. Esta refulge.
Decido usar la única arma que tengo. Grito. He pasado tantos años bajando la voz a propósito que ni siquiera sé si lo podré hacer, y al principio el único ruido
que puedo vocalizar es un chillido vibrante. Pero luego sube de volumen y de mí sale un sonido que no tenía idea de ser capaz de emitir. Los chicos se apartan
sorprendidos.
—Vendadle la boca —grita Alex.
Tyler rebusca en su mochila antes de acercarse corriendo con un rollo de cinta de embalar. Durante unos segundos nuestras miradas se cruzan. Tyler y yo
solíamos jugar juntos en la guardería. Intento gritar otra vez, pero el sonido es ahogado por la cinta.
—Ahora, ¿por dónde íbamos? —continúa Alex.
Puedo ver su aliento en el aire. Camina hacia mí, sus ojos y la cuchilla destellan. «¿Por qué no puede darme una paliza sin más?», pienso. Ya he recibido

El Arte De Ser NormalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora