Las horas se cernían sobre él como un manto de espinas y a cada segundo que pasaba podía sentir el dolor de toda una vida torturándolo por su mera existencia. Desde su nacimiento algo andaba mal o así lo sentía Kori. Jamás debió venir al mundo y cuando lo hizo arruinó la vida de una pobre mujer que solo luchó porque su pequeño neonato no pagara por los errores de un joven cínico y desentendido. La creación de su vida supuso el fin de la de su madre.
Y ahí empezaba su culpa. Culpable por haber venido al mundo y hacer de la adolescencia de una mujer jovial un infierno adulto y precipitado, culpable de una muerte temprana, culpable de que una madre cerrara las puertas de su casa a su propia hija por fulana, culpable de ser una desgracia más que un hijo.
En su cabeza el juez ya había dictado sentencia y lo hacía responsable de la muerte de su madre, de Samantha, de Paul, de Roy y de todos los rostros que veía cada día tachados entre los ficheros de Einzel. Veía sus fotografías, leía sus nombres y apellidos y cuando una cruz hecha con permanente rojo surcaba su existencia impresa en papel, él solo callaba. Jamás evitó que Einzel asesinara.
Cada noche lloraba al pensarlo pero dejaba las lágrimas caer y se decía que necesitaba descansar y estar repleto de energías para el dia nuevo que se le venía encima porque su madre había trabajado duro hasta dar su vida por él y Kori no pensaba desperdiciar ese hermoso sacrificio autocompadeciéndose y dejándose morir entre lamentos.
Debía seguir vivo porque ella lo había querido así y no pensaba decepcionar a ese hermoso ángel ojeroso que lo estaría mirando desde el cielo con los ojos brillosos de una madre llena de orgullo. Oh, Sven, ella sí fue un ángel, pensaba Kori, sin embargo yo...
Pero aunque pudiera superar que su existencia se construyera a partir de las ruinas de la mujer que le había dado la vida, el moverse del agujas del reloj de nuevo le dolía al recordar que no sólo su nacimiento había sido fuente de desgracias, sino que además ahora su vida era una secuencia de escenas dolorosas.
Einzel, que con sus crueles y callosas manos le había acogido en su seno para dejarle vivir a cambio de que se lo ganase, había entrado a su corazón por la fuerza y sabía cada día que lo necesitaba cerca suyo. Lo necesitaba golpeándole porque solo así sentía que por fin recibía el castigo de Dios que merecía por ser una molestia en el mundo, por ser solo basura inmunda.
Un estorbo que desearía no haber nacido.
Y también pasaba el tiempo temiendo el dolor de ser poseído por su captor a la par que deseaba eso mismo más que nada en el mundo porque tras cada vejación, humillación y agresión había algo profundo y arraigado en el corazón podrido de esa bestia: Propiedad y deseo. Ese hombre, aunque fuera por puro egoísmo y obsesión, lo quería a su lado y le hacía sentir que, incluso si solo era para follar, alguien lo necesitaba de veras.
Se sentía tan querido a veces, sentía que aunque para Einzel no fuera más que una simple mascota adolescente, era lo máximo a lo que un pedazo de mierda inútil como él podía aspirar.
Nadie más lo amaría de ningún modo y Kori estaba dispuesto a conformarse con esas migajas de afecto antes que morir solo porque, además, sentía que aún si tuviera acceso a algo más digno, jamás lo merecería.
Einzel mismo se lo había confesado. Él le quería a su lado y debía agradecerle porque nadie más en el remoto mundo sería capaz de tener tanta compasión de él como para amarlo por lástima ¿Quién iba a querer a alguien como Kori?
La respuesta era obvia para él: Nadie. Y sin embargo Einzel lo hacía, de una forma ácida y obscura, pero lo hacía y eso era más de lo que él era lícito de obtener.
Todo habría ido bien de ser simplemente así. Kori lo habría aceptado, una vida miserable con su verdugo, que lo condenaría por haber nacido débil y estúpido pero lo amaría desinteresadamente, dándole ese regalo sin esperar nada más a cambio que su fidelidad.
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Cuestión de vida o muerte (Yaoi) [En Amazon]
Historia CortaKori no tiene nada bueno en su vida, pero tiene una razón para vivirla, una razón lo suficientemente grande como para contratar a un sicario incluso estando casi sin blanca. Él no sabe que al infierno se va en vida, que los hombres son los mayores d...