Y tanto te quería besar, que me impresionó mi control.

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Caminando con regularidad, Sharon entró a la universidad. Otro día de rutina aburrida se acercaba. Un entrar, comer, salir, comer, dormir. Luego de clases, vería si hacía algo diferente. De verdad que estaba cansada de su no interesante existencia.

Con su metro 60, caminó por los pasillos. Lucía un jean oscuro que se ceñía a sus piernas como una segunda piel. Tenía puesta una camisilla blanca despreocupada que usaba solo los lunes con la intención de decir 'DÍA ABURRIDO'. Tenía un cabello negro liso hasta la cintura y unos ojos color miel. Con sus pequeños labios rojos, le sonrió a Jeremy y a Michelle, sus compañeros de clases. Aunque intentaron animarla con una conversación, ya la conocían. No le gustaba hablar mucho, especialmente en esas conversaciones donde el punto era saber la vida de todos. A ella no le gustaba compartir su vida con nadie. Vivía sola y así le gustaba.

Hacia unos años se había separado de sus padres para vivir en su propio apartamento. Este se encontraba en un sector bastante seguro y residencial. Lo pagaba con ayuda de sus padres, ya que ellos habían querido que se fuera de la casa. Cuando terminara su carrera, lo empezaría a pagar ella.

Su familia constaba de sus dos padres, ella y su pequeña hermana. Shelly había nacido por error, dándoles a todos una sorpresa hacía 3 años. Pero apenas había nacido, se había ganado el corazón de todos. ¿Y cómo no, si era una niña preciosa? Con unos gajitos de cabello castaño claro, como su madre, y unos ojos miel, grandes como dos lunas, robaba su atención por más de 1 hora cuando iba a verlos o a las comidas familiares.

Pero ella no era una chica familiar, y con razón. Sus padres no perdían oportunidad de tratar de meterse en su vida, y estaba harta de eso. Por eso había aceptado gustosa cuando ellos habían decidido que era hora de su independencia. Bueno, lo que tenía de ella.

Se sentó en la silla, esperando a que la clase comenzara. Hoy era un día estupendamente aburrido. Comenzando por Matemáticas, seguido de Biología y con Socio antropología hasta el receso.

Estudiar psicología era su sueño desde que tenía memoria. Y una de las razones por las que la había escogido era porque no tendría que dar Matemáticas. Desgraciadamente, en la universidad de Alta Partida, Matemáticas era obligatorio para aquellos que la hubiesen reprobado más de 3 veces en su año de bachiller.

Empezó a repasar su día. Llegar a casa, bañarse, comer algo y llamar a Jeremy. Haría eso esta vez. Debería de cambiar un poco eso de ver películas todos los días hasta que llegaba la hora de ir a la cama. Cuando saliera a vivir la vida, se daría cuenta que tenía 30 años, y ni un hijo. Movió la cabeza de un lado a otro, intentando concentrarse.

Escuchó una risita de una de las mujeres de su clase. Volteó a verla y notó como ella, y 4 niñas más, se reunían cerca del escritorio del profesor, viendo algo en la puerta. Siguió su mirada, pero no alcanzó a ver algo. Seguro sería una chica con un atuendo tan feo que causara gracia. Pero había algo en la risa de esta chica que le daba a entender que no tenía que ver con una mujer. Si no, más bien, se reía como si tuviera todo que ver con un hombre.

Se levantó con la excusa de ir al baño. El profesor se estaba demorando mucho y ella quería ir a verse al espejo. Miró una vez más al grupo de las chicas, y ellas no apartaban la mirada de la puerta. ¿Qué sería tan interesante?

Al pasar por el umbral de la puerta, notó más grupos de chicas como las del aula. Algunas reían como idiotas, y otras se mordían el labio mientras movían sus ojos de arriba abajo. Si era un hombre, tenía que estar como un Dios.

Ya llegando a la puerta de baño, se atrevió a dar la vuelta por dónde había pasado. Efectivamente, era un chico. Pero ella solo veía su espalda. Una espalda perfectamente formada, acompañada de unas nalgas tan preciosas y acolchadas...

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