Es tu silencio mi locura...

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Sharon recorrió el aula con los ojos entrecerrados. Alexandros no había llegado a la primera hora, y ya estaba a punto de comenzar la segunda. ¿Le habría pasado algo? Él no faltaba a clases nunca, y siempre estaba perfectamente bien de salud. Cada día más hermoso que el anterior.

No habían hablado desde la vez del beso. Él se había dedicado a ignorarla, aunque no del todo. El lunes por la mañana le había preguntado si tenían examen pronto, y ella le había dicho no. Fin de la conversación. Y no le había hablado más.

¿Habría besado mal? Ella confiaba en sus capacidades, tanto para algunas cosas como para otras. ¿Qué habría pasado entonces? Tonta, tonta, tonta. Besa muy bien para interesarse en unos labios como los tuyos. Pero entonces, ¿Por qué le había dicho que 'sabia delicioso'?

En ese momento, Alexandros entró seguido de Cindy Stewart. Tenía el cabello revuelto y una sonrisa en el rostro. Cindy tenía las mejillas sonrosadas y la camisa al revés. Claramente se entendía de dónde venían y haciendo que. Alexandros se sentó en su silla, ignorándola una vez más. Suspiró y cuando llegó el profesor, se concentró en la clase.

Luego de un día tremendo, salió a la calle y respiró el aire fresco. Hoy no hacia tanto frio, pero aún se sentía esos grados menos. Se encaminó rápidamente a su coche, y se fue a su casa. Justo antes de entrar, su celular sonó.

-¿Sharon? –susurró su padre, con ese acento tan suyo.

-Hola, padre. ¿Cómo estás?

-Muy bien hija, ¿y tú?

-Bien, llegando de la universidad. ¿A qué se debe tu llamada?

-Quería hablar contigo de algo importante.

-¿Pasa algo? ¿Shelly? ¿Mamá?

-No, no –se rió con dulzura-. Es sobre la danza. Me ha llegado un nuevo CD.

Sharon suspiró. Su padre nunca se iba a rendir.

-Padre, hemos hablado de eso.

-Lo sé, y me resigno a pensar que te rendirás con ese talento que tienes.

-No es suficientemente bueno.

-Amas bailar, hija. Y yo amo verte, y muchas personas también. No dejes que un rechazo te baje el ánimo –luego de una pausa, agregó:- Te llegará hoy. De paso, te enviaré tu grabadora. Un beso hija, te quiero.

La llamada se colgó y ella se derrumbó en el sofá. ¿Sería otro CD de Salsa? ¿A quién le importaba? Ella no bailaba más. La Academia de Baile de Londres la había rechazado hacia unos 2 años y ella se había resignado a no bailar más. Solo lo hacía de vez en cuando, y solo por diversión.

Se acercó a la encima de su cocina y se sirvió un vaso de agua. Miró sus uñas pintadas de rojo, y pensó en Alexandros. Él irradiaba sensualidad, y tenía una carga de seducción a su lado que perdía los nervios solo cuando él se acercaba. ¿Por qué tenía que estar tan bueno e inundar sus pensamientos las 24 horas del día?

Le había dejado claro que no quería nada con ella. Luego del beso, no le había hablado más, así que tenía que superarlo y seguir con su vida. A ella no le hablaba pero pasaba las tardes –y seguramente las noches- con Cindy Stewart. Y quien sabría con cuantas más...

Si le volvía a hablar, actuaria con total indiferencia. Como si nada nunca hubiese pasado. Porque en realidad, ¿Qué era un beso? Nada importante.

Su teléfono empezó a sonar y se desplazó perezosamente hacia él. Jeremy la llamaba para ir a comer al Hard Rock. No tenía muchas ganas de salir, pero aceptó. Quería cambiar su rutina, y tenía que empezar ya. Además, no era como si tuviera algo mejor que hacer.

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