Parte 6

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La puntualidad nunca fue mi virtud. Desde que estuve contigo, el tiempo se volvió un espectro que me perseguía, siempre jugando con mis sentimientos. No contaba las horas para estar a tu lado, porque al verte, abrazarte y no soltarte, hizo que un momento se esfumara en un abrir y cerrar de ojos. Por eso odio depender de los segundos, porque el tiempo es injusto y nunca me dejó disfrutar ni ser feliz más de lo que yo hubiera deseado.

Hoy no sé si llego tarde, pero igual que el tiempo que permanecí sin ti, dejó de importarme.

Caleb, nunca entendí por qué la felicidad tiene que surgir desde uno mismo. Incluso aunque la abuela lo dijera, tal vez hay cosas que no nos pertenecen si las buscamos en lo que somos. Y en ocasiones queremos encontrar esa parte que nos falta en lugares lejanos, cuando en realidad está justo frente a nosotros.

Esa noche, después de irte, fui directamente a mi habitación y cerré la puerta con llave. Nuevamente, la ansiedad comenzó a brotar y oprimir con fuerza mi corazón y mis entrañas, desatándose con fuerza abrumadora, incluso más que otras veces. Tuve que sentarme en la esquina de la cama para poder respirar profundamente y soltar despacio el aire, pero las voces volvieron a entrar en mi mente, las mismas voces que me atormentan desde aquel día, en pesadillas, en pensamientos y recuerdos. Esa parte de mí, Caleb, era la que nunca quise que vieras, porque estar conmigo, tarde o temprano, se convertiría en tortura, peor que la soledad.

Cuando finalmente pude calmarme lo suficiente para volver a respirar, me acosté en la cama y tomé el celular. Miré nuestras conversaciones, escuché cada nota de voz tuya, leía una y otra vez todos esos "Te amo" y los poemas que me escribiste. Odiaba lo que estaba por venir, pero al menos debía de disculparme contigo, y no tuve el valor de hacerlo de frente, ni siquiera podía escucharte sin arrepentirme. Lo único que logré con tanto esfuerzo fue mandarte un último mensaje, con todo y el mártir en mi pecho, con todas las lágrimas que se escurrían en mi cara, manchándola del delineador negro que siempre utilizaba. ¿Por qué tenía que terminar de esa manera? Hubiera sido mejor habértelo dicho en persona, tal vez así no me odiarías tanto, tal vez estarías menos molesto y no te hubiera hecho pedazos.

Después de eso, tomé mi móvil, lo metí en un vaso grande de plástico y lo llené de agua. Si no quería que supieras de mí, al menos ese sería el primer paso para evitar tener que llamarte sin contener todas las lágrimas que no paraban de salir. Nunca supe si viste mi mensaje, nunca me enteré si lo respondiste, aunque seguramente lo hiciste. Tampoco sé qué tanto tiempo duró, pero en algún punto tendrías que haberte cansado. Es lo que soy y, finalmente, te pudiste dar cuenta de ello.

Coloqué la maleta sobre mi cama y metí en ella ropa aleatoria, hasta llenarla. Cepillo de dientes, desodorante en barra y el perfume que me regalaste una tarde de viernes. Casi nunca lo utilizaba, no porque no me gustara, simplemente no quería que se terminara. También guardé conmigo aquel marco con una foto nuestra, y lo metí bajo toda la ropa, para no tener que verlo en primera instancia.

No estaba lista, pero no podía dar vuelta atrás.

Caleb, el mundo me rompió en mil pedazos justo en el momento en el que pude estar contigo. De no haber sido por ti, yo no hubiera tenido el valor de querer encontrarme nuevamente, porque dejarte con esa persona que no era yo, sólo te derrumbaría a ti también, y no quería hundirte en ese desastre. Jamás me lo habría perdonado.

Sólo puedo decirte con seguridad que, pese al tiempo en que logré volver a sentir paz conmigo misma, siempre hubo un hueco que me faltaba. Era tan difícil mantenerse despierta y vivir el día antes de estar contigo, y puede que nunca lo haya superado, acostumbrándome al golpeteo de las manecillas del reloj, aplastándome en cada nuevo amanecer.

Cada día dolía menos, pues uno se acostumbraba a lo que llegaba. Árboles que se volvían grises cuando su última hoja se desprendía, y yo pensando que serían verdes por siempre. No podía dejar que eso fuese para mí, derrumbarme una y otra vez por la depresión y ansiedad que se quedaron pegadas en mis sentidos, adueñándose de cada parte de mí. Por eso me fui, Caleb, porque me perdí tanto que no supe encontrar la salida de ese laberinto.

Pero ahora que camino justo por estos pasillos entre tanta multitud, sé que esto que soy, es lo mejor que puedo ser, y me costó tanto trabajo poder asumirlo, así como asimilar lo mucho que realmente te extrañaba, y cuánto te amaba, porque no había otra persona en la que pensara tanto como en ti.

No son las cosas que haces las que te matan, es la voz del recuerdo de todo aquello que NO hiciste, lo que no aprendiste por no haber caído, pues tenías miedo de que doliera. Eso es lo que te mata.

Y yo, Caleb, necesitaba verte una vez más, aunque ya no fueras mío, aunque una vez haya bastado para poder entregarte todo lo que soy en mi espíritu. Pero estar sin ti me está matando muy en el fondo, y no quisiera que el tiempo se volviera otra fantasía.

No he cambiado del todo, Caleb. Tal vez los años me deterioraron un poco, pero sigo trayendo puestos mis audífonos, escuchando las mismas canciones de aquella banda de California mientras subo las escaleras eléctricas, con la mirada perdida.

Sé que ahí estás, mirando sin entender nada, conel saco roto donde guardabas todas tus esperanzas, el cual, cada día se fuerompiendo más... pero descuida, sólo un poco.

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