Capítulo 1. Mimi Tachiwaka y Yamato Ishida

475 8 0
                                    

"Cada mañana la miro desde atrás. Pero ella no lo sabe. Finjo que estoy dormido, pero no me pierdo su espectáculo. Mi parte favorita del día, es cuando baila en el espejo" –Bruno Mars.

Estiro ambos brazos por encima de su cabeza, desperezándose mientras mantenía sus ojos zafiros entreabiertos, porque estos se reusaban a adaptarse a la luz que se filtraba por las ventanas de la habitación de su novia. Incluso su cuerpo se unía a esa protesta de levantarse tan temprano, luego de haber pasado la noche anterior bailando, riendo, bebiendo, en fin, divirtiéndose. ¡Tan solo eran las seis y media de la mañana! Para nada la hora en la que se despertaba estando en su propio apartamento. Pero él tenía un motivo para levantarse a esa hora, en cuanto un sonido de pasos, puertas cerrando y abriéndose, comenzaba. Su razón tenía nombre y apellido, además de que se movía a un sensual y acompasado ritmo.

 ¿Cuál era aquella razón? Era Mimi Tachiwaka, la mejor amiga y compañera de apartamento de la pelirroja que dormía plácidamente a su lado, cubierta solamente por una sábana blanca, que dejaba a la intemperie sus piernas. Yamato se puso de pie, aun estirando sus músculos, para luego buscar sus calzoncillos desparramados en algún lugar en el suelo, y colocárselos. Paso una mano por su cabello alborotado, en un intento de parecer presentable. Camino con lentitud y cautela hasta la puerta de la habitación, y giro el pomo, abriendo la puerta solo lo suficiente para que su cuerpo saliera de costado por aquel espacio. Antes de cruzar el umbral hacia el pasillo, lanzo una mirada rápida a Sora, percatándose de que aún se encontraba en el mundo de los sueños, sin saber que su novio se había escabullido de su cama.

El chico cerró la puerta haciendo el menor ruido posible, ya que no quería que ninguna de las dos mujeres se diera cuenta de que estaba despierto, y vagando por la casa. En cuanto la puerta se vio cerrada soltó un ligero suspiro, porque ahora estaba un paso más cerca de lo que se había convertido en un pequeño placer de su vida. Camino de puntillas, adentrándose más en el pasillo que finalizaba con un baño, ya que de lado izquierdo del mismo, había una blanca puerta, la cual a estas horas se encontraba abierta. Se detuvo a metro y medio de distancia, pegándose a la pared de en frente de la habitación de la chica, e incluso se puso de cuclillas, para salir de la visión periférica de la castaña. Ya ahí, echo un vistazo al interior, apreciando aquella zona de la habitación que ya conocía de memoria. 

La abertura de la puerta dejaba a la vista un espejo de tamaño completo, con marco de madera blanca, con una serie de adornos hechos a mano, aparentemente, por la delicadeza de sus acabados. A un lado del espejo, reposaba un gran perchero del cual colgaban vestidos, y más vestidos, porque era lo que la ojimiel consideraba que no podía guardarse dentro del armario o se dañarían. Podía ver varias cosas desparramadas por el piso; bolsas del centro comercial, para ser exacto, resultado de sus últimas compras. Y Mimi, aun no aparecía en su campo de visión.

Soltó un suspiro, colocando sus manos sobre sus rodillas, rogando que la chica apareciera rápido, no quería dar tiempo a que su novia saliera de su habitación y lo encontrara espiando a su amiga. Maldijo entre dientes, una y otra vez, hasta que al fin, apareció a quien tanto esperaba. La castaña tenía una toalla blanca enredada en su cabello, y otra del mismo color cubría desde su pecho –por debajo de sus axilas- hasta medio muslo. La chica tenía una sonrisa en sus labios, y se colocó frente al espejo. Se miró de pies a cabeza, y comenzó a tararear aquella canción que tanto le encantaba, y que le servía para bailar. Cerró los ojos, y movió sus caderas de un lado a otro, de manera lenta y sensual. Yamato sonrió tanto con los labios como internamente, y mantuvo su vista fija en la chica y en el reflejo de la misma.

Si, ahí estaba el de nuevo, admirando el espectáculo que su amiga le brindaba sin saber. Porque Tachiwaka solo pensaba en que estaba haciendo algo rutinario, que le encantaba y le ayudaba a comenzar el día de manera alegre. Por eso, por mantener la energía positiva de siempre era que ella luego de una larga y relajante ducha, sumado a un ritual para mantenerse impecable, se dirigía a su habitación y se colocaba frente a su espejo, para bailar al ritmo de su segunda canción favorita. Sin saber que fuera de su habitación, en una posición que lo escondía de su vista, un chico rubio de ojos azules, disfrutaba de su danza.

Entre la espada y el deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora