Uno.

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Hacía un caluroso día en Ciudad de Mino y Regina agradecía haberse puesto jeans, pues había estado de arriba para abajo lo que llevaba del día. Soltó un suspiro de cansancio mientras limpiaba con la palma de su mano el sudor de su frente, apretando el agarre que tenía con los libros para que no cayesen.

Se preguntó por su aspecto, preocupada porque el rimen se cayera con el sudor y quedaran grandes manchas negras sobre sus mejillas. Se sentó en la primera banca que vio y dejó los libros ahí para buscar con las dos manos algún pasador en su bolso. Exclamó con alegría al encontrar uno y se apresuró a recojer su flequillo, colgó su bolso de nuevo y agarró los libros.

Siguió su camino con prisa, tenía que llegar al otro lado de la ciudad y luego volver al centro de ésta en tan poco tiempo que le frustró solamente de pensar en ello. Alzó su muñeca para dar un vistazo rápido a la hora, abrió los ojos desmesuradamente y empezó a correr para alcanzar un taxi pronto.

Podía llegar, podía lograrlo, sólo si se apuraba. Detestó amar ser puntual. Iba tan ensimismada que no vio a la persona que caminaba por el cruce de adelante y, sin poder evitarlo, ambos chocaron. Regina cayó sobre sus glúteos y cerró los ojos ante el impacto, soltó un quejido y se quedó quieta un instante para recuperarse del dolor.

Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscar sus libros pero pronto se clavaron en el apuesto chico que estaba frente a ella sacudiendo su pantalón. Parpadeó unas cuantas veces para asegurarse de ver bien y finalmente se puso de pie, el chico entonces la miró y se apresuró a darle sus libros que habían caído sobre él.

-¡Ay, lo siento tanto!-exclamó por automático con sincero arrepentimiento y pena, pese a ello no se resistió a ver directamente a sus ojos y sorprenderse por lo enigmáticos que resultaron ser.

-Está bien, no pasa nada-él la miró y tuvo que agachar la cabeza para poder hacerlo, Regina se avergonzó por su altura-. Me pareció que llevas prisa, ¿no se te hace tarde?-preguntó con el ceño fruncido.

Ella sólo pensaba en la particularidad de sus ojos, pero al notar su entrecejo volvió a sus cabales y trás meditar un poco dio con la pregunta que le había hecho.

-¡Oh, Dios, es cierto!

Y corrió sin despedirse, a media calle se giró y se despidió rápido con una seña a lo que él le respondió con una sonrisa que le hizo temblar las piernas.

Así lo había conocido Regina, tan romántico y cliché, y las siguientes semanas soñó con encontrarlo de nuevo. Lo buscaba a donde sea que fuera y los demás chicos dejaron de ser tan lindos después de él.

La segunda vez que lo vio fue en una fiesta. Gracias a todo el esfuerzo que había puesto logró sacar buenas calificaciones en todas las materias, así que se gustosa aceptó la invitación de una compañera. Ella había caminado entre la gente para llegar a un lugar un poco más despejado y lo encontró en un sillón riendo con sus amigos.

La sensación que sintió jamás podrá olvidarla, ningún chico antes había acelerado su corazón así. Dio un paso al frente pero se detuvo, se llenó de inseguridades y se quedó observándolo desde una silla a lo lejos lo que quedó de la fiesta. Uno de los amigos de él era también amigo de ella y aprovecharía aquello para volver a verlo.

La tercera vez que lo vio hacía calor como el día que lo conoció, fue en una fiesta y todos hacían notar su calor con su vestimenta. Las chicas llevaban top, falda o short extremadamente cortos y los chicos no tenían camisa. Sin embargo, él estaba en un sillón conversando tranquilamente con la camisa perfectamente puesta.

Llegó junto con el amigo que tenían en común, él la presentó y cuando tuvo que saludarlo a él hizo lo que tanto había ensayado en su habitación.

Solo soy RenéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora