Once.

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Las semanas pasaban con tranquilidad, René no podía quejarse mucho, un fin de semana no lo había pasado con la familia de su padre y el otro Elías no había podido ir.

Dejó de contestar sus mensajes y era bastante fría y cortante cuando lo hacía, estaba harta y su padre no le diría qué hacer. Había hablado con él y había comprendido -más bien se había rendido-, ahora solo debía ser amable.

Y René estaba siendo muy amable al mandarlo a la mierda.

Se le había hecho tarde, bastante tarde. Su clase ya había empezado desde hace quince minutos, así que caminaba hacia una banca cercana a su aula para esperar que el profesor saliera. Esa banca le gustaba mucho porque no pasaban maestros por ahí y podía fumar discretamente.

No aceleraba el paso porque en realidad no llevaba prisa. Se sentó en la banca luego de colocar su mochila sobre la misma, se estiró conforme a su comodidad y sacó un cigarro de su mochila, lo prendió con el encendedor que guardaba en su bolsillo y aspiró la primera ola de humo pensando en algunas tareas que tenía que hacer llegando a casa.

Entre el aburrimiento, la soledad y la melancolia del olor a tabaco, recuerdos se reprodujeron en su cabeza, con el color gris característico de toda su vida.

Nunca había sido feliz, no se mentía, siempre hubo algo que la hizo sentirse diferente, incómoda, algo en su cabeza siempre le hizo sentir que algo no estaba bien.
Recordaba las peleas de sus padres, pero solo eran escenas mudas, vistas desde el pequeño hueco que hacía con la puerta medio cerrada.

Luego su padre se había ido. Esa fue la primera vez que René sonrió con algo semejante a la felicidad, aunque el gusto le duró poco.

Su madre se fue apagando poco a poco, del mismo tono gris que René conocía tan bien, del mismo tono gris con el que vivía día a día. Pronto la tristeza se convirtió en rabia; era rojo. Pero René siempre pudo ver bien, siempre pudo ver la capa de gris que se negó a irse.

Ambas se ayudaron a salir adelante, aunque René nunca ocupó de nadie. René seguía siendo gris.

De la escuela no recordaba mucho, no solía prestar atención a los demás, no era buena fingiendo ser alguien más. Había recuerdos más claros, por supuesto; como aquellos comentarios que escuchaba detrás de la puerta cuando creían que se había ido.

"Es muy alta, parece jirafa".

"Su cara es rara".

"Mi mamá dijo que tenía mandíbula de hombre".

"Sus pies son muy grandes".

"Nada se le ve bien".

"René es fea".

Tantos rostros, tantas sonrisas falsas. René relamió sus labios resecos por culpa del tabaco, mirando a ningún punto en específico.

Tenía doce años cuando se paró frente al espejo y se miró durante horas, analizándose, buscando un por qué.

Habían salido gotas de agua de sus ojos, las tocó y las miró con el ceño fruncido. Nunca le habían salido de esas. Las había visto en su madre tantas veces, en niños en la escuela, en gente en la calle, pero nunca las había visto en ella.

¿Qué significaba?

¿¡Qué había mal con ella!?

Brotaron con brusquedad una trás otra, pero René las ignoró, caminando hasta su armario y abriéndolo de golpe. Sacó todo sin cuidado alguno, arrojando cada prenda, cada accesorio.

Una a una se fue poniendo, combinando, todas quitándoselas con una rabia intensa. Agarró toda la ropa del suelo que pudo y la arrojó, la pateó, la pisó, la arañó.

Solo soy RenéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora