Yuuri Katsuki

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Abandonar tu tierra natal para seguir un sueño es difícil. Dejar atrás a tu familia para tener una vida, donde las probabilidades de salir herido y ser poco reconocido son altas, es tonto. Ir tras aquello que amas con todas las probabilidades en contra, es un suicidio que sólo los más ingenuos se atreven a hacer, pero ¿no acaso la vida está hecha de ambiciones e ilusiones?

Phichit Chulanont nació en Tailandia y tuvo suerte al encontrar una de sus pasiones a corta edad, más afortunado al ser realmente bueno en ella e increíblemente suertudo al ser descubierto, una tarde de verano, por un expatinador profesional cuando él y toda su familia patinaban tranquilamente. Sí, el chico de ojos grises, cabello negro, tez morena y rostro amigable nació con estrella, la cual, junto a su inigualable carisma, lo llevaron a Detroit, donde no sólo pudo formar parte de uno de los clubs deportivos más importantes de Estados Unidos, sino también prosperar en sus estudios académicos y por si fuera poco, hallar un hermano en Yuuri Katsuki, quien al igual que él emprendió el largo viaje hacia el futuro a través del patinaje artístico, dejando atrás lo familiar para aventurarse en un deporte que no todos comprendían ni apreciaban adecuadamente, pues no era considerado varonil como el fútbol, básquetbol y béisbol.

Cuando Phichit empezó a patinar de forma más seria que otros en su tierra natal, lo miraron raro, incapaces de comprender como un chico prefería jugar en el hielo en vez de dedicarse de lleno al estudio para hacerse un hueco, con suerte, en el común y corriente mundo laboral. Algunos niños de su edad también se burlaron, pero gracias a su carácter alegre por naturaleza éste no se permitió deprimirse y con una sonrisa enfrentó al mundo, sin importar que aveces se sentía un poco solo; sin embargo, cuando conoció al japonés, cuyas vivencias eran similares, surgió entre ambos una conexión mágica, la cuál se fortaleció gracias a sus años juntos en un continente desconocido para ambos.

Los dos vivieron alegrías y decepciones, miedos y esperanzas, por lo tanto el tailandés podía presumir, sin miedo a errar, de conocer mejor que nadie a Yuuri Katsuki. Sabía, por ejemplo, lo mucho que le gustaban los cactus desde su viaje a California; cuanto adoraba a su perrito Vicchan; el efecto del katsudon de su madre y los fideos, que él preparaba, en sus estados de animo; así como la gran admiración hacia Viktor Nikiforov, el prodigio ruso del patinaje sobre hielo, quien rápidamente reclamaba medalla tras medalla en cada campeonato, el oro volviéndose más frecuente. El peliplata fue la inspiración constante de su amigo para ser mejor, pues tenía el sueño de patinar en la misma pista que él algún día, conseguir un autógrafo y una foto, una fantasía de hace mucho que milagrosamente se cumplió. Aunque pareciera imposible, no mucho después de la graduación del nipón, éste tuvo la suerte de que La leyenda que ambos amaban se fijará en él y una especie de motivación lo hizo dejar su país para volverse entrenador del japonés y posteriormente su pareja.

El equipo Nikiiforov-Katsuki se volvió el prototipo de cuento de hadas que fans y demás patinadores esperaban encontrar algún día. Phichit no podía estar más feliz, su amigo descubrió el amor en aquel ser que siempre admiró y obtuvo más de lo que nunca creyó posible... pero eso ya era historia. Tan pronto como como surgió el sentimiento, así murió. El ingenuo pelinegro que idolatraba al peligris se desvaneció, dejó de existir así como toda la historia romántica. Ahora Yuuri estaba con Sala, aunque había sonado sincero al proponerle matrimonio, él no le creía, no por nada era su hermano y esa era la razón por la que se encontraba abochornado a altas horas de la noche mientras hablaba con el ojicafé por skype.

Ni bien se enteró del compromiso intentó comunicarse con él –desgraciadamente no había calificado para el GPF y tuvo que quedarse en Cuba junto a Guanj Hong Ji, mientras éste terminaba de rodar las escenas de su película–, pero la diferencia horaria y los múltiples compromisos que tenía como entrenador habían hecho imposible el contacto, hasta ese momento no muy grato, pues el otro contestó su llamada por accidente y lo primero que vio el ojigris fue dos azabaches entrelazados compartiendo besos como si no hubiera un mañana.

I can't go backDonde viven las historias. Descúbrelo ahora