Inalcanzable

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Los aplausos eran sobrecogedores, la multitud rugía con furia y los flashes de las cámaras cegaban como nunca. Todo era brillante y perfecto, tal como las cosas debían ser.

En el podio estaban paradas tres personas tan diferentes entre sí, pero tan similares al mismo tiempo que se complementaban. El medallista de oro quería al de plata y amaba al de bronce; el de plata admiraba al de bronce y quería al de oro; el de bronce amaba al de oro y quería al de plata. El cariño entre los tres era sincero y eran compañeros en el crimen de robar medallas a los demás patinadores, ninguno podía ir contra la tríada formada por los rusos y el japonés.

El regresó al hielo de la leyenda rusa fue mejor de lo esperado, todos lo amaron y él sentía que podría morir de felicidad, a su lado estaba Yurio, quien a pesar del berrinche por haber perdido el oro se sentía orgulloso por ganarle la plata al nipón; más abajo Yuuri lucía la medalla de bronce con una tierna sonrisa de orgullo. La obtuvo al quedar dos puntos arriba de Chris, quien resignado decidió que sería el fotógrafo principal de la boda...

De repente todo cambió. De un momento a otro ya no estaba en la pista de hielo, sino recorriendo una calle solitaria al lado de Yuuri, quien llevaba la correa de Makkachin y hablaba alegremente. Miró alrededor, todas las casas eran desconocidas para él, parecían sacadas de la película esa, dónde un esqueleto secuestra a Santa para apoderarse de la navidad, eran tan surreales que no entendía que hacían allí. La nieve a su alrededor era cálida en vez de ser fría y le dieron ganas de comérsela. Observó a su prometido quien parecía ajeno a todo. Al bajar la mirada vio el anillo que simbolizaba su promesa y un escalofrío le recorrió la espalda, algo andaba mal. Tras devanarse los sesos cayó en la cuenta de lo que era: el brillo. Por alguna extraña razón el destelló característico de la joya no estaba, se veía apagada... lucía gastada, como si fuera un objeto viejo, cuando apenas la había comprado el año pasado. Por si fuera poco, ésta aparecía y desaparecía intermitentemente de su dedo y los lapsos en los que no estaba cada vez eran más grandes.

–Yuuri –llamó, pero el otro siguió avanzando sin escucharlo. Volvió a hablar pero obtuvo la misma respuesta, así que corrió para alcanzarlo, lo tomó por el hombro y su novio le devolvió una brillante mirada que desbordaba amor a raudales junto con la sonrisa que tenía guardada única y exclusivamente para él. Eso, lejos de tranquilizar al ruso, lo asustó. A su alrededor la nieve cayó con más fuerza y cubrió todo menos a Yuuri. Viktor abrió la boca para hablar pero todavía no decía nada cuando supo que debía callar o algo muy malo ocurriría, pero sin poder evitarlo, soltó las palabras que llevaba grabadas en lo profundo de su alma, mente y corazón, las cuáles quemaban como hierro al rojo vivo:

–Cuando ganes el oro y seas pentacampeón, nos casaremos.

Tan pronto dijo eso Yuuri desapareció y él se encontró sólo, rodeado por la oscuridad. Más aterrado que nunca en su vida miró en todas direcciones buscando a su prometido pero fue en vano, justo en ese momento la escuchó. Una risilla sarcástica y suave. Giró sobre sí mismo y una gota de sudor frío recorrió su espina dorsal. Frente a él se encontraba su yo de dieciséis años.

Viktor se talló los ojos creyendo que alucinaba, pero no, ahí estaba un Viktor Nikiforov de cabello largo, vistiendo el traje negro con el que el amor de su vida patino Eros. En su cara había una sonrisa ladeada que no llegaba a los ojos, los cuales se mostraban serios y fríos. Ambos se miraron por lo que pareció una eternidad hasta que la versión más joven volvió a reír de esa forma que era todo menos alegre.

–¿Qué...? –empezó a decir, pero fue interrumpido.

–... ¿estás haciendo? –completó el otro.

I can't go backDonde viven las historias. Descúbrelo ahora