Then&Now

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Hasetsu, verano 2026.

Cuando Karime De la Croix decidió ser patinadora artística nunca pensó tener la suerte de estar al cuidado de su ídolo, Yuuri Katsuki, quien se volvió su fuente de inspiración cuando era una pequeña niña, pero gracias a un giro del destino terminó en Japón, Tokio, donde el Team Katsuki entrenaba arduamente. A veces, cuando eran vacaciones de verano, todos iban a Hasetsu a practicar de forma más privada y espartana, pues aunque las ventajas del Meiji Jingu Gaien* eran superiores al Ice Castle, el calendario escolar de sus sempais –adolescentes preparatorianos– se cruzaba a menudo con las competencias de manera que entre labores académicas, fiestas y el hecho de compartir pista con otros patinadores, ninguno era capaz de enfocarse únicamente en el hielo, como se los hacía notar constantemente su coach.

Ella no sabía muchas cosas cuando le planteó a su antiguo entrenador ser presentada ante el japonés como pupila, para Karime él era el más grande patinador que jamás había existido, bastaba con ver lo que sus discípulos iban logrando poco a poco en cada competencia, especialmente Minami-san, el único que competía a nivel sénior en ese momento. Cuando recibió la noticia de que Katsuki-sama le había dado el visto bueno, más feliz no pudo estar, pero las cosas en tierra nipona demostraron ser diferentes a su ideal. Para empezar, ahora que sus chicos eran campeones en sus respectivas categorías, ella encontró diversas razones para temblar todos los días de miedo, en ese momento el motivo era Kenjiro Minami.

Esa mañana, mientras los demás tomaban lecciones de ballet con Minako-san o realizaban otra de las muchas actividades programadas e impuestas por su instructor, el único competidor masculino en la categoría individual se deslizaba frenéticamente en el hielo de la pista local, tratando inútilmente de realizar la maravillosa y exaltada secuencia de pasos creada por el japonés de cabello azabache, la cual tenía que ser perfeccionada para la siguiente temporada, pero a pesar de llevar horas ahí él rubio no podía ejecutar ni la mitad de bien los movimientos, si comparabas como lucieron cuando el mayor los realizó –limpia y fluidamente–, el menor parecía un robot oxidado y quizá ese espectáculo ocasionó que el de lentes pusiera una cara simplemente aterradora.

¿Así planeas ganar el oro? Plisetsky acabará contigo. Está furioso por perder el oro y la plata, a estas alturas ya debe dominar la mitad de sus nuevos programas.

Pero sempai...

¿Escuché un pero? –la suave voz del ojicafé escondía una amenaza más feroz que el peor de los gritos, la pequeña francesa se alegró de no ser el objetivo.

N-no –alcanzó a decir con hilo de voz su compañero, ella juraría verlo hacerse cada vez más chiquito en el centro del hielo mientras miraba a su ídolo sentado sobre la barda que rodeaba la pista, los ojos marrones estaban clavados en su persona y a pesar de estar semiocultos por los mechones negros regados en su cara –durante el último mes su cabello había crecido y no parecía tener intención de cortarlo pronto– se sentían como dagas, pero si a esa mirada severa añadías la sonrisa de guasón, el resultado era definitivamente espeluznante.*

Entonces empieza de nuevo y cuando diga que saltes, salta –esperó unos segundos antes de continuar–. Si pierdes el oro no desperdiciaré mi tiempo entrenándote –sentenció. El joven patinador asintió temblorosamente pero tomó su posición inicial y el otro hombre reprodujo la música.

Sí. Yuuri Katsuki era una gran figura pública, una persona tranquila –quizá demasiado serio–, pero sobre todo un temible entrenador que exigía perfección y ella, Karime De la Croix, era su nueva pupila desde hace unos meses. Ese año sería su debut junior, motivo por el que se mudó a Japón esas vacaciones para acoplarse al nuevo estilo de vida, pero aunque era joven e ingenua no creía ser tonta; sin embargo, viendo de primera mano el régimen al que se sometían todos sus nuevos compañeros, se sentía como una chiflada. Meses atrás hizo caso omiso de las advertencias que todo el mundo hizo sobre el brutal entrenamiento del ex campeón olímpico, pues nada de lo dicho concordaba con el muchacho que conoció a los tres años, cuando sus padres la llevaron a ver el Internationaux de France, en aquel entonces él le regaló una sonrisa cálida, la cual atesoró con amor... pero al parecer ese Yuuri sonriente sólo fue parte de su imaginación. Ese recuerdo no tenía nada que ver con el sujeto que taladraba al otro en la pista. Al final los rumores sobre que era el Atila "El uno" de los entrenadores fueron ciertos, realmente no mostraba compasión a sus chicos, no reía con ninguno y sin importar que tan duro éstos se esforzaran para demostrar su compromiso al hielo, él no lo reconocía; su lengua no era filada, pero sus ojos se encargaban de trasmitir todo aquello que las palabras no. Era un monstruo y esa era la fuente de sus miedos diarios. Temía no ser capaz de llenar sus expectativas, trabajar duro y no recibir ni una palmada de aprobación, pero no había vuelta atrás, estaba ahí y sus padres la matarían si intentaba volver a Francia después de insistir tanto en cambiar de pista.

I can't go backDonde viven las historias. Descúbrelo ahora