Una y otra vez

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San Petersburgo, 2023.

De la vida se tienen muchas ideas, se dice que es corta, bella, un regalo o una perra, si es cierto o no, depende de cada persona. Sin embargo, la única cosa que se puede afirmar sin errar es lo caprichosa que es. Un día te sonríe, al otro te aplasta y a veces convence a la diosa de la fortuna para unirse a ella en su temporada ociosa y juntas arruinar la existencia de los pobres mortales que no saben lo que tienen hasta que lo ven perdido, todo por obra y gracia del dúo de deidades maniáticas con exceso de tiempo libre.

Hay quienes afirman que éstas son crueles, pero ellas insisten que es cuestión de percepción, de cómo las personas miran su existencia comparada con la de otros; sostienen que los sujetos que gozan con su beneplácito no lo saben aprovechar y recogen sus dones; otros creen que cuando alguien tiene una excelente racha por mucho tiempo, las reta a demostrar lo efímero que puede ser su simpatía, un claro ejemplo es la leyenda viviente del patinaje artístico: Viktor Nikiforov.

El rey del hielo, un ruso muy atractivo, conoció la fama y la gloria a temprana edad, hecho que compensó sus otras carencias, las cuales fueron sustituidas por el clamor del público sometido a su voluntad cuando él apenas tenía dieciséis años. Dicha ambrosía se le subió a la cabeza a pesar de ser amable con otros –pues sus vivencias le enseñaron a no desestimar a los demás–, su carácter cariñoso por naturaleza se mezcló con el increíble orgullo que sentía hacia sí mismo y a sus veintitantos, se podía decir que era un hombre cuyo estado anímico cambiaba rápidamente, pasaba de ser simpático a crudamente sincero, después se volvía una diva incapaz de pensar en nada más que el oro. Muy en el fondo –perfectamente oculto a los ojos de las personas– anhelaba y deseaba ser amado, protegido y mimado por ser sólo Viktor, no el prodigio, la leyenda ni el héroe nacional, sino el torpe y despistado ser que era en realidad, aquella alma olvidada detrás de su apariencia atractiva, ésa de la cual nadie quería ver ni oír pues lidiar con ese tipo imperfecto era impensable y por lo mismo, fingir la falta de defectos en él siempre resultaba mejor.

Viktor hizo historia muchas veces en la vida, primero al romper el record en el mundial junior, después, al lastimarse en una fea caída que lo envió dos años lejos del hielo, luego tras convertirse pentacampeón en su amado deporte y finalmente por mostrarse públicamente enamorado de otro hombre –ni más ni menos que su pupilo–, a pesar de que ambos venían de países con culturas homofóbicas; sin embargo, el vacío en su corazón seguía ahí, haciéndose más profundo día a día a pesar de tener a Yuuri con él y nada parecía ser capaz de llenarlo.

La primera vez que lo sintió era muy joven, pero lo ignoró al concentrarse en el patinaje, años más tarde esa desagradable sensación volvió y creyó que conseguir una mascota para acompañarlo ayudaría, pero el tiempo siguió pasando, pronto el consuelo de tener un perrito juguetón a su lado fue insuficiente, entonces apareció él, Yuuri Katsuki, un patinador japonés completamente adorable a pesar de ser algo renuente; un chico que lo veneraba como a un dios y poseía ese algo que él buscaba... se aferró a él como una tabla de salvación. Él junto a su adorado Makkachin –el único ser vivo con el que mantenía un contacto real– le dieron el amor y la vida, las cuales poco a poco lo abandonaban sin poder evitarlo. Creyó, ingenuamente, que todo iría bien a partir de ese momento, aún sí el desasosiego lo acompañaba siempre, pero como siempre ocurría con todas las cosas a su alrededor, aquello no duró. Pronto, mucho más pronto de lo que nadie jamás hubiera pensado, su vida dio un revés. La vida y la fortuna, cansadas de ver sus regalos desperdiciados, decidieron que ya le habían dado suficientes oportunidades para ser feliz, giraron la ruedasin miramientos: el nipón se fue y poco después su amado perro –aquel mamífero peludo que amó con todo su corazón desde el instante en que lo vió en la tienda– murió y con él, una parte de Viktor que nadie, ni siquiera Yuuri, conocía.

Como si aquello no bastará, se vio obligado a retirarse del hielo por culpa de una estúpidas lesiones, cuatro vertebras dañadas, varios tendones desgastados y los huesos rotos de tiempo atrás no eran la gran cosa, pero la ISU y Yakov armaron un gran drama y el patinador no tuvo más remedio que resignarse, más que nada como última voluntad de su viejo entrenador. Alejarse de las pistas a las que dedicó su vida fue el parte aguas, el hoyo en su interior creció y se desbordó, casi es consumido de no ser por Yuri Plisetsky, quien le dio un ultimátum: ser su entrenador o retirarse a un asilo. Gracias a eso el ruso mayor encontró una fuente de alivio para lo que quedaba de su juventud. Ahora, con treinta y cuatro años años cumplidos La leyenda llevaba una vida perfecta: despertar, trotar, ducharse, desayunar, entrenar a sus pupilos, gritar un poco, deslizarse suavemente por el lugar, comer fuera, dar clase a los nuevos patinadores, sentarse en el mismo parque de siempre a leer, cenar algo en el camino a casa, ver televisión, dormir y de nuevo despertar, correr, desayunar... una y otra vez la rutina funcional que lo mantenía ocupado, completamente feliz y lejos de su frío y vacío departamento.

O al menos eso creía él ciegamente. A ojos de las personas que lo conocían desde hace tiempo era bastante obvio que iba en picada, había perdido el norte y no lo notaba, mejor dicho, no quería verlo. Temían cualquier locura por parte del peliplata. No obstante, los entes que siempre lo habían amparado encontraron repentinamente divertido la serie de desgracias que iban apareciendo y curiosas le mandaron un regalo que jamas esperó. Estaban decididas a castigarlo por no apreciar el esfuerzo que hicieron para que brillara desde su nacimiento, su penitencia apenas iniciaba. No tardaría en darse cuenta que siempre había espacio para un golpe más,

Debido a estas circunstancias pasaría años reflexionando como cualquier mortal sobre sus errores, sus metidas de pata que transformaron todo lo bueno en algo tan frío como el hielo que pisaba en ese momento, esperando al tigre ruso, la fuente de sus dolores de cabeza mañaneros.

A varios kilómetros de ahí un japonés de ojos castaños se reunía con alguien importante en su vida, moviendo inconscientemente los hilos del destino, que aburrido de su eterna función, decidió apostar con el tiempo para ver hasta dónde eran capaces de llegar sus hermanas. Mientras Viktor Nikiforov era inconsciente del complot que cuatro aburridas entidades mitológicas planeaban contra él, su celular sonó e interrumpió su melancólico deslizar. Con el ceño fruncido atendió la llamada que vaticinaba la llegada del obsequio no grato de sus antiguas benefactoras.

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Última actualización del año. No  creí lograrlo pero aquí está. Muchas gracias por leer y darle oportunidad a este ficc. Me hacen muy feliz sus votos y comentarios (eso incluye a los lectores fantasma).

Feliz Año Nuevo.

I can't go backDonde viven las historias. Descúbrelo ahora