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—Vamos —le incitó el sacerdote a que hablara, parado de pie en la puerta, una mano en el crucifijo que colgaba de su cuello y la otra estirada hacia él— cuéntame tus pesares y te ayudaré a encontrar el camino del señor.

Ichimatsu únicamente lo observó en silencio.

Esa era ya la tercera semana consecutiva que ese hombre entraba preguntándole lo mismo. Se cuestionaba cuánto más lo intentaría si no contestaba, ¿sería acaso toda la vida? Ichimatsu se encontraba sentado, abrazando sus rodillas en una esquina de la habitación, lo más alejado posible del otro, esta habitación que aquel sacerdote denominaba segura y que él llamaba prisión.

Aún estaba enojado con él por haberlo detenido. Maldecía el hecho de que justo esa noche, este padre haya ido a bendecir a los pacientes y que luego hubiera decidido que subir al techo era una buena idea. Porque debido a eso, lo había atrapado justo cuando estaba dando un paso hacia el vacío que lo libraría de todo el dolor.

Ahora estaba allí soportando eso. Vivo.

Su vida estaba más que arruinada, era peor que basura incombustible. Su presencia era un estorbo para el planeta y lo sabía, no existía ninguna razón por la cual debiera continuar en ese mundo. Él ya se había deshecho de todas y cada una de las cosas que alguna vez pudo considerar importantes.

—Debe ser difícil para ti —continuó el hombre de fe tras el silencio de su inquilino—, puede que creas que lo que te sucede es algo insoportable que va más allá de tu control y está bien, pues Dios que está en los cielos es el único que debe juzgar y Él siempre es justo y amable. Yo te ayudaré a que tus palabras lleguen a él y así tendrás un camino libre de tus malestares —llevó la otra mano hacia su pecho y con ambas apretó el crucifijo para así remarcar la veracidad y profundidad del sermón que le estaba dando, así como una sonrisa de autoconfianza excesiva—. Tendrás paz.

A Ichimatsu no le afectaba en lo más mínimo todas esas palabras vacías. Si de verdad existiera un dios, entonces no sería ni justo ni amable. Si dios existiera, no permitiría que personas como él mismo existieran en ese mundo. Ese sacerdote estúpido parecía muy seguro de sí, y eso le desagradaba más. Como si no tuviera ningún problema. ¿Por qué? Mientras él y su hermano sufrían, este padre se la pasaba en grande y disfrutaba de su vida. Entonces, ¿dónde está lo justo en eso?

Insistió un poco más, diciendo cosas de dios esto, dios aquello. Le repitió que tomara la comida que había llevado y salió. Cerró con llave la habitación separando a ambos una vez más.

Karamatsu caminó a lo largo del silencioso templo con la cabeza baja, no le agradaba la idea de privarlo de su libertad, pero tenía que ir poco a poco si quería salvarlo.

La primera noche que estuvo allí la pasó en vela cuidándolo de los impulsos de querer acabar con su propia vida que eran demasiado fuertes. Durante más o menos una semana no se apartó de su lado ni un momento. Después, cuando por fin lloró hasta caer dormido fue cuando lo dejó dormir solo, claro que él estaba justo en el pasillo, buena idea porque había intentado escapar. Y no era tanto que no quisiera permitirle retirarse si así lo deseaba, pero un alma tan frágil podría correr peligro en manos de los demonios que acechan constantemente para corromperlos. Debía mantenerlo a salvo.

Varios días después fue cuando decidió encerrarlo y dormir en la habitación de al lado. Ahora ya se daba la libertad de alejarse pues presentía que ya no era necesario estar al tanto de cada cosa que hacía, por fin parecía que estaba superando la idea de acabar con su vida. A él lo odiaba, pero no importaba, no si con eso ayudaba a desviar la atención del menor. Que en realidad no era tan joven, seguro tenían alrededor de la misma edad. Sin embargo, a sus ojos parecía un joven aterrado.

RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora