Portage, Nueva York, 1815
La nieve crujía bajo sus pequeñas
botas, mientras Anna Seaton
doblaba por el callejón y
empujaba la puerta de madera
blanca que se abría al jardín
delantero de la modesta casita en
la que había nacido. Tenía las
mejillas rosadas y los ojos
brillantes cuando se detuvo a
mirar el cielo estrellado y a
examinarlo con la alegría natural
de una chiquilla de dicisiete años
en Navidad. Tarareó sonriente las
últimas estrofas de uno de los
villancicos que había estado
cantando toda la noche con el
resto del coro, luego se dio media
vuelta y subió hacia la casa a
oscuras.
Con cuidado, para no despertar a
sus padres ni a su hermana
pequeña, abrió la puerta principal
y entró. Se quitó la capa y la colgó
en un perchero junto a la puerta,
luego, al darse la vuelta, se detuvo
sorprendida. La luz de la luna se
filtraba por la ventana de lo alto
de la escalera, iluminando a sus
padres, que estaban ante la
puerta del dormitorio de su
madre.
- ¡No, Patrick! - Su madre se
debatía por zafarse del estrecho
abrazo de su padre - ¡No puedo!
¡Sencillamente, no puedo!-
- No me rechaces, Katherine -
Suplicó Patrick Seaton con voz
urgente - Por el amor de Dios,
no...-
- ¡Me lo prometiste! - Estalló
Katherine, intentando
frenéticamente librarse de su
abrazo. Patrick inclinó la cabeza y
la besó, pero ella apartó la cara.
Las palabras le salían a
trompicones, como un sollozo - El
día que nació Dorothy me
prometiste que nunca me lo
volverías a pedir ¡Me diste tu
palabra!-
Anna, atónita y desconcertada de
horror, apenas era consciente de
que nunca antes había visto a sus
padres tocarse -ni sensual ni
cariñosamente- pero no tenía
idea de lo que su padre le estaba