- Su excelencia, la duquesa viuda
de Claremont - Entonó
mayestáticament e el mayordomo
desde el umbral del salón donde
estaba sentado Charles Fielding,
duque de Atherton.
El mayordomo dio un paso a un
lado y entró una imponente
anciana, seguida por su abogado
de semblante tenso. Charles
Fielding la miró, con los
penetrantes ojos de color avellana
rebosantes de odio.
- No te molestes en levantarte,
Atherton - Soltó la duquesa con
sarcasmo, fulminándole con la
mirada mientras este permanecía
deliberada e insolentemente
sentado. Sin mover una pestaña,
permaneció con la vista fija, en un
silencio sepulcral. Charles Fielding,
que estaba en mitad de la
cincuentena, era aún un hombre
atractivo, de cabello espeso y
entrecano y ojos castaños, pero la
enfermedad había causado
estragos en él. Demasiado
delgado para su altura, surcaban
su rostro profundas arrugas de
tensión y fatiga.
Incapaz de provocar una
respuesta, la duquesa se dirigió al
mayordomo:
- ¡En esta habitación hace
demasiado calor! - Espetó,
golpeando el bastón de puño
enjoyado contra el suelo - Corra
las cortinas y deje entrar un poco
de aire.-
- ¡Déjelo todo como está! - Gritó
Charles, con una voz teñida por el
odio que la mera visión de la
duquesa le había despertado.
La duquesa le dirigió una mirada
fulminante.
- No he venido aquí a asfixiarme -
Dijo en tono amenazador.
- Entonces vete.-
Su delgado cuerpo se envaró con
la rigidez del resentimiento.
Su delgado cuerpo se envaró con
la rigidez del resentimiento.
- No he venido aquí a asfixiarme -
Insistió apretando los dientes - He
venido aquí a informarte de mi
decisión sobre las hijas de
Katherine.-