~Capitulo 5

48 3 0
                                    

Instantes más tarde, Anna montó

en su caballo sintiéndose

alborozada y contenta, pero su

humor decayó en cuanto abrió la

puerta trasera de la casa y entró

en la plácida habitación que servía

a un doble propósito: de cocina y

lugar de reunión de la familia.

Su madre estaba inclinada sobre

la cocina, atareada en la plancha

de hierro, con el cabello recogido

hacia atrás en un pulcro moño,

con su sencillo vestido limpio y

planchado. Encima de la chimenea

y a sus lados, pendía de unos

clavos una ordenada serie de

coladores, jarras, ralladores,

cuchillos de carnicero y embudos.

Todo estaba ordenado, aseado y

pulcro, al igual que su madre. Su

padre ya estaba sentado a la

mesa, tomando una taza de café.

Míralos, oyó decir a su

subconsciente, con el corazón

dolorido y profundamente furiosa

con su madre por negar a su

maravilloso padre el amor que él

necesitaba y requería.

Como las salidas de Anna al

amanecer eran muy corrientes,

ninguno de sus padres se mostró

sorprendido de su entrada.

Ambos la miraron, le sonrieron y

le dieron los buenos días. Anna

devolvió el saludo a su padre y

sonrió a su hermana pequeña,

Dorothy, pero apenas podía mirar

a su madre. En lugar de eso, fue a

las estanterías y empezó a poner

la mesa con un servicio completo

de platos y cubiertos, una

formalidad que su madre inglesa

consideraba «necesaria para una

comida civilizada». Anna iba y

venía entre las estanterías y la

mesa, se sentía cada vez más

enferma y le dolía el estómago,

pero cuando ocupó su lugar en la

mesa, la hostilidad que sentía

hacia su madre dejó paso

lentamente a la piedad. Observó

cómo Katherine Seaton intentaba,

de media docena de maneras,

desagraviar a su padre, charlando

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora