Fuera, en el jardín, Dorothy
golpeaba el suelo con la punta de
su zapatilla, haciendo que el
columpio se retorciera con
desgana de un lado a otro.
- Aún no puedo creerlo - Dijo
Dorothy, en una voz suave, llena
de una mezcla de desesperación y
nerviosismo - ¡Mamá era nieta de
una duquesa! ¿Eso en qué nos
convierte? ¿En nobles? ¿Tenemos
títulos?-
Anna le dedicó una mirada irónica
- Sí, nosotras somos los parientes
pobres.-
Era la verdad, pues, aunque
Patrick Seaton era querido y
valorado por la agradecida gente
de campo cuyas enfermedades
había curado durante muchos
años, sus pacientes rara vez
podían pagarle con dinero y él
nunca les había presionado para
que lo hicieran. En cambio, le
pagaban con aquellos bienes y
servicios que le pudieran
proporcionar; con animales,
pescado y volatería para su mesa,
con reparaciones de su carruaje y
de su casa, con una hogaza de
pan recién hecho y cestas de
jugosas bayas silvestres. Como
resultado, a la familia Seaton
nunca le había faltado comida,
pero siempre andaban escasos de
dinero, como evidenciaban los
vestidos remendados y teñidos a
mano que tanto Dorothy como
Anna llevaban. Incluso la casa en
la que vivían se la habían
proporcionado los aldeanos, igual
que le habían proporcionado una
al reverendo Milby, el pastor.
Prestaban las casas a sus
ocupantes a cambio de sus
servicios médicos y pastorales.
Prestaban las casas a sus
ocupantes a cambio de sus
servicios médicos y pastorales.
Dorothy hizo caso omiso del
prudente resumen de su estatus y
continuó con su ensoñación:
- ¡Nuestro primo es un duque y
nuestra abuela una duquesa! Aún
no puedo creerlo ¿Y tú?-
- Yo siempre pensé que mamá
tenía algo de misterio - Respondió