~Capitulo 9

59 1 3
                                    

Era un rito; cada mañana

aproximadamente a las nueve en

punto, Northrup, el mayordomo,

abría la puerta principal de

madera maciza de la palatina

mansión campestre del marqués

de Wakefield y un criado le tendía

una copia del Times que había

comprado en Londres.

Tras cerrar la puerta, Northrup

cruzaba el vestíbulo de mármol y

le daba el periódico a otro criado

que se encontraba al final de la

gran escalera.

- El ejemplar del Times de su

señoría - Recitó.

Aquel criado llevó el periódico por

el vestíbulo y entró en el comedor,

donde Harold Fielding, marqués

de Wakefield, acababa, como de

costumbre, su colación matutina y

leía el correo.

- Su copia del Times, milord -

Murmuró el sirviente con timidez

mientras lo colocaba junto a la

taza de café del marqués y luego

le retiraba el plato.

Sin mediar palabra, el marqués

cogió el periódico y lo abrió.

Aquellos gestos se realizaban con

la precisión impecable y

perfectamente orquestada de un

minueto, pues lord Fielding era un

amo muy riguroso y exigía que

sus propiedades y casas de la

ciudad funcionasen con la misma

precisión que una máquina bien

engrasada.

Sus criados le temían, lo

consideraban una deidad fría,

amedrentadora e inaccesible a la

que se esforzaban

desesperadament e en

complacer.

Las entusiastas bellezas

londinenses a las que Harold

llevaba a bailes, óperas, piezas

teatrales -y a la cama- sentían más

o menos lo mismo, pues él las

trataba más o menos con el

mismo sincero afecto que trataba

a sus criados. Sin embargo, las

damas lo miraban con disimulado

deseo allí donde fuera, pues a

pesar de su actitud cínica, le

rodeaba un aura inconfundible de

virilidad que hacía latir con fuerza

Atrapada en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora