El alba apenas había despuntado
en el cielo cuando Anna salió de la
casa, tras pasar la noche en vela
contemplando el techo en la cama.
Envuelta en una capa y una
falda de montar azul
marino, sacó su caballo del
establo y se subió a él sin
esfuerzo.
Después de poco más de un
kilómetro, llegó al arroyo que
discurría junto a la carretera
principal en dirección al pueblo y
desmontó. Caminó con cautela
por la resbaladiza ribera cubierta
de nieve y se sentó sobre una
roca alisada por la erosión. Con
los codos apoyados en las rodillas
y la barbilla en las manos
contempló el agua gris que fluía
lenta entre fragmentos de hielo
cerca de la orilla. El cielo se volvió
amarillo y luego rosado, mientras
estaba allí sentada, intentando
recuperar la alegría que siempre
sentía en aquel lugar cada vez que
contemplaba el nacimiento de un
nuevo día.
Un conejo salió a la carrera desde
los árboles que se alzaban a su
lado; a su espalda un caballo
resopló suavemente y unos pasos
avanzaron sigilosamente por la
abrupta orilla. Los labios de Anna
esbozaron una leve sonrisa una
décima de segundo antes de que
una bola de nieve volara
zumbando sobre su hombro
derecho y ella se inclinara
limpiamente hacia la izquierda.
- ¡Has fallado, Andrew! - Gritó sin
volverse.
Un par de lustrosas botas altas
marrones aparecieron a su lado.
- Has madrugado esta mañana -
Comentó Andrew, sonriendo a la
pequeña joven belleza que se
sentaba en la roca.
Un par de lustrosas botas altas
marrones aparecieron a su lado.
- Has madrugado esta mañana -
Comentó Andrew, sonriendo a la
pequeña joven belleza que se
sentaba en la roca.
Anna se apartó el cabello rojizo
con destellos dorados de la frente
y se lo sujetó hacia atrás en la