Inglaterra, 1815
- ¡Ah, estás ahí, Harold! - Exclamó
la bella mujer de cabellera negra a
la imagen de su marido que se
reflejaba en el espejo del tocador.
Repasó tímidamente con la
mirada el cuerpo esbelto y fornido
que se aproximaba a ella; luego
dirigió la atención hacia los
joyeros abiertos que tenía ante sí.
Un temblor nervioso le sacudió la
mano y se le iluminó el rostro con
una sonrisa cuando sacó un
espectacular collar de diamantes
de un estuche y se lo tendió.
- ¿Me ayudas a abrochármelo?-
El gesto de su marido se
endureció con desagrado al mirar
los collares de resplandeciente s
rubíes y magníficas esmeraldas
que ya lucían sobre sus senos por
encima del provocativo escote del
vestido.
- ¿No crees que tu exhibición de
carne y joyas es un poco vulgar
para una mujer que trata de
aparentar ser una gran dama?-
- ¿Qué sabrás tú de la vulgaridad?
- Replicó Melissa Fielding con
desdén - Este vestido es de última
moda - Y añadió con altanería - Y
bien que le gusta al barón
Lacroix... Insistió en que lo llevara
al baile de esta noche.-
- Se ve que no quiere tener
problemas con demasiados
cierres cuando te lo quite -
Respondió su marido con
sarcasmo.
- Exacto, es francés... Y es
terriblemente impetuoso.-
- Por desgracia también está sin
un céntimo.-
- Cree que soy hermosa - Le
provocó Melissa en una voz que
empezaba a flaquear debido al
odio contenido.
- Tiene razón - La sardónica
mirada de Harold Fielding se posó
en el hermoso rostro de Melissa y
en la piel de alabastro, en los ojos
verdes ligeramente rasgados, en
los labios rojos y carnosos, luego
descendieron hasta los
voluptuosos senos que
sobresalían temblorosos e
incitantes por encima del
pronunciado escote del vestido de
terciopelo escarlata - Eres una
hermosa, amoral, avariciosa... Puta
- Giró sobre sus talones y se
disponía a salir de la habitación,
cuando se detuvo súbitamente. Su
voz glacial estaba revestida de
una autoridad implacable - Antes
de irte, entra y dale las buenas
noches a nuestro hijo. Jamie es
demasiado pequeño para
comprender el tipo de perra que
eres y te echa de menos cuando
te vas. Saldré para Escocia dentro
de una hora.-
- ¡Jamie! - Exclamó llena de ira - Es
lo único que te preocupa... - Sin
molestarse en negarlo, su marido
fue hacia la puerta y la ira de
Melissa estalló - ¡Cuando vuelvas
de Escocia, yo no estaré aquí! - Le
amenazó.
- Bien - Respondió él sin
detenerse.
- ¡Bastardo! - Espetó Melissa con la
voz temblorosa de la rabia
reprimida - Voy a contarle al
mundo quién eres en realidad y
luego te dejaré ¡Nunca regresaré,
nunca!-
Con la mano en el picaporte,
Harold se volvió, sus rasgos
formaron una dura y despectiva
máscara.
- Volverás - Exclamó con sorna -
En cuanto te quedes sin dinero.-
La puerta se cerró tras él y el
exquisito rostro de Melissa rebosó
de triunfo.
- Nunca volveré, Harold - Declaró
en voz alta en la habitación vacía -
Porque nunca me quedaré sin
dinero. Tú me enviarás todo el
que quiera...-