3. Hogar dulce hogar

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Por suerte para mí, mi mamá llegaba tarde del trabajo, por lo que no notó mi tardanza. Cuando ella llegó, me dijo que le había llegado un mail de La Flor Blanca indicando que era uno de los pocos que no había decidido unirse a este grupo. Ella me preguntó por qué no quise, que allí podría haber hecho nuevos amigos. Las siguientes palabras escaparon de mi boca sin que yo las pensara (gracias impulsividad):

-¡Porque ese grupo me repugna al igual que sus integrantes! -Cuando lo dije recordé que mi mamá participó de sus actividades cuando era joven.

-¡No me levantes la voz! -dijo molesta –ahora vete a tu cuarto y dame tu iPod.

No lo podía creer, ni mi madre aceptaba que no fuese parte de La Flor Blanca. Todos los mayores que conocía, que había participado, decían haberla pasado bien, claro que no recordaban muy bien las cosas que habían hecho. Pero el punto era que no era justo. Tengo derecho a hacer lo que deseo con mi vida, pero a veces a gente es necia.

Si bien mi mamá me había quitado mi iPod, había olvidado que tenía mi celular que también se conectaba a internet. Tras estar unos minutos en Facebook, me aburrí. Así que me puse a dibujar. Mi escritorio estaba lleno de cosas. Cuadernos, lápices, papeles, un jarrón con dulces, audífonos. Las hice a un lado con un movimiento de brazo. Saqué papel y lápiz y empecé a dibujar.

Siempre me había gustado dibujar. Algo curioso es que entre más años pasaban, más cambiaban los temas de mis dibujos. Había empezado dibujando dragones con colas de antorcha y ahora dibujaba personas y por persona me refería a mujeres y por mujeres me refería a mujeres sexys. Mi madre descubrió hace poco uno de mis dibujos, se molestó tanto que no me habló en una semana. En fin, mientras dibujaba quise agarrar el borrador y accidentalmente tumbé el jarrón con dulces. No podía dejar que se cayese y que se rompiese o me castigarían aún más. Sorprendentemente mi mano actuó más rápido de lo que pude creer. Esta giró y agarró el jarrón en el aire. Solo entonces fui completamente consiente de lo que pasaba. Respiré hondo y lo puse en su sitio.

 Justo en ese momento me llegó un mensaje de Gerardo. “Tío ven al Blue Jazz ahora”. Lo sé, Blue Jazz suena como uno de esos sitios de adultos donde hay hombres en traje tocando jazz, pero es todo lo contrario. Es una hamburguesería bastante ruidosa y con un montón de adolescentes. No hay adulto que quiera estar ahí. Solo se llamaba Blue Jazz porque hacía unos años sí fue un club de jazz, pero con poco éxito Cuando el nuevo dueño lo compró, no quería gastar en cambiar la fachada (vaya tacaño), así que conservo el nombre.

Se preguntarán cómo planeaba ir al Blue Jazz si estaba castigado. Es simple, mi mamá tenía un grupo de amigas que adoraban jugar RISK (Gerardo y yo les decíamos “Las Tiranas”) y hoy la reunión era en casa de una de sus amigas, sólo tenía que esperar unos minutos a que se fuera. Entonces se abrió la puerta de golpe, era mi mamá.

-Voy a salir -dijo. Cuando ella era así de inespecífica significaba que seguía molesta.

-Sí, mamá -dije sin mirarla.

Ella cerró la puerta y se fue. Creo que no se los había comentado, pero vivo en un departamento y eso tiene muchas ventajas. Una de ellas es que cuando alguien baja por el ascensor,  yo puedo bajar por las escaleras sin que me vean, tal y como hice ahora.

Ya era de noche, por lo que si Gerardo quería decirme algo en el Blue Jazz debía ser urgente. Caminé un par de cuadras y cuando di la vuelta a la esquina apareció un sujeto y me dijo: -Dame tu billetera- Me quedé helado al instante, podía sentir la punta de una navaja amenazando mi estómago. Estaba muy asustado. ¡Nunca me habían asaltado antes! Mi cuerpo temblaba.

Súbitamente, mi mano desvió la navaja del asaltante como si yo fuera un experto en ello. Luego lo empujé y este cayó sorprendido y se desmalló al golpear su cabeza contra el suelo. Quedé impactado. ¿Cómo había hecho eso? Tenía que ir corriendo a contárselo a Gerardo. Yo sé que soy impulsivo, pero  no soy un policía especializado en desarmar delincuentes.

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