POV. Shizuo
No sé con certeza cuanto tiempo pasó, pero para cuando quise darme cuenta me vi incapaz de apartar la vista de la extraña escena frente mí. Y aunque desesperadamente quería cerrar los ojos, no pude parpadear. No fue sino hasta que noté las lágrimas caer por mis mejillas que me di cuenta de que en verdad era real lo que estaba viendo.
Ante mí, a penas a cinco metros de mis pies, estaba Izaya.
Su camiseta y pantalón blancos parecían más grandes que nunca en su pequeña figura y, además, le hacían ver más pálido de lo que ya estaba.
Y vaya que estaba pálido.
Su figura encogida seguía sentada en el suelo, aún centrando la habitación demasiado pequeña. Ambas piernas a los lados de su cuerpo. Su cabeza gacha, el rostro oscuro por la sombra de su pelo, las manos alzadas, abiertas y actitud observante, casi como si estuviera hipnotizado. ¡Y ojalá así fuera! Al menos así podría explicar la escena ante sus ojos aún escépticos.
Todo en su postura hacía parecer que no se había movido desde la última vez que lo había visto el día anterior.
Todo...excepto el color.
Su pelo negro, que tanto había contrastado con el sin color de a su alrededor, estaba ahora manchada de tonos rojizos oscuros. Y no era el único cambio de color, ni mucho menos.
Sus ropas también eran ya apenas blancas. El color carmesí siempre tan particular de los ojos del moreno parecía aburrido en comparación con la abundancia roja de sus prendas.
¿Y por qué no podía parar ahí el macabro protagonismo de este odioso color?, me lamentaba por primera vez asustado mientras las lágrimas silenciosas seguían cayendo al ritmo en que mi corazón debería latir si no fuera porque se había detenido.
Una lágrima, unas huellas rojas en las paredes.
Otra lágrima, un charco pegajoso en una esquina.
Y otra más, junto con más sangre.
Esa era la palabra prohibida, la que mi mente no quería recordar porque entonces lo volvería real, más real de lo que ya era.
Pero eso es lo que era. Sangre, mucha sangre. Por todos lados. A sus pies formando intentos de palabras, en los muros creando ríos de huellas arrastradas con pereza por su superficie.
Manos. Manos ensangrentadas en el cristal como en una perturbadora película de miedo. También algunas manchas de las que nacía un hilo de esa repugnante sustancia en camino descendente.
Esas marcas sí las conocía, yo mismo había sido el responsable de suficientes en mi vida como para identificarlas cuando las veía. Era la marca de un puño.
Entonces, aunque mi interior quería evitarlo a toda costa, mi subconsciente tenía otros planes y me hizo imaginar lo que había ocurrido y así, de pronto, me vi imaginando a la pulga fuera de sus cabales (mucho más de lo normal) golpeando la pared repetidamente, hiriéndose a sí mismo y repartiendo el color que le mantenía con vida por toda la sala, chocando contra las paredes, dejándose caer lentamente al suelo apoyando su espalda en el muro.
El mero pensamiento me hizo formar una mueca. La pulga era un maldito cretino que no pensaba en nadie más que en él. Él nunca se haría daño a sí mismo. No aposta, no sin razón.
Este Izaya...el Izaya sentado a pocos pasos de mí, tan cerca pero tan lejos...no era la pulga.
No podía serlo.
Desesperado por respuestas volví a fijarme en su rostro tapado. Él seguía mirando sus manos ensangrentadas con atención.
En ese momento creí que había alcanzado el límite de la locura. Estaba equivocado. Eso es lo que me demostró el moreno mismo cuando de repente alzó la cabeza y pude ver su rostro.
Su excesivamente grande sonrisa era lo que más desconfianza me daba. Cierto, la pulga ya provocaba escalofríos antes en toda persona con quien hablaba, pero esta sonrisa era diferente.
No era la sonrisa de alguien que se sentía superior (como sentía ese insecto), ni siquiera la de alguien que va veinte pasos por delante. No, esta mueca en su rostro significaba algo mucho más oscuro. Admiración.
Mirando con fascinación la sangre que corría por sus venas, por sus manos, por la habitación.
Como necesitado de más de ese sentimiento, más de ese dolor, de ese color.
-Eso es lo que provoca la ausencia prolongada de los sentidos. ¿No es interesante?-dijo una voz de repente.
En un principio no la reconocí. Parecía que habían pasado años desde que había visto por primera vez la prueba definitiva de que Izaya ya no era el mismo de antes.
-¿Ahora qué quieres?-pregunté con la voz ronca notando más rabia de la que nunca había sentido hacia alguien, ni siquiera hacia la pulga.
-Sabes que morirá pronto si no recibe atención médica, ¿no?-contestó en vez de responder mi pregunta. Cobarde...
-Ve al grano, ¿Qué quieres?
-¡Oh! Ósea qué ¿aceptas?- ante eso gruñí enfadado. ¿¡En qué estoy pensando!? ¡Es la pulga! ¡He querido matarlo por años ! ¿Ahora quiero salvarlo?
Sin embargo, seguía sin poder pensar en no ayudarlo. No puede morir así, no así, yo soy el que tiene que matarlo, dar el último golpe, el que acabe con su miserable vida de una vez y para siempre.
-¿Qué quieres?-repetí tras haberlo decidido. Sentía la garganta seca.
-No es mucho en realidad, solo queremos que duermas. Un sueño largo y profundo. Pero para eso necesitamos que te dejes poner una pequeña inyección.
-¿Y si me niego?-pregunté despacio.
-Entonces tu querido Iza-chan morirá desangrado.
A la mención del moreno no pude evitar mirarlo de nuevo. No me había dado cuenta, pero en algún momento se había caído de su posición sentada para acabar tumbado de lado en el suelo, de cara al cristal-espejo. Por eso pude ver su cara. Tenía los ojos cerrados, la piel pálida y sudorosa. Sus manos seguían sangrando y estaba...espera ¿temblando?
Como si me estuvieran leyendo la mente, la mujer odiosa volvió a hablar.
-¿Con qué se ha...cortado? Las muñecas, digo... ¿No se supone que no puede tener nada?
-En las comidas. Le damos cubiertos de plástico, apenas ni eso, y nos aseguramos de que son devueltos cuando acabe. Al parecer ha estado cortando trozos pequeños de estos para que no lo notáramos pero por pequeños que sean sigue siendo plástico, y sigue cortando. Los cogió todos en la palma de la mano y se los clavó. Chico listo que es~
No me inmuté.
-¿Por qué queréis dormirme?
-Vamos a operarte.
No me importaba.
-¿Salvareís a Izaya?
-Por supuesto.
Eso es lo único que quería oír.
Así, con esa simple afirmación, mi boca adelantó a mi cerebro y, antes de poder plantearme la obvia hipótesis de que podría estar mintiendo, ya había hablado.
-Acepto.
Una pregunta continuaba ondeando en mi cabeza, aunque mucho más débil que el primer día...¿por qué me importa?
____________________________________________________________________
Yeiii, he vuelto. Ya, es corto para haber tardado tanto, lo seeeee. Pero ¿a quien no le gusta un buen final en suspenso [a todos los que no son escritores, imbécil]????
Bueno, intentaré actualizar en poquito, aunque hay mucho que hacer, ahora empieza lo bueno...o lo malo, depende de como lo veas.
Karma~
![](https://img.wattpad.com/cover/109195859-288-k553061.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Al otro lado de los barrotes
Fiksi PenggemarHace casi dos meses que la pulga no se muestra por Ikebukuro. La paz parece poder alcanzarse al fin, pero Shizuo no cree lo mismo. Todo cambia cuando él también desaparece. ¿Dónde están nuestros protagonistas favoritos? ¿Conseguirán salir co...