Prólogo

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Abrió los ojos despacio, la luz le golpeo directamente a la vista, lanzó un bostezo en señal de protesta, se giró en aquella pequeña e incómoda cama, e intento volver a dormir.

Antes de que lograra cerrar los ojos, una horrible alarma en forma de pitido embargo todo el lugar, luces rojas se encendían y apagaban con gran velocidad. Un suspiro escapo de su interior, no entendía porque si quiera lo había intentado, sabía que ellos jamás le dejarían hacer algo que le provocara algún beneficio, ya fuera físico o mental.

—¡Arriba, arriba, arriba! —se propagó aquella chillona voz por todo el lugar, sabiendo que no podía ir en contra de los deseos, apartó la manta que le cubría el cuerpo, giró en la cama y se sentó en la orilla de la misma—. ¡Vamos, vamos, arriba, arriba, el desayuno solo se servirá una vez, arriba!

Y escuchando aquellos chillidos de fondo, tan parecidos a los de las ratas que oía correr por las noches entre los muros. Cerró los ojos, tomo un respiro y lo dejo escapar en un suspiro llenó de resignación, levantó sus manos, se masajeo los parpados para hacer desaparecer aquella sensación de cansancio, retiró un poco de las lagañas que se habían formado alrededor de sus ojos, por error llegó a tocarse la cicatriz que era tan parecida a un arco, apretó los labios, aún no había sanado del todo, y tan solo entrar en contacto, le provocaba que se encendiera un extraño ardor que le molestaba demasiado.

Tras varios segundos, se puso en pie, agradeció en silencio que tanto la voz chillona como la alarma fueran apagadas, no era tan estúpido como para hacerlo en voz alta. Levantó ambas manos, las abrió y cerró varias veces, en el proceso le fue sencillo distinguir las cicatrices que se expandían con diferentes formas, aunque no lo pareciera, sabía que sus manos ya no eran las mismas, no las que él recordaba, aquellas llenas de cicatrices, sin duda eran más lentas, y le resultaba imposible mantener algo en la mano debido a que temblaban con una violencia desmedida.

Sin ganas de recordar los viejos tiempos, se deslizó por aquella pequeña habitación, se detuvo delante de un escusado, se bajó el cierre de aquella vestimenta de una sola pieza en color azul oscuro, y comenzó a descargar el agua que le sobraba de su cuerpo.

Un nuevo suspiro escapo de su cuerpo, no agradecía el tener un escusado o lavabo para su uso personal, debido a que él se lo había ganado con su sudor y sangre, así que no sentía ninguna necesidad de agradecer a un ser superior, aunque en el fondo sabía que ya no agradecía o pedía, porque ya no confiaba en aquellas enormes deidades en la que la humanidad siempre depositaba su esperanza.

Al terminar se guardó su virilidad en el pantalón llenó de arrugas, y se subió el cierre, le bajo al agua, frunció el ceño al ver que no bajaba, intentó hacerlo de nuevo, y otra vez, a la cuarta le quedo claro que no había agua en el contenedor, confundido y un tanto molesto, dejo de insistir, y se acercó al lavabo.

Se aferró al mármol blanco y un tanto sucio, con sus dos manos llenas de cicatrices, levantó el rostro y miró el reflejo que le regresaba.

‹‹¿Quién demonios eres?››, interrogó una voz en su interior, y por más que lo intentaba, le resultaba imposible reconocer quien era aquella persona que le regresaba la mirada.

No pudo evitar que una sonrisa apareciera en su rostro con diferentes cicatrices, al verse aquella crecida barba pelirroja y un tanto salpicada de canas, su padre siempre se había mostrado como alguien que estaba completamente en contra de tener una pequeña barba, así que estaba plenamente seguro, que su padre sin duda se burlaría un poco de aquella enmarañada barba que ahora le cubría gran parte de su rostro, y que sin duda era una de las causas mayores de porque no se reconocía a sí mismo.

Sin poder soportar la mirada derrotada, vacía, sin sentimientos que le lanzaba aquel reflejo, bajo la mirada, movió una de sus manos, cogió con firmeza el pomo del grifo, lo hizo girar y espero.

El Nombre del Héroe  (Crónicas de un Inesperado Héroe IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora