9. "Cruzar los dedos."

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Hacia las nueve de la mañana, Maddie y Noa se encontraban en el salón: una estancia alargada de techo alto, en el primer piso, cuyas paredes eran de color verde oliva y estaban cubiertas de sucios tapices. De la alfombra se levantaban pequeñas nubes de polvo cada vez que alguien la pisaba, y las largas cortinas de terciopelo de color verde musgo zumbaban, como si en ellas se aglomeraran invisibles abejas. Ellas, la señora Weasley, Ron, Harry, Hermione, Ginny, Fred y George estaban apiñados alrededor de ellas, y todos llevaban un pañuelo anudado en la parte de atrás de la cabeza, que les cubría la nariz y la boca y les daba un aire extraño. Cada uno llevaba en la mano una botella muy grande, que tenía un pitorro en el extremo, llena de un líquido negro: pulverizador de doxys, un potente doxycida.

—Nunca había visto una plaga como ésta —decía Molly—. No sé qué ha estado haciendo ese elfo doméstico en los diez últimos años...

Aunque Hermione llevaba la cara tapada, Maddie y Noa vieron con claridad que le lanzaba una mirada llena de reproche a la señora Weasley.

—Kreacher es muy viejo, seguramente no podía...

—Te sorprendería ver de lo que es capaz Kreacher cuando le interesa, Hermione —afirmó Sirius, que acababa de entrar en el salón con una bolsa manchada de sangre llena de algo que parecían ratas muertas—. Vengo de dar de comer a Buckbeak. No come desde ayer por la mañana. Lo tengo arriba, en la habitación de mi madre.

Harry miró a las Black y susurró:

—¿No le dieron de comer ustedes?

Maddie y Noa hicieron como que no lo oyeron y se pusieron a pulverizar doxys.

—Bueno, a ver —murmuró Sirius—...este escritorio... —Dejó la bolsa de las ratas encima de una butaca y se agachó para examinar el mueble; entonces Noa notó que el escritorio temblaba ligeramente—. Mira, Molly, estoy convencido de que es un boggart —comentó Sirius mirando por la cerradura—, pero quizá convendría que Ojoloco le echara un vistazo antes de soltarlo. Conociendo a mi madre, podría ser algo mucho peor.

—Tienes razón, Sirius —coincidió la señora Weasley.

Ambos hablaban en un tono muy educado y desenfadado que les dio entender a Maddie y a Noa que ninguno de los dos había olvidado su discusión de la noche anterior. En el piso de abajo sonó un fuerte campanazo, seguido de inmediato por el mismo estruendo de gritos y lamentos que Tonks había provocado la noche pasada al tropezar con el paragüero.

—¡Estoy harto de decirles que no toquen el timbre! —exclamó Sirius, exasperado, y salió a toda prisa del salón.

Lo oyeron bajar precipitadamente la escalera, mientras los chillidos de la señora Black volvían a resonar por toda la casa.

—¡Manchas de deshonra, sucios mestizos, traidores a la sangre, hijos de la inmundicia!...

—Harry, cierra la puerta, por favor —le pidió la señora Weasley.

La señora Weasley estaba encorvada sobre la página correspondiente a las doxys de Gilderoy Lockhart: guía de las plagas en el hogar, que estaba abierto encima delsofá.

—Bueno, muchachos, tienen que ir con cuidado porque las doxys muerden y sus dientes son venenosos. Aquí tengo una botella de antídoto, pero preferiría no tener que utilizarlo. —Se enderezó, se plantó delante de las cortinas e hizo señas a los demás para que se acercaran—. Cuando de la orden, empiecen a rociar las cortinas —dijo—. Ellas saldrán volando hacia nosotros, o eso espero, pero en los pulverizadores dice que con una sola rociada quedan paralizadas. Cuando estén inmovilizadas, pónganlas en este cubo. —Se apartó con cuidado de la línea de fuego de los demás y levantó su pulverizador—. ¿Preparados? ¡Disparen!

Pequeñas Black y la Orden del Fénix (Libro V) (Harry Potter)Where stories live. Discover now